Pendota: el parodista del siglo

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Foto: Marcelo Bonjour

Tiene 76 años, 51 carnavales, 19 primeros premios y varias menciones especiales. No le quedan personajes por interpretar. Fue Juan Salvador Gaviota, Otelo, Gandhi, Perón, la Madre Teresa, el hombre elefante, Obdulio Varela, China Zorrilla, Luis XIV. La lista es interminable. Nunca estudió actuación. Es un completo autodidacta y obsesivo al extremo, no para hasta que sus partes salen perfectas. Este año,Aristophanes se da el lujo de tener al mejor parodista en su staff.

El Tanque Sisley explotaba. No cabía un alfiler. Cientos de fanáticos de los Gaby’s se habían arrimado al club para alentar al conjunto del ‘Tucho’ Orta que esa noche de 1984 concursaba en el Teatro de Verano.

Andrea iba y venía, buscaba a su padre por todos lados, pero Miguel Pendota Meneses no aparecía. Empezó a preocuparse. Se acercó al Tucho y le preguntó, "¿pasó algo que no está mi papá?" "No, ahí viene", le respondió, y le señaló a un viejito encorvado, calvo, de lentes y toga. Estaba irreconocible. Parecía otro. Y lo era. Su cuerpo y mente ya se habían colocado en el personaje de Gandhi. Estaba transformado y solo volvería en sí cuando se bajara del escenario.

Hablar de Pendota es recordar a Juan Salvador Gaviota (1978). Él dice que ese año la dictadura boicoteó esa parodia y a cambio recibió el premio a la Mejor Imitación Musical por Tita Merello. Carlos Nípoli, amigo y compañero en los Gabys, fue testigo de esa magistral interpretación y cada tanto escucha la única grabación que existe para revivir aquel momento sublime. "Él quedaba solo en escena, decía su parlamento durante el juicio, ¿dónde está el error?, ¿quién lo cometió? y el Teatro de Verano, colmado, se enmudecía; sentís el silencio de la gente y el llanto de un bebé, nada más".

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Se enamoró del cine en la última fila del Glücksmann Cinema. Su madre trabaja ahí y pedía a los porteros que lo cuidaran. Pendota retenía la voz del personaje que se le antojaba y al llegar a su casa lograba hablar igual a Sandrini, Sandro o Los Plateros. Nunca perdió el don de registrar tonos e imitar.

Tiene el oído entrenado. Sus lecturas primarias se asemejan mucho a la construcción final que logra tras los ensayos. "Te toca hacer Celso Otero", le dijeron en Aristophanes "¿Y cómo es?", quiso saber. Uno de ellos buscó un video en Youtube, Pendota arrimó el celular a su oreja durante 30 segundos y cuando volvió a leer su parlamento puso la misma voz que el ayudante técnico de la Celeste. El personaje no quedó en la parodia El camino es la recompensa pero dio cátedra sin saberlo.

Recrea diálogos con una única excusa: imitar. Se convirtió en su vicio. Tita Merello, Sandrini y el Tucho Orta son sus caballitos de batalla. Un ventrílocuo innato. Es su juego preferido desde la niñez y lo hace sin pensar. Habla como un niño en los ensayos para caricaturizar situaciones, aunque quiera expresar un mensaje serio.

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Jamás fue a una academia de arte dramático. No recibió formación pero es imposible escatimar en elogios hacia Pendota. Todos coinciden: es un actorazo, un maestro, un gran histrión. En suma: un producto hecho por y para Carnaval. Se curtió en la calle, en los tablados y en escenarios populares.

Pura intuición, oficio y percepción.Pero varios directores le han confesado que maneja los tiempos y las pausas mejor que un profesional. 

Gandhi, una de sus interpretaciones más recordadas.
Gandhi, una de sus interpretaciones más recordadas.

Es un mago en los quiebres: consigue hacer reír y llorar con igual eficacia. Aldo Martínez observaba ese talento para desdoblarse en los tablados; años después, lo comprobó de cerca al hacer dupla con él en Los Gabys, Momosapiens, Valentinos y Los Muchachos. Le sirvió de espejo, le robó piques y tomó todos sus consejos al pie de la letra. "Todo lo que te den de letra defendelo, así sea poco", le decía Pendota.

Inconsciente, sensible, conmovedor y rey del morcilleo: mete mechas que sorprenden y si rinden, las larga en todos los tablados. Un pizarrero entrañable. Se mete el público en el bolsillo.

Completo autodidacta y exigente hasta por de más, siempre fue el primero en llegar a los ensayos y también en irse. "Muchachos, voy a comprar cigarros y vengo", decía y no aparecía hasta el día siguiente.

Anda con los libretos de arriba para bajo. Si percibe que el texto viene flojo mete mano, aporta ideas. Y si algo no le cierra discute a morir con el director.

Le dan un personaje y estudia la voz hasta sacarla. Luego se concentra en la manera de caminar, en las actitudes, en el carácter: quiere construir roles reales. "Cuando hice Obdulio (Varela) me compré un libro suyo, lo estudié y rescaté un programa que habían hecho sobre él (Un día en la vida de). Vi lo que hacía, cómo se llevaba con la señora, qué pasó cuando quedó viudo. La parodia tenía alegrías y tristezas. La gente lloraba".

Llegaba a los ensayos y leía, escribía, se juntaba con el compañero para marcar tono, acentuación y pronunciación. Es generoso. Brinda herramientas para hacer crecer el trabajo de sus colegas.

Domina los tiempos incluso mejor que un actor profesional. A Aldo Martínez le marcaba cómo hacerlo antes de subir al tablado. Sabe dónde poner más ritmo o énfasis, cuándo esperar el aplauso, dónde alargar o cortar el parlamento, cómo rearmar las frases.

"Cuando hice Perón Aldo Martínez era Evita, yo hacía una voz de veterano natural. Hace poco pasaron un documental, hablaba Perón y lo saqué enseguida. Me crucé con Aldo en un festival de parodistas, sabía que haría ese personaje este año en Nazarenos así que lo llevé para atrás y le pedí que me mostrara cómo venía. A ver, esperá, le dije e imité su voz: nunca caminaré sobre el cuerpo de los argentinos muertos. Es igual, vamos a grabarla, me dijo Aldo. Pero no le salió igual", se ríe.

Era blanco de bromas porque se paraba frente a un espejo y no paraba hasta conseguir la perfección. Tiene sus manías. Una vez Miguel Villalba lo invitó a salir en Nazarenos pero cuando se enteró de que tenía que ponerse una máscara para hacer a Schreck no quiso saber de nada: no estaba dispuesto a renunciar a sus artilugios gestuales.

Este año personifica al diablo en la parodia El abogado del diablo. Nípoli observó a su amigo desde el costado del escenario en la primera rueda y se maravilló. No para de gesticular, ni de hacer muecas con su cara ni siquiera en las escenas en que no participa. No le importa que las luces no lo enfoquen, Pendota no deja de mover sus manos, su cuerpo y hacer morisquetas.

En el 86 ganó Mejor Cuplé sin hablar con Los Nuevos Saltimbanquis. Hacía de mudo y replicaba en gestos aquello que la murga cantaba. Arlequines ganó el año que él hizo el cuplé Las mil caras de Pendota.

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Cumplió 76 años y 51 carnavales. Debutó en la murga Don Bochinche y Compañía (1964). Al año siguiente fue a revista Palán Palán, y siguió. La única categoría en la que no concursó fueron lubolos. El único año que se quedó sin salir fue el 87 porque se cayeron los sponsors de la revista Tabaré y su saravá.

Cosechó 19 primeros premios, todos en parodismo, salvo tres con revista Palán Palán (1965,1966 y 1967), uno con murga Arlequines y otro con Sociedad Anónima (2014). Recibió cinco condecoraciones como Figura Máxima de Carnaval: tres con Los Gabys (81,83 y 84), con Valentinos en el rol de Gardel (1996) y por El nombre de la rosa junto a Momosapiens (1992).

Obtuvo el máximo galardón como Figura del Siglo del Carnaval al interpretar a la Madre Teresa de Calcuta en Momosapiens (2001). La hizo sin haberla escuchado hablar, "me imaginaba la voz de una viejita, más o menos tenés que bajar el tono". Mientras lo explica la vuelve a imitar como si no hubiera pasado el tiempo.

Tiene una memoria de elefante. Los datos antes mencionados salen de su boca. Se enamoró de esta fiesta popular escuchando por radio Los Negros Melódicos. Una noche los vio en un tablado y se prendió con el parodismo. Pendota recuerda que hacían La novicia rebelde. Hace un tiempito que Gladys, su esposa, lo ayuda con los libretos, estudia con él y le toma la lección.

Pendota es una máquina de contar anécdotas. Tiene material de sobra. Los gurises de Aristophanes disfrutan esos relatos en la previa a los tablados. Arman una rueda, lo ubican en el centro y él cuenta una tras otra fascinado.

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Su madre ansiaba que estudiara pero Pendota quería trabajar para ayudarla. Aprendió el oficio de lustrador y restaurador de muebles en un taller de su barrio y luego en Casa Soler. Más tarde, montó su propio taller en Constituyente y Roxlo. Lustró los despachos de la Presidencia, los bancos de la iglesia de los Mormones y la nueva sede de DAECPU. Se retiró hace 13 años con una jubilación muy pobre.

No se queja. Solo le teme al sedentarismo, "te quedás acá con una silla, la televisión y te come. Si ando medio mal, me pongo la radio y salgo a caminar despacito".

Hace años dejó de ir al club de su conjunto en la noche de fallos. No le gusta, no disfruta."Si perdés, se echan culpas, lloran; si ganás, se maman e igual pelean".

Pendota se acuesta a dormir y prende la radio a las cinco de la mañana para conocer los resultados. El año pasado se enteró que su conjunto (Sociedad Anónima) había ganado de madrugada, se dio vuelta y volvió a conciliar el sueño, "ya está, ¿para qué saber más?"

Su real preocupación al terminar los fallos es dónde saldrá el año próximo y si recibirá ese llamado con una propuesta tentadora. Es muy solicitado pero aún así se pone nervioso. El Carnaval es su pasión, su vida. Nadie lo puede imaginar como testigo de esta fiesta desde abajo del escenario. Su hija asegura que no aguantaría.

El Carnaval 2016 se venía encima y el teléfono no sonaba. "Vamo arriba, ya va a salir una oportunidad", lo animaba Aldo Martínez. Hasta que lo llamó Federico Pereyra para que se acercara a Aristophanes. Les había llegado un comentario de que estaba sin conjunto; para este grupo de jóvenes salesianos era un lujo salir con "un monumento viviente del Carnaval".

Este Carnaval hace al Diablo en la parodia 'El abogado del Diablo'
Este Carnaval hace al Diablo en la parodia 'El abogado del Diablo'

"Fui a su casa y le llevé el libreto. Yo había interpretado al diablo en la prueba de admisión. Le planteé que hiciera participaciones pequeñas: la madre de Kevin, el abogado, en la primera parodia y Obdulio y Celso Otero en la segunda. Después de que estaba todo arreglado, me miró a los ojos y me dijo, perdoná pero a mí me gusta llevar la cosa adelante, como diciendo si no agarro un personaje, no defiendo la plata. Eso también es una lección: la llama del loco sigue viva. En esa misma mesa no dudé en decirle, hacé mi personaje, hacé el diablo", relata Federico.

Para Pendota era sumarse a un grupo armado, repleto de jovencitos, otra generación, otro código, con un espectáculo pronto y ensayado. Pero no le importó. "Sé que no voy a ganar, que no voy a estar arriba porque se sale a pulmón pero me la juego". Lo insertaron y se acomodó. "Manejo los tiempos según mi escuela", dice. Y lo miman: se toma el 370, se baja en el Viaducto y siempre lo van a buscar para que no camine el repecho.

Se subió a la primera rueda del Teatro de Verano enfermo. La doctora le había dicho que debía hacer tres días de reposo. No le importo. "Me levanté y fui. Me olvido. Antes de abrir el telón me ves de una manera, cuando entro a escena, soy otro".

Fernando Vanet salió con él en parodistas Gurrumines y recuerda que las noches que les tocaba concursar en el Ramón Collazo se sentaba solo en la cabina de maquillaje para estar en contacto consigo mismo. Jamás lo vio nervioso, aunque la procesión va por dentro. "Y siempre la descosía".

En el abrazo previo a salir a escena con Aristophanes transmitió tranquilidad a estos gurises 40 años más jóvenes que él.

Pendota sigue un ritual en el Teatro de Verano. Respira hondo, despacio, evita las entrevistas y todo aquello que pueda distraerlo. "Disparo solo porque no quiero contagiarme de los nervios de los demás", explica.

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Nípoli intuye que morirá arriba de un escenario. Y estuvo cerca. En el 91 sufrió un infarto arriba del tablado de la Aduana. Hacía El fantasma de Canterville con Los Gabys y sintió un pinchazo en el pecho, "estaba ahogado, mareado, pero seguí, seguí, seguí". Terminó la parodia, bajó las escaleras arrastrándose e igual se prendió un cigarro. Lo apagó enseguida. En el camión le dijo al Tucho, no puedo más, me siento mal. Lo llevaron a su casa, llamaron al médico e ingresó al CTI. Le hicieron un cateterismo y resultó que tenía tres arterias tapadas. "El doctor dijo que con un buen tratamiento podía tirar".

Se cuida al extremo. Come sin sal y sin azúcar. No corren los fritos, ni las grasas. Solo toma agua sin gas.

—¿Qué significaron Los Gabys en tu vida?

—Todo, hasta el día de hoy. Es mi conjunto preferido. Lo llevo en el corazón.

Cuando me dio el infarto, el Tucho no me fue a ver. Me dieron de alta y empecé a trabajar despacito. Un día, cae Horacio Rubino, tengo una parodia especial para vos (El nombre de la rosa), me dijo. Después se arma lío, contesté. Hoy tenemos reunión, vení a verme. Pasé, saludé y me fui. Al otro día, sos un traidor, hermano, te reuniste con este, no vas a salir en ningún lado: estaba malísimo el Tucho. Me dijo de todo ¿Sabés una cosa? Ahora voy a salir con él. Y lo hice.

El Tucho muere. Voy al velorio y al entierro, viene Mario (su hijo) a buscarme y me dice, queremos hacer un espectáculo en homenaje a mi viejo. Vos sabés que yo soy y seré Gaby pero para volver tendría que hablar con tu viejo y por respeto él no puedo. Te comprendo, me contestó Marito. Por eso no salí el último año con Los Gabys. Para mí era una falta de respeto

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Foto: Marcelo Bonjour

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