La Nación GDA
“Los artistas populares tienen un lugarcito en la historia de la gente”, comienza Ramón Ortega, acomodado en el amplio living de su refugio rodeado de verde y organizado con obsesiva precisión. Es mérito de Evangelina Salazar, su esposa, apasionada porque todo esté en su lugar. “Me gusta el orden”, reconoce esta mujer que parece ser la encarnación de la perfección. Minutos antes, ella misma abrió la puerta de la coqueta casa ubicada en un country muy tradicional del norte del conurbano bonaerense y condujo al periodista hasta el lugar donde se realizaría esta charla. Allí estaba su marido, tocando una guitarra firmada por Norah Jones y susurrando un clásico de Leo Dan. “En casa no canto mis canciones”, dice. Cada cual con sus mañas.
Se los ve espléndidos, jóvenes en la madurez y con un vestuario tan coqueto como alejado de la “ropa de abuelos”. Ramón tiene mucho humor y Evangelina, una sonrisa tan contagiosa como la que describe él en “Despeinada”, uno de los hits que canta en Gracias, tour despedida y una suerte de punto final de su paso por los escenarios -en el verano lo llevó al Enjoy Punta del Este-, pero no hay que creerle mucho. Si la gente elige ir a verlo cada vez que se presenta en vivo, nada indica que el cantante tenga deseos de dejar de cantar en público.
Ramón Bautista Ortega nació hace 82 años en Lules, el pequeño poblado cercano a San Miguel de Tucumán. “Siento que predije mi vida”, dice enigmático.
-¿Cómo es eso?
-(Palito) Cuando era chico había un cartel con una propaganda de cremas y una chiquita rubia en la imagen. Cada vez que lo veía, le hablaba: “cuando seas grande me voy a casar con vos”. Luego entendí que representaba a Evangelina, porque era muy parecida.
-¿Con el éxito también soñaba?
-(Palito) Sí, en mi casa imitaba a un locutor de la radio de Tucumán y cantaba. Cuando terminaba, con las palmas de las manos en la boca, imitaba la ovación de la gente. Yo mismo me pedía otra y seguía con los bises.
-(Evangelina) Soñabas.
-(Palito) Uno predispone el destino. Si piensa que le va a ir mal, seguro que le va mal.
Evangelina Yolanda Salazar nació hace 76 años en la Ciudad de Buenos Aires. Creció en el barrio de La Paternal y, desde jovencita, comenzó a trabajar como actriz en las ficciones radiales y, luego, también en televisión y cine. En 1966 ganó la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián por su trabajo protagónico en Del brazo y por la calle junto a Rodolfo Bebán. Y fue una de las actrices que personificó a la maestra Jacinta Pichimahuida.
-“Detrás de un gran hombre hay una gran mujer” es una frase elogiosa pero machista.
-(Evangelina) Prefiero: “al lado hay una gran mujer”.
-Evangelina, ¿cómo ha sido compartir la vida junto a su marido?
-(Evangelina) Buenísima. Cuando lo conocí estaba muy enamorada, sigo muy enamorada. A los 19 años fue un amor fulminante. Fue el único hombre de mi vida, nunca había salido con un chico, jamás había besado a nadie, era sumamente casera.
En ese tiempo era una jovencita que comenzaba a cobrar notoriedad como actriz en programas de televisión como Todo el año es Navidad, junto a Raúl Rossi. “Antes había estado en La Familia Gesell, que hacíamos en los estudios de Canal 7, en el Palais de Glace, donde Ramón vendía café en la puerta”. El destino parecía empecinado en unirlos, aunque, en ese tiempo, Evangelina sólo contaba con 11 años y Ramón ya era un adolescente de 16.
La vida los cruzó prematuramente sin que ellos tuvieran conciencia. “En la misma época y a la misma hora yo entraba a hacer el programa y él vendía café en la puerta. Es increíble”.
-Hay que creer en los designios del destino.
-(Palito) Ya nos estábamos buscando.
-(Evangelina) Creo mucho en el destino.
-¿Qué los unió?
-(Evangelina) Por la forma en la que vivió cuando era chico y por la ausencia de su madre, Ramón tenía el deseo de casarse y formar una gran familia, algo que yo también deseaba. Siempre quisimos estar juntos hasta el fin de nuestras vidas.
-Una proeza compleja.
-(Evangelina) Cuando hay amor, se puede. A pesar de que somos muy diferentes, yo soy comunicativa y Ramón es más introvertido, se guarda muchas cosas, pero los dos vamos para el mismo lugar. Nuestros hijos nos han visto enojados, pero peleando, jamás.
-(Palito) Jamás nos vieron peleando.
-Evangelina, usted ha dicho que, si bien jamás sus hijos los vieron pelear, hubo un momento en el que se enojó mucho, ¿a qué se refería?
-(Evangelina) Fue en la época de la política. Teníamos nuestra vida armada en Miami y tuve que venirme a acompañarlo en el final de la campaña (para ser gobernador de Tucumán).
-Pareciera ser que las adversidades fueron abono para cimentar el matrimonio, algo que no siempre sucede.
-(Evangelina) Si el tiene un problema, yo estoy para acompañarlo y viceversa. Es algo que nos proponemos.
-Es un trabajo.
-(Evangelina) No diría eso, no nos cuesta demasiado, aunque, como él es el más reservado, yo hago más al respecto. Se dio así, jamás sacrificaríamos nuestro matrimonio por algo externo.
-Nunca nos hemos enterado de una separación. ¿Han estado distanciados sin que se supiera públicamente?
-(Evangelina) Nunca.
-(Palito) Las separaciones fueron por cuestiones de trabajo, ya que he pasado gran parte de mi vida de gira. Era la época en la que Leonardo Favio, Sandro y yo recorríamos Latinoamérica.
-(Evangelina) Ha llegado a estar dos meses fuera de casa.
-(Palito) Es duro estar de gira permanentemente. Me ha sucedido que, saliendo a un periplo de varias semanas, un hijo que se empezaba a parar solo, cuando regresaba me lo encontraba caminando. Uno se ha perdido cosas.
-Se podría trazar un perfil de un matrimonio observando a sus hijos. En el caso de ustedes, han logrado que sus seis hijos desarrollen una carrera exitosa, ya sea en el plano de la producción como en el artístico.
-(Evangelina) Es cierto, pero hay algo más importante: todos son buenas personas, son muy cariñosos con nosotros. Como digo siempre, desde que me casé no fui más protagonista de ninguna película, pero sí he sido protagonista de la vida, de nuestra vida.
Siete nietos completan esa postal tan anhelada: “Tenemos siete nietos y es poco para la cantidad de hijos que tenemos”, dice ella y se ríe, sabiendo que el reclamo llegará a quien deba llegar. Evangelina reconoce que, para sus hijas, el padre es intocable, pero que, en cambio, pueden llegar a discutir con ella, aunque la exactriz no duda en afirmar que sus hijos sí son “mameros”.
-Les han dado mucha libertad.
-(Evangelina) Son libres y diferentes entre sí.
-(Palito) No les inculcamos nada, dejamos que eligieran lo que quisieran.
-(Evangelina) Eso me parece muy importante. Nosotros somos tradicionales y a mí me encanta que ellos no se parezcan a sus padres.
-¿Desde qué filosofía enfrentan el paso del tiempo?
-(Palito) La vida es un proyecto permanente. Uno vive soñando, pero darle forma a esos proyectos depende de la voluntad de cada uno.
-(Evangelina) Y de la suerte.
-(Palito) Es una energía positiva que hace que las cosas sucedan o no, pero creo, fundamentalmente, en el esfuerzo. He visto gente mucho más talentosa que yo, artistas muy estudiosos que, por su carácter, no han trascendido. Estoy convencido sobre los frutos de la perseverancia.
-(Evangelina) Te cerraron muchas puertas...
-(Palito) Infinidad de puertas. Siempre la respuesta era negativa, pero seguía insistiendo, me decía “a mí no me van a vencer”. Cuando grabé el primer disco como Palito Ortega, un disc jockey me lapidó en la radio, pero ni se me ocurrió ir a buscarlo para pelear. Esa tarde me fui a la pensión, me dije para dentro: “vos no me vas a ganar”, y me encerré a componer diez canciones. Uno no se puede quedar a llorar ante la adversidad, porque la vida sigue de largo y te deja ahí.