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María Mendive en su juego preferido

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Foto: María Fernández Russomagno

Defiende con uñas y dientes su vocación porque sabe que jamás la dejará tirada. Se le va la vida en cada proceso creativo. Su mundo gira en torno al personaje de turno. María Mendive se prepara durante toda la semana para ser Flora en El Bebé (sábados y domingos en el Teatro Alianza).El día de la función toma mucha agua, se fija qué come, camina, escucha música y deja los miedos en su casa. Llega al teatro con tres horas de anticipación para pasar letra. Antes de que se abra el telón piensa en dos palabras: libertad y confianza. Y salta al vacío.

—Has dicho que salís al escenario a jugar, ¿es tu premisa?

—El juego está en la naturaleza humana. Es un vehículo para acceder a la interpretación. Desde que me acuerdo juego y traté de no dejarlo nunca. Y si no juego, me siento extraña.

—¿Por qué?

—Porque siento que es parte de mi persona, siento que es un síntoma de vitalidad, de histrionismo, de poder crear. Es un vehículo a comprender el mundo.

—¿Recuperás a la niña que fuiste al actuar?

—Sí, me siento como una niña en el sentido de que los niños son un universo gigante de posibilidades. Ello son creativos, entienden todo, son una hoja en blanco que empieza a percibir e intuir. Y ven la realidad tal cual es; después el adulto desarrolla otras zonas para adaptarse al mundo en que le toca vivir. Un artista debe tener ese universo siempre presente.

—¿Cada personaje es para vos como una hoja en blanco?

—Sí, lo que sucede es que otros personajes ya hechos brindan herramientas al nuevo. Pero lo bueno es poder empezar siempre con algo no resuelto, perderte para poder encontrar algo nuevo en vos. Porque los personajes salen desde adentro de uno.

—¿Qué es lo que más te gusta de actuar?

—La creación. Investigar, pensar, buscar dentro mío otros cuerpos, otras personas, otras palabras, otros pensamientos. La función me encanta pero me fascina indagar qué quiere decir el autor, por donde pasan los vínculos, qué comunican los personajes. Me gusta mucho estar con el otro y conmigo.

—En El Bebé interpretás a Flora, una mujer que se enfrenta a los miedos e inseguridades que conlleva la maternidad, ¿te encontraste con la María mamá?

—Yo nunca pasé por ese lugar que transita Flora. Ella es una madre que no tiene filtro, dice todo lo que le pasa por la cabeza. Mi maternidad no tiene que ver con la de esta mujer pero reconozco que ser madre moviliza, genera cosas, como sentir que el tiempo ya no es tuyo o postergar. Yo, María, tuve la posibilidad de desarrollarme como madre en la actuación, en la dirección y la docencia (dirijo el Instituto de Actuación de Montevideo junto a Marisa Bentancur y Gabriela Iribarren). Mis hijas me dieron mucha nutrición y amor para lograr mis metas.

—Tu juego predilecto en la infancia eran las madres, ¿la obra te trajo recuerdos de esa situación?

—Yo siempre fui una madre cariñosa. Tenía dos muñecas. Una más castaña y otra rubia que llegó al tiempo. Eran mis dos hijitas de chica. No me acuerdo sus nombres. Las bañaba, las rezongaba, les daba de comer y pasaba mucho tiempo con ellas. Y tengo dos hijas: la mayor es castaña y al tiempo vino la rubia. A veces lo pienso y no lo puedo creer: son iguales a mis muñecas. Yo jugaba mucho con ellas y tuve mucho amor por la maternidad desde niña.

—¿Soñabas con ser madre?

—Sí, cuando llegara a la adultez quería tener un hijo y así fue. Quedé embarazada de Belén (25) a los 22 años, estaba en primero de la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático (EMAD), pero fue una decisión que tomé. Federica (18) es la rubia que llegó ocho años después.

—Vos contaste que una de tus hijas te llegó a decir, basta de tus obras, quiero a mi madre, ¿esos reclamos te vinieron a la mente cuando creabas a Flora?

—En realidad las involucro mucho porque les pido que me tomen letra y mientras estoy con ensayos y funciones hablo del personaje, está incorporado en la familia. Pero eso fue cuando Federica era más chica, me dijo, ya está, quiero contigo. Siempre traté de escucharlas y también de decirles, perdón, es mi profesión y uno el trabajo lo lleva a la casa inevitablemente.

—Conociste El Bebé por Álvaro Armand Ugón, él te llevó el texto cuando compartían elenco en Escenas de la vida conyugal, ¿qué te cautivó del guión?

—Me parece una obra completa porque a través del humor y el disparate te plantea una verdad impresionante: el problema que tenemos los seres humanos en el mundo es el propio ser humano. Es el peor bicho. Acá la miseria real y las atrocidades las genera el hombre. Tenemos un problema que está entre nosotros y hasta que no lo transformemos no va a dejar de existir. El hombre es un ser incompleto, tremendo, y alucinante a la vez. La genialidad está en el hombre y también en la naturaleza.

—Preferís los personajes que no tienen nada que ver contigo para poder transformar tu cuerpo, mente y alma, ¿jugás a esa metamorfosis aunque el rol no requiera un cambio físico?

—En realidad los personajes se transforman en la medida de lo que les sucede. El cuerpo y la expresión no pueden estar desligados de lo que pasa en la cabeza y el alma de alguien que no piensa como vos. Te pueden tocar personajes muy distintos a vos, de otra edad, otra época, como he tenido la suerte de hacer, pero en general suelen ser cercanos y uno adopta el cuerpo de la circunstancia planteada.

—¿Qué significa que se te va la vida en las búsquedas y procesos?

—Significa que yo metí mi vida en esto. Soy intensa, tengo una vocación, una profesión y me genera preguntas, movimientos afectivos. Para mí es lo más importante, independientemente de los afectos: si una de mis hijas me necesita, la elijo a ella. Yo defiendo esto porque es una vocación que nunca me va a dejar sola. En cada función, en cada clase y en cada encuentro con el otro estoy en el máximo. Así quedo de cansada, pero es una opción.

—¿Qué pensás antes de salir al escenario?

—¿Viste los caballos antes de salir de las gateras? Estoy así. Pienso que quiero hacer este trabajo. Llego al teatro dos horas y media antes de cada función, paso toda la letra previo a la obra porque es como un calentamiento. Y en casa me preparo todo el día para la función.

—¿De qué forma?

—Descanso, camino, me fijo qué como ese día, tomo mucha agua. Pienso en el escenario, escucho música, canto, me acerco al personaje y trato de conectar con lo que me haga mejor en ese momento. Procuro que no haya ningún pensamiento negativo; si me pasó algo o tengo miedos los dejo en mi casa. Porque trabajás con vos y no todas las etapas de tu vida son iguales. No siempre estás ja ja ja.

—¿Qué pasa por tu cabeza el segundo antes de que se abra el telón o que comience la función?

—Pienso que me va a pasar lo mejor. Es como una purga que hago antes y me viene como un camino abierto. Pienso en dos palabras: libertad y confianza. Me acompaño de todo lo bueno. Es un salto al vacío en un punto. Es un paracaidismo donde te contiene la obra y la dirección. En este caso, la mano de Marisa Bentancur fue una genialidad.

—¿Te sirve trabajar en terapia para quitarte los personajes?

—Me sirve trabajar en terapia para dejar entrar los personajes y para mejorar mi persona. Hace siete años que hago análisis con la misma terapeuta y está dentro de las cosas mejores que me pasaron. El análisis es un trabajo de investigación, como un clásico, nunca deja de ser vigente. Uno va en movimiento y yo lo necesito. Mi analista genera una mirada sobre mí misma y hace que pueda transformar lo que preciso.

—¿Trabajás los personajes?

—También. Mi humanidad genera personajes y yo voy con mi humanidad a la sesión. Cuando no llevo el trabajo, ella me plantea, no lo trajiste, qué pasa con esto. Le hago muchas preguntas. La escucho mucho porque lo que me dice me nutre. Me agarro de alguna palabra y es un camino genial.

—De todos los personajes te queda algo, ¿te costó aprender a cargar con esas vivencias?

—No, porque te agrandan el horizonte. Los actores tenemos que poder ser permeables. En mi caso, me genera más visibilidad, más observación, más comportamiento, más posibilidades afectivas. Tengo la chance de meterme en cuerpos de otros y hacerlos míos. Eso te abre el mundo y te potencia.

—Has dicho que te fascina atrapar como directora, como actriz pero también como persona. En el escenario es más visible, ¿cómo envolvés en tu día a día?

—Me encanta el intercambio con el otro. Soy una persona social y comunicativa. Me encanta charlar. Me interesa el otro y quiero que esté bien. No me es indiferente el ser humano. Siento amor por el otro. En cada trabajo me gusta dejar lo mejor. Nunca le resto. Si no estoy en mi máximo, me enojo. Y lo hago también como madre, como amiga y como todo lo que puedo ser.

—Hiciste cine, teatro y televisión, ¿en cuál medio te resulta más fácil atrapar al público?

—Depende. Son diferentes lenguajes. En el teatro tenés todo para atrapar: el cuerpo, la mente, el alma, la presencia. La cámara tenés que dejarla entrar para que te lea y es otro trabajo. Me encanta la ficción. Lamentablemente en este momento no tenemos y es una necesidad de los actores, la sociedad y la cultura. El cine también es genial. Me gustan todos los lenguajes. Me gusta actuar, no me importa el medio. Soy locutora también. Me gusta interpretar con la voz en documentales y animaciones. Capaz que el teatro es lo que le exige más al actor porque ahí es el protagonista total. Es el presente, el vivo e involucra al espectador.

—Indagás a los personajes desde lo vocal, ¿cuán efectiva te resulta esa búsqueda?

—Creo que la voz de las personas es el resultado de una cantidad de expresiones. Es una información muy valiosa. Por la voz sabés de dónde es la persona, si es tímida o no. Te dice mucho. A través de la voz te das cuenta cómo está su estado anímico, si habla con todas las letras, qué piensa, si es un ser sociable, si habla poco. Es como música en las personas. Y la música habla del autor.

—¿Todos los personajes te permiten trabajar desde ese lugar?

—Es una herramienta más, no la única. Pero cuando consigo la voz me doy cuenta de que logré unir una cantidad de cosas de este nuevo ser que está naciendo en mí. Me enfrento al trabajo desde una gran humildad y pongo todas mis herramientas al servicio: hablo del intelecto, leer cosas que me apunten, buscar material en internet, mirar vídeos, observar. No es de taquito.

—En 2013 decías que tenías ganas de hacer un monólogo y estar sola en el escenario, ¿qué pasó con ese proyecto?

—Es un pendiente. El año pasado me ofrecieron La fiera (Mariano Tenconi Blanco) y no lo pude agarrar porque tenía otro proyecto y ensayar dos obras a la vez ya me resulta agresivo. No puedo hacerlo. No puedo trabajar en dos obras y dar clases, filmar, hacer locuciones porque me genera heridas a esta altura de mi vida, aunque en otro momento lo hice. Lo quise postergar, la productora no lo permitió y renuncié a un proyecto que me parecía increíble. Tengo pendiente un monólogo porque nunca actué en uno. Sigo con ganas de hacer algo de Santiago Loza.

—¿Qué otros proyecto tenés pendientes?

—Voy a hacer mi tercera dirección en el segundo semestre del año. Hice Acassuso (2008), Las Manolas (2016) y esta obra se va a llamar A cara de perro, pero puede cambiar el nombre. La creación parte de una metodología que aplico como docente en el Instituto de Actuación de Montevideo (IAM). Todos los años genero una creación y la voy a aplicar con actores profesionales. Trabajo bajo consignas con los alumnos y la obra se genera a través de mis pautas. Estoy armando un grupo pero todavía no puedo poner la cabeza allí porque le restaría a Flora y no le puedo sacar la sangre a este personaje.

—Hiciste de todo a lo largo de tu carrera. Estuviste en Decalegrón, Caleidoscopio, condujiste Todo Punta, ¿por qué?, ¿sos inquieta?, ¿querías probarte en distintas áreas?

—Siempre tuve muchas ganas de hacer cosas. Trabajé desde los 13 años en un jardín de infantes. Tuve la posibilidad de pasar por diferentes lugares y me encantó. Probé la conducción, di el informe del tiempo en Subrayado, hasta que dije, ¿qué quiero hacer con todo esto? Elegí y puse el foco en la actuación, después en la docencia y luego en la dirección. Una cosa fue llevando a la otra. Pero nunca tuve el prejuicio de decir, esto no lo hago. Tuve la suerte de trabajar con pioneros de la televisión, como Ricardo Espalter, Julio Frade, Eduardo DAngelo. Estuve ahí viendo cómo era. Tuve la posibilidad de tener charlas con ellos, saber qué pensaban. No está en mi imaginario, lo pude vivir. Me gustaba estar cerca de Espalter. Siempre me interesó ver qué hay detrás de un actor, de un capo cómico, que de repente no es lo que se ve. Es muy interesante ver la otra cara. Que me quiten lo bailado.

Equipo completo.

María Mendive es Flora en El Bebé, una madre desquiciada, con la que no se identifica, pero entiende que quiere a su hijo. Flora dice todo lo que siente sin aplicar filtro. María dudó si podría con el universo tan complejo de Flora, pero el grupo humano dirigido por su amiga Marisa Bentancur la ayudó a sacarlo adelante. Completan el elenco Alejandro Martínez, Rosa Simonelli, Lucila Fernández, Alondra Portela y Pablo Sintes. El bebé se exhibe sábados y domingos en La Alianza.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Foto: María Fernández Russomagno

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