POR BERNARDETTE LAITANO
Es uno de esos casos en los que la frase "brilla por su ausencia" se aplica en sentido literal. Es que parece extraño, pero no siempre el vestuario que lleva puesto el actor es observado o contemplado en su justa medida, con criterio. Es más, a veces el público repara en la existencia de este rubro cuando lo novedoso y el colorido lo maravillan, o cuando un desnudo en escena lo "despierta" y la contemplación de un cuerpo en su plenitud le recuerda que existe algo, llamado ropa, que lo cubre.
Para ser justos, el programa de toda obra teatral también incluye otros rubros igualmente ignorados. Maquillaje, peinado, ambientación sonora, iluminación, escenografía. Pocos son los que leen los nombres de los profesionales encargados de esas tareas. Respecto al vestuario, son varios los pasos que el diseñador tiene que dar antes de dar puntada con hilo.
DISPARADORES. Quien no fue a ver Luna Roja (de Gabriel Peveroni) el año pasado se perdió un buen ejemplo de lo que es la explotación de la estética de una obra, trabajando cada una de las partes en función del todo. Nominada a los Premios Florencio precisamente por el vestuario (entre otras categorías), en pocas obras la gente comenta la caracterización de los actores. Los responsables, en este caso, fueron Felipe Maqueira (en Vestuario) y Florencia Rivas (en Maquillaje y Accesorios).
"Luna Roja es una fábula de un montón de personajes que tienen un conflicto con los 17 años. A todos les pasa algo a esa edad, todos tienen un conflicto con el tema del amor y están alunados con una Luna que no es blanca, que está en una situación crítica", cuenta Florencia sobre el punto de partida de la obra. A esto le agrega que la directora, María Dodera, "tiene una atracción por lo circense".
"Hay algo de circo, pero también de pasarela", explica Maqueira. "Tenías (como factor de inspiración) a John Galliano, como un modisto de vanguardia, pero también tenías al Cirque du Soleil. Y los materiales. Porque había mucho brillo, encaje, charol, materiales contrarios para oponer opuestos, que es lo que le da fuerza a la parte visual". Con estas líneas es que la dupla comenzó a trabajar en el diseño de los bocetos.
MARCADORES. Muy bien pero, ¿cómo es que llegan a estos conceptos creativos?
"Depende muchísimo de cada director, o del espectáculo y lo que requiera", relata Ana González, ganadora del Florencio a Mejor Vestuario 2005 por Groenlandia (también de Peveroni). "Hay obras en las que lo técnico es tan importante como el actor y el director trabaja con un todo, todas las partes son importantes. Hay otros directores, y es sumamente respetable, que te convocan para solucionar un tema y pedirte cosas muy concretas, tienen otra relación con los técnicos y su relación se da principalmente con los actores".
Por supuesto, a la hora de elegir, Ana prefiere aquellas "en las que tenés mucho espacio para crear" y añade: "Cuando te tocan esas obras visuales en las que el vestuario tiene un lugar importante, es gratificante". En los casos opuestos, no se niega a trabajar: "Si la obra me parece que está buena, sí. Y si el director me parece interesante, es todo un aprendizaje".
Pero no hay que adelantarse. De la reunión con el director junto con la primera lectura del texto faltan muchos pasos por dar, aún, hasta llegar al concepto estético que dará forma a los materiales textiles. Así y todo, cada proceso es único, incluso en teoría, como lo explica el docente de Diseño de Vestuario de la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD), Hugo Millán: "No es una cosa aislada sino que es un servicio que está en función de una puesta en escena, que tiene que ver con la visión de un director y la visión, también, de un autor, porque ya el texto marca pautas de hacia dónde se dirige esa creación estética (...) Podés participar desde el vamos con los actores, recogiendo lo que ellos van trabajando (con sus personajes), arrimándoles cosas para que vayan integrando. Otra metodología es aquella en la que el director tiene claro que el personaje es así y tiene que tener tal cosa, entonces el diálogo es entre el diseñador y el director, y al actor se le informa cómo va a ser, pero no estás a la expectativa de qué genera el juego del actor para vos tener herramientas para diseñar".
Colocando a Groenlandia como ejemplo ilustrativo, Ana recuerda: "María Dodera (la directora) me convocó, leí el texto e inmediatamente hicimos un ping pong de las primeras imágenes. Una vez que tuvimos algunas cosas concretas, hice lo mismo con los actores. Siempre les pido que me traigan imágenes, que me hablen de sus personajes. A partir de ver un par de ensayos y de ese intercambio, presenté una propuesta que, antes de cualquier boceto, la presenté como imágenes". En este caso, las imágenes remitían a lo nórdico, con su componente de hielo y frío, además de elementos ortopédicos y reminiscencias al vestuario de 1900. Antes, Dodera le había hablado de la oscuridad de la obra, la sensación de frío y el espacio minimalista (se presentó en el piso 26 de la Torre de las Comunicaciones).
DIPLOMA. Para poder llevar a cabo este proceso con éxito, además de ganas hay que tener una formación previa, como cualquier profesión. Pero, claro, a veces la experiencia tiene más peso que los años de estudio.
Felipe Maqueria hace más de veinte años que está vinculado al rubro, pero sus comienzos se dieron alrededor de la moda. "Comencé haciendo tapices en telar y, dentro de lo textil, siempre fue una vocación innata. Una cosa lleva a la otra", señala.
Por el contrario, Florencia y Ana sí se formaron en lo académico. Ambas se vincularon con la actuación, primero y por poco tiempo, para luego volcarse a lo técnico pero en diferentes ramas: Florencia hacia el maquillaje (estudió en la UTU, hizo dos años en la EMAD, viajó a España gracias a una beca para Efectos Especiales y Caracterización de esa embajada) y Ana hacia el vestuario (también en la EMAD, además de un viaje a España, becada, para interiorizarse en el vestuario de época).
Más cercano al caso de Maqueira fue el acercamiento de Cecilia Prigue al teatro. Con estudios en la academia de Peter Hammer, más corte y confección en la UTU, su acercamiento a las artes escénicas empezó con la danza contemporánea, siguió con teatro joven, infantil, y acabó colaborando con Marianella Morena en Don Juan, el lugar del beso (nominada al Florencio 2005). "El teatro es una cosa hacia la que nunca me encaucé, pero de alguna manera aparece todo el tiempo (...), entonces, es algo a lo que le presto atención, aparte de que me gusta". Con esa perspectiva, estudió dos años en la EMAD para Técnico Teatral.
Ese acercamiento que le da lo académico en conjunto con la experiencia es lo que le permite al diseñador estar en contacto con el trabajo del actor y tenerlo en cuenta, por ejemplo, en los tiempos. "Si yo arranco a ensayar un personaje y dos meses antes tengo el vestuario, sería fantástico. En la realidad eso no existe. Yo tengo una regla: lo que no fue para el ensayo general, no va, porque eso, por algún lado, te va a afectar y no te puedo poner en riesgo de que tu trabajo se caiga por un agente externo", analiza Hugo con respecto a los accesorios que exigen determinada manipulación.
EL REPARTO DEL VERDE. Es bien conocido el problema del teatro nacional, hecho a pulmón y por amor al arte, sobre todo en la escena independiente. Si esta manifestación artística implica no obtener ganancias, se supone que, al menos, tampoco implica pérdidas. Ante tal razonamiento, el vestuario es una de las áreas que corre el riesgo de ver limitado su capital en el reparto del presupuesto.
"Siempre estamos a medio camino, reformando cosas o comprando en casas de ropa usada, y ahí la creatividad tiene que surgir o surgir", señala Maqueira. El último trabajo del creador fue para La Escuela del Escándalo (de Richard Sheridan, que actualmente se presenta en el Teatro del Centro), en la que tuvo que vestir a 19 actores con trajes de época en su mayoría hechos desde cero, meta que se logró gracias al apoyo de los sponsors.
A todos los entrevistados les costó dar cifras que den una idea acabada de cuánto se gasta en su área. No obstante, ofrecieron algunas perspectivas. "Yo he contado siempre con determinada cifra y es hacer maravillas con ella. No puedo plantarme con una cifra, es algo que tiene que ver más con lo que se puede y quiere destinar el director a cada rubro", comenta Cecilia y agrega: "Está bueno porque también te educa en ese aspecto".
Reconocen que no todas las puestas demandan el mismo gasto. Hay factores, como la cantidad de actores en escena o el protagonismo del vestuario, que hacen inclinar la balanza hacia uno u otro rubro (los más disputados son escenografía y vestuario). En Luna Roja, por ejemplo, vestuario, maquillaje y accesorios tuvieron un gasto que rondó los 15 mil pesos, según Florencia.
Por otra parte, Ana no está dispuesta a repetir experiencias anteriores: "Antes capaz que por buena onda decía `bueno, vamos a sacar esto adelante` y me metía a aceptar trabajos con muy poca plata, terminaba poniendo plata yo, cosas mías o cosas prestadas. Ahora no. Ahora siempre marco un piso (...) No te puedo hablar de una cifra concreta, pero menos de 5 mil pesos, no, y eso es muy poco".
EQUILIBRIO. Con tanto esfuerzo de por medio, hay varios frentes sobre los que poner la mira. Uno de ellos es el cuidado que el actor le da a ese traje. El otro es qué pasa después con ese producto que tanto tiempo llevó diseñar y realizar.
Durante el tiempo que una obra esté en cartel, quien debe hacerse cargo de la higiene de los trajes es cada actor, aunque siempre puede llamarse al vestuarista para solucionar diferentes problemas, como una rotura. "La ropa que usás en el escenario recibe una agresión muy grande porque la tensión del actor, de ese esfuerzo que quizá uno no percibe desde abajo, es muy grande", advierte Hugo.
Por lo demás, cuando el traje ya no es necesario porque la obra deja de exhibirse, quien se apropia del vestuario es el director que es, además, quien decide si se preserva o se destina a otra obra, reciclaje mediante.
Ana suspira y reflexiona: "Lo que pasa es que hay vestuarios que quedan tan hechos mierda... Por lo común se los queda la producción o el director. Hay cosas que pongo yo y por eso me las quedo. Pero si llega y dura, se recicla". La diseñadora tiene en su casa el vestido que usó Noelia Campo en Groenlandia: "A ese pedí que por favor no lo desarmen. Es que es muy querido".
Para hacer, primero hay que estudiar
Hoy, la EMAD es la única institución que ofrece la posibilidad de estudiar Diseño Teatral, carrera que dura cuatro años y abarca todo lo visual de un espectáculo (Iluminación, Escenografía, Vestuario, Maquillaje). Es gratuita, pero los cupos son limitados y hay prueba de ingreso. Por año, se inscriben alrededor de 50 jóvenes, de los cuales ingresan 20. Sin embargo, al finalizar esa cantidad disminuye a 10. Corre en paralelo con la carrera de Actuación y se unen en Arte Escénico, donde ponen en práctica lo aprendido. "Los alumnos se involucran en la preparación de una obra, donde es muy difícil ir aceptando las reglas del juego, en el sentido de que no soy un creador individual sino que tengo que transar mi visión con la del espectáculo", reflexiona Hugo Millán, docente. Sólo se exige tener Bachillerato completo y el límite de edad es de 40 años.
Guardemos por las dudas
El depósito de la Comedia Nacional es el más rico de la escena teatral. Ubicado en una antigua casona en Ciudad Vieja, detrás del Teatro Solís, tiene prendas desde que se formó el elenco. De acuerdo a Mariela Villasante, modista-sastre teatral, hay más de 30 obras almacenadas, cada una de las cuales tiene alrededor de 50 prendas. De todas maneras, es difícil determinar una cantidad exacta porque mucho de esto se recicla. Con 9 depósitos más un taller, el cuidado de lo almacenado no es nada barato, sobre todo teniendo en cuenta el clima húmedo de Uruguay. Además de nutrir al elenco nacional, los vestuarios están a disposición de agrupaciones de teatro independiente, así como a productoras que lo requieran para rodar publicidades o películas (el trámite tarda alrededor de 20 días).
Otro depósito es el del Teatro El Galpón, que hasta ha realizado ventas para tratar de hacer espacio a las nuevas prendas por venir. En este caso, también alquilan a quien lo solicite ¿Cuánto le saldría disfrazarse para una fiesta? Un seguro de 4 mil pesos.