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Descubridor los uruguayos a la distancia

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Aureliano Folle. Foto: Difusión

NANO FOLLE

Canal 10 estrenó este jueves la tercera temporada de Uruguayos en el mundo, ciclo conducido por Aureliano “Nano” Folle.

El periodista y equipo recorrieron EE. UU. y Canadá para contar historias de los orientales que viven con el cuerpo allá y parte del alma acá. Consolidado como el narrador de historias de la TV, Folle cuenta las peripecias del ciclo y la suya como emigrante. “Yo también tuve una fuga geográfica y estoy entre los que volví”.

—¿Qué se verá en la tercera temporada de Uruguayos en el mundo?

—Historias de uruguayos en Estados Unidos y en Canadá. Los programas los producimos en diciembre. El primer denominador común es el frío. Especialmente en Canadá y en Chigago agarramos temperaturas bajísimas. También encontramos que los uruguayos que están en diferentes zonas del planeta sienten de forma diferente la distancia. Quien está en Estados Unidos sobrelleva bien su nostalgia. Está cerca, con vuelos más accesibles. Muy diferente fue lo que encontramos en Asia, donde la angustia de la lejanía está más a flor de piel.

—En Estados Unidos y Canadá hay muchos uruguayos, ¿cómo hicieron la selección de casos?

—Hay muchos y de todas las camadas de emigración. Algunos se fueron en los 70 y están hace 40 años o más. También encontrás a los jóvenes de la última camada. La selección se ha dado como la ensalada de fruta en la que se busca la mayor cantidad de colores. En el primer programa recreamos la historia de un abogado joven, que se recibió en Harvard y trabaja en un estudio top de Nueva York dedicado a conflictos internacionales, dirimiendo pleitos con 5.000 u 8.000 millones de dólares de por medio. Es un uruguayo muy joven que está haciendo carrera en eso. Pero también hablamos con un taxista: un tipo que hace 30 años que maneja en Nueva York. Nos mostró los cambios de Harlem y el Bronx en los últimos tiempos. Ese es el plato fuerte de este programa: te muestra en el mismo capítulo las dos miradas: el tipo que vive en un loft que vale platales y el tachero que además, está enamorado de una mujer que vive acá.

—Sobre los uruguayos en Canadá, ¿qué podrías decir?

—Allí encontramos a muchas familias porque ha sido un país que recibe inmigración con otra flexibilidad desde el punto de vista de los papeles. También está la particularidad del frío que en algunas zonas es tan extremo que compromete la salud. Durante meses no ven el sol. Me decía un uruguayo que si no te hacés amigo de algún deporte de la nieve o el hielo, es muy difícil que te puedas quedar. Estás adentro todo el día.

—¿Cómo es tu abordaje como entrevistador en estos casos?

—No me gusta conocerlos antes. Quiero hacer el encuentro ahí mismo, en la calle, en su hábitat, como se ve la pantalla. La preproducción la hace el equipo y yo tengo los datos elementales de la persona. Después, en el diálogo, vamos descubriendo la historia. Pero realmente los conozco ahí: es un mano a mano, por lo general en exteriores lo que ha tenido sus complicaciones con el frío. .

—A lo largo de la historia, los uruguayos emigraron por motivos políticos o económicos. ¿Por qué crees que se emigra hoy?

—Yo creo que hoy hay una nueva ola de emigrantes por motivos que no son económicos ni políticos. El mundo está más a la mano y los jóvenes se van a estudiar o a vivir una experiencia: una beca o un trabajo en Nueva Zelanda. A partir de ahí el mundo se abre y es muy difícil cuando sos joven y te vas, pensar en volver en cierto tiempo. Darse cuenta de que querés volver les lleva cinco años y eso es muy duro para los padres que se quedan. Se les hace eterno.

—¿Qué dirías que atraviesa las historias de los uruguayos que vive fuera del país? ¿La añoranza está siempre presente?

—Tarde o temprano aparece. El Uruguay tiene una tinta indeleble. Haber nacido acá es una cosa rara: la banderita, la camiseta está siempre. Pasan 30 años y sigue ahí. A veces en la reminiscencia, en la nostalgia, el sueño crece. En este ciclo vamos a ver a un duraznense que vive en Montreal desde hace 46 años. No quiere volver por ahora a Durazno porque no se anima a romper la imagen que tiene de Durazno y que conserva como en una cajita de cristal. Al mismo tiempo es un hombre rudo y valiente. Es motoquero y se vino en el año 1986 en moto desde Montreal. Salió en invierno y recorrió toda América en una Yamaha 750. Fue muy emotivo porque me regaló un chaleco de cuero que en inglés dice "Vivir para viajar y viajar para vivir". "Esta prenda tiene que seguir recorriendo caminos", me dijo al dármela. Es una de las historias más emotivas.

—¿Qué devoluciones has tenido con el público que vio el programa? Es un perfil diferente al de la crónica policial...

—Yo miro todo lo que me toca hacer desde la historia que hay detrás, tanto en lo policial como en Uruguayos en el mundo. Trato de descubrir la peripecia de una persona. Cuando el avión despega aquí en Carrasco y el tipo se muda, se va y mira para abajo sin saber cuándo volverá a pisar esa tierra, se produce una sensación muy fuerte. Eso lo señalan todos. Ahí hay una verdad que tenemos que contar. ¿Qué se siente? Respecto al público que está acá, muchos se identifican con historias cercanas de gente que se ha ido. Todos tenemos a alguien que emigró. A mí mismo me sucede: mi hermano vive en España hace mucho tiempo. Eso es lo que pega de este programa: ver las peripecias de las personas pero al mismo tiempo el televidente va conociendo los lugares.

—¿Emigraste o pensaste emigrar en algún momento de tu vida?

—Sí, a los 21 años nos fuimos con cinco amigos. Tuvimos una fuga geográfica para descubrir el mundo. Pero de los cinco, volvimos tres. Ahora volvieron los otros dos, pero de viejos, con la jubilación. Ese es un plan muy común: jubilarse allá, con un nivel de ingreso alto para Uruguay. Entonces vuelven y se compran una casa en algún balneario y viven su vejez acá. Desde el mundo se ve a este país como un lugar pacífico. Más allá de nuestras quejas, es un lugar pacífico. Allá hay una velocidad de autos y de gente que abruma. Pero este sitio, donde aún suenan pajaritos en algunos lugares o hay calles vacías de noche, resulta mágico para cierta gente.

—En el marco de tu carrera, ¿cómo se inscribe este programa?

—Fue una idea del canal. Al principio no lo veía mucho, sinceramente. Después lo fuimos adaptando: el formato se llamaba Españoles por el mundo. Le pusimos un conductor, que originalmente no lo tenía. Ahora estamos encantados. Lo producimos con Milton Dujó e Ignacio Varela, asociados con Film Suez y junto con el canal. Estamos muy contentos: ahora son nueve capítulos. Sería lindo que fueran 15 o 16 pero habría que ausentarse más tiempo, lo que no es fácil. El rodaje implica largas jornadas todos los días, sin respiro. No hay opción a que te duela la barriga o una muela. Está todo agendado. Y si perdés un día, se caen dos historias.

—Recorrieron varias ciudades de Estados Unidos y Canadá. ¿Qué impresiones te quedaron del viaje?

—Recomiendo todo el ciclo, pero si me preguntan por los puntos altos: no hay que perderse los capítulos de Quebec y de Chicago. Quedé maravillado. Chicago es ciudad gótica. Soy un blusero viejo y estuve en los lugares más mágicos del blues. Allí entrevistamos a Elbio Rodríguez Barilari, que trabajó en Sábado Show mucho tiempo. A Nueva York ya había ido, pero siempre hay algo por descubrir. Es la Gran Manzana desde todo punto de vista. Visitamos lugares conmovedores, como la zona cero donde estaban las Torres Gemelas. También tenemos una mirada diferente de Washington, en sus barrios. Y sobre todo están las historias. La esencia es mostrarle a la gente lo que hay detrás de lo que se percibe de forma inmediata. En todos los casos, la verdad no está a simple vista. Hay que buscar un poco detrás.

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