César Bianchi, en Zapicán
A ocho meses del día en que Zapicán recibió las visitas más encumbradas de su historia, los vecinos de este pueblo situado al norte de Lavalleja analizan con recelo las consecuencias que tuvo que se celebrara allí el primer Consejo de Ministros fuera de Montevideo.
Ese día muchos lugareños no durmieron la siesta para ver a Tabaré Vázquez y sus ministros de cerca, y realizarles sus reclamos.
Desde entonces, algunas cosas han cambiado.
El Ministerio de Salud Pública mejoró la infraestructura y la dotación de personal de la policlínica de Zapicán. Ahora luce remozada: tiene las paredes pintadas, un techo que no se llueve, buena iluminación, la sanitaria a nuevo y un considerable stock de medicamentos.
El médico rural Miguel Paradeda, director de la policlínica, afirmó que "no se puede decir que no se hizo nada". Paradeda es una suerte de prócer local al que todos veneran. En 1994 fue candidato a intendente de Lavalleja por el Frente Amplio.
Cuenta que le dijeron que imaginara la policlínica ideal y pidiera. Entonces, Paradeda gestionó la llegada de una enfermera en lugar de una segunda auxiliar de servicio excedentaria de AFE. Llegó Bárbara Briano, una joven pandense que se radicó en el pueblo. Desde su arribo, la policlínica ofrece atención domiciliaria.
Además, el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca a través de su programa Uruguay Rural prometió su apoyo a una red local de huertas orgánicas, que ya permite el autoabastecimiento de 25 familias y quiere seguir creciendo.
Por ahora, la red funciona gracias a la organización no gubernamental "Caminando" y al apoyo de la fundación Kolping, cuyos técnicos realizan un seguimiento mensual.
Los lugareños no se ponen de acuerdo respecto a si lo aportado a la policlínica y la promesa de ayudar a la red de huertas está a la altura de lo que Vázquez y los ministros prometieron hace ocho meses.
Los que votaron al Frente Amplio dicen que sí, que hay que esperar un poco y más obras se realizarán en el pueblo. Los que no votaron a Vázquez dicen que poco y nada ha cambiado en Zapicán.
El Frente Amplio no ganó en Zapicán. El Partido Nacional obtuvo allí 341 votos, el Frente Amplio 139, el Partido Colorado 106 y el Partido Independiente cinco.
Ocho meses después
Decir que es un pueblo que duerme la siesta no es una metáfora. A las dos de la tarde no hay nadie en la calle. Antes y después, los que tienen trabajo se desempeñan en empresas forestales o en campos comprados por estadounidenses, franceses o alemanes. La economía gira en torno de la ganadería y en menor medida de la forestación.
En Zapicán no hay sucursal de Antel, de OSE, de UTE ni del BPS: una vez por semana o cada 15 días vienen los funcionarios necesarios desde el pueblo José Batlle y Ordóñez, distante 27 kilómetros. Tampoco hay juzgado de paz, supermercados o bancos. Hay una comisaría, con enorme cantidad de ocio acumulada, y una iglesia que no tiene cura.
"Al venir a Zapicán hacemos un auténtico acto de gobierno", dijo Vázquez el 25 de abril.
Después llegó la hora de escuchar los reclamos y pedidos de más de 20 organizaciones sociales de la zona.
Se exigieron esfuerzos para la revitalización del transporte ferroviario para carga de madera, la apertura de oficinas públicas, incentivos para el sector agropecuario, reparación de un tramo de 40 kilómetros de la ruta 14 que la comunica con la 8, un mayor empuje a la forestación y ayuda para que el pueblo pueda contar con un complejo de viviendas de Mevir, entre más cosas.
"Acá no se pidieron imposibles, sino que hemos escuchado propuestas compartibles y realizables", respondió Vázquez.
Ocho meses después, el secretario de la Junta Local de Zapicán, Ricardo Vázquez, prefirió no opinar respecto a si los reclamos se cumplieron o no: "no quiero opinar sobre eso. Pregunte por ahí en el pueblo, que se va a enterar. Uno dice las cosas como son y queda mal... No salió nada de lo que se habló. Fue más un acto político que otra cosa. ¡Pero no quiero opinar!"
Francisco "Filipino" Fernández, el hombre a quien Vázquez le prometió acordarse de Zapicán en 1994, no pudo ir al Consejo de Ministros por sentirse indispuesto.
Fernández es el cuidador de la plaza del pueblo y además tiene un taller de calzados. Es uno de los pocos que confiesa haber votado a Vázquez, y por tanto, dice que todavía no es tiempo de analizar su gestión. "Acá parece que puede salir lo de Mevir", dijo esperanzado.
Se indigna cuando escucha protestar a sus vecinos porque no se arregla la ruta 14. "Hubo otros presidentes antes y no les pidieron nada. ¿Por qué no le pidieron bitumen a Batlle?"
Walter Román, un paisano jubilado de 64 años, que trabajaba para la Junta Local, también le da crédito al gobierno: "cuando se agarra un país con 150 años de crisis, al otro día no se puede cambiar todo. Recién van nueve meses de gobierno".
Román dice que en Zapicán "algo" ha cambiado, pero cuando se le piden ejemplos, duda en citar uno. "A ver (piensa)... la gente está esperanzada y optimista en que algo va a cambiar. Esperemos un poco a ver qué pasa".
Pero muchos zapicanenses no son optimistas. Creen que nada cambió, que difícilmente cambie mientras el Estado siga huyendo del poblado (en el Consejo de Ministros se evaluó cerrar la oficina del Correo y así dejar sin empleo al joven cartero, pero finalmente no se concretó).
En realidad existen dos Zapicán: por un lado está el próspero sector rural; por otro está el pueblo que parece fantasma, que duerme la siesta mientras en el campo trabajan los maridos de las amas de casa.
Las ruinas de una vieja estación de servicio de Ancap están en la entrada al pueblo como recuerdo de un pasado mejor.
El almacenero Carlos Acosta, quien vende a los conductores locales los combustibles que compra en Batlle y Ordóñez, pretende que el pueblo vuelva a tener una estación de servicio, y estaba dispuesto a invertir 40.000 dólares. Pero, dijo, ya se encargaron de desalentarlo.
A través de gestiones comenzadas en el mismo Consejo de Ministros con el titular de Industria, Jorge Lepra, Acosta llegó a hablar con el presidente de Ancap, Daniel Martínez, a quien le hizo conocer su deseo de abrir ¡por fin! una empresa en Zapicán.
Martínez y el gerente de ventas de Ancap le advirtieron que no sería rentable, que como mínimo debía vender 50.000 litros por mes. Él insistió con que habían poderosos estancieros extranjeros en el pueblo, que había más tractores y nuevos autos. "Si quiere invertir 100.000 dólares, haga lo que quiera", le dijeron.
Quedó contrariado por la respuesta. Más allá de la frustración, Acosta cree que después de la histórica sesión de gabinete, todo sigue igual. "Está todo como antes", dijo. "No hubo ninguna solución".
Acosta dice que la culpa de la falta de cambios es compartida: mitad del gobierno, mitad de la desidia de los vecinos.
La sagrada siesta
"El pueblo en sí es un poco desganado", dijo Acosta. "Si vos te quedás quieto y agarrás la moda de todos, te estancás. Acá hay gente que hace changas y ahora cobra el Plan de Emergencia, entonces piensan: ‘con 1.300 pesos del Panes y otros 1.300 de changas, no tengo que salir más a trabajar’. La gente se conforma con poco, no lucha mucho".
Según la viceministra de Desarrollo Social, Ana Olivera, se recibieron 138 solicitudes de ingreso al Plan de Emergencia en Zapicán: 52 fueron aprobadas y sus aspirantes ya han cobrado.
El almacenero Acosta cree que apenas diez merecen realmente el aporte del Panes.
Lidia Crossa, integrante de la ONG Caminando y maestra de los cursos de séptimo, octavo y noveno de la escuela 15 (en esta escuela rural se dictan los cursos equivalentes a ciclo básico liceal), también cree que el Plan de Emergencia no se aplica con justicia en Zapicán, y que sólo "tres o cuatro familias viven en la indigencia".
"Es verdad que tras la protesta de algunos vecinos, se les retiró el beneficio a algunos que se habían anotado y no lo precisaban, pero también hay algunas familias que están realmente muy mal y no han recibido el dinero", dijo.
La docente también coincide con Acosta en algunos apuntes sobre el pueblo y sus habitantes. "Es como si el pueblo no fuera de la gente. La ONG Caminando hace las cosas y es como que dicen: ‘yo no tengo que luchar por las viviendas, que lo haga otro, yo me quedo en casa, durmiendo la sagrada siesta’".
La directora de la escuela, Sonia Mazza, que está de licencia y fue entrevistada en su casa en Batlle y Ordóñez, piensa lo mismo. "Porque vayan el presidente y sus ministros al pueblo no va a cambiar una idiosincrasia que tiene 114 años: es chato, quieto, ha ido perdiendo población, instituciones y ha ido cayendo económicamente, hasta que casi desaparecieron sus comercios".
Mazza cree que la gente de Zapicán "se resiste a todo lo que sea cambio. La crítica está siempre en los hogares, en los comercios, en la calle. En Batlle hay cuatro planes Mevir, cuando la población se junta, sale adelante. En Zapicán hace 30 años que esperan un terreno para Mevir".
Mazza, que claramente confía en el gobierno y le da carta abierta para que a largo plazo satisfaga sus reclamos, dijo que vio cómo algunos pobladores "creyeron que el Consejo de Ministros les iba a cambiar la vida", mientras que otros "pensaron que era una ridiculez y se quedaron en sus casas".
Ella, que lo tomó como algo muy positivo, preparó una carpeta con las debilidades y fortalezas de la escuela. "Vimos que era la oportunidad de hacerle reclamos a los gobernantes, ya que estaban ahí, aun a sabiendas de que difícilmente se iban a cumplir".
Algunos de los reclamos eran: más recursos a los cursos de séptimo a noveno, una mayor dotación económica y de materiales para la escuela, un servicio técnico para las computadoras y algún funcionario más como auxiliar.
Dos meses después de haberle entregado la carpeta a un delegado de Vázquez, el ministro de Educación, Jorge Brovetto, le envió una carta contándole la buena impresión que se había llevado de Zapicán y de la escuela.
En la misiva también le dijo que el Codicen tiene autonomía y, por tanto, su ministerio poco podía hacer. Brovetto no se ofreció para hacerle llegar los reclamos al Codicen. Y el Codicen, por ende, nunca satisfizo las demandas.
Mazza no está desilusionada porque no esperaba mucho del Consejo de Ministros. "Teníamos claro que no iba a cambiar nada. Sí que era culturalmente algo muy importante, por ser histórico, una movida que dinamizó al pueblo y lo hizo trabajar en conjunto".
Para la maestra Crossa, en cambio, el Consejo de Ministros no fue más que un "escaparate". "Sigo pensando que sólo fue una promesa que el presidente cumplió y se terminó ahí. No hubo una respuesta a ningún pedido, ni escrita ni oral".
Lo único que Crossa reconoce como un logro es el apoyo (hasta ahora de palabra) del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca al proyecto de huertas orgánicas. "Nada más", dijo.
"No creo que la gente de acá se haya ilusionado. Vino más gente de Batlle y de Pirarajá que de Zapicán. La gente está defraudada de todo lo que es política. Por eso no se desilusionaron. Ya lo estaban".
Como Crossa, los pobladores de Zapicán dicen Batlle cuando aluden al poblado vecino Batlle y Ordóñez. Y todo el tiempo se quejan porque dependen para todo de Batlle.
Pedirle todo a Batlle
Norma Píriz, por ejemplo, se lamenta porque "los empleados de UTE, OSE y BPS vienen de Batlle. Para todo lo importante acudimos a Batlle", dijo. "Si tenemos un problema de luz hay que llamar a Batlle para que vengan a arreglarlo".
Píriz tiene 34 años. Está sentada frente a su casa junto a María de los Ángeles Perdomo, de 25. Los esposos de ambas trabajan como peones en estancias. Ellas cuidan sus casas y a sus hijos.
Ni Píriz ni Perdomo viven en la indigencia, pero igual pensaron en anotarse en el Plan de Emergencia. Finalmente no lo hicieron. La primera dice que los jóvenes que hacían las entrevistas en el pueblo no llegaron hasta su casa, y no quiso humillarse pidiendo llenar el formulario. La segunda tuvo una mala experiencia con las canastas del INDA, que le negaron, y para evitar que le sucediera algo parecido, no se inscribió en el Panes.
Perdomo cree que el Consejo de Ministros sólo sirvió para que los uruguayos sepan que existe un pueblo llamado Zapicán. "No cambió nada después que vinieron. Ahora parece que puede salir lo de Mevir", dijo con un optimismo controlado.
Teresa Melgar, de 58 años, quien atiende un almacén a la entrada del pueblo, fue una de las que no asistió al evento histórico de abril.
"No fui. ¿Para qué iba a ir si ya sabía que no iba a cambiar nada? Prometen, prometen y nada. Si acaso, parece que puede darse lo de Mevir", afirmó.
Marlene Tajes tampoco fue al Consejo de Ministros. "Yo no los voté, no me entusiasmó que vinieran", argumentó. Su marido, Eduardo Chávez, parece ser la única persona que suda al trabajar en el Zapicán urbano. Está todo engrasado en su gomería, junto a su hijo Gonzalo.
"Este pueblo es el far-west. Para todo hay que llamar a Batlle. Dependemos siempre de Batlle", dijo Chávez. "Habría que ponerle una bomba y que explote. Acá lo único que funciona es el campo: tenemos hacendados de Estados Unidos y Canadá".
Gonzalo, de 17 años, estudió hasta noveno en la escuela 15 y después mecánica en la UTU... de Batlle. Está ayudando a su padre en la gomería, para no aburrirse.
Chávez cree que si a la brevedad no se abre una fábrica en el pueblo, la juventud está condenada a irse. También la propia localidad tiene sus días contados, para él. "Pueblitos como éste tienden a desaparecer porque dependen del campo, y éste del precio del dólar. Así las cosas no caminan".
El más gráfico para ilustrar la dependencia de Zapicán es Leonardo Amaro, de 37 años, quien está jubilado como electricista por incapacidad física. "Acá la gente no nace, no muere, no se casa, ni se divorcia. Acá no pasa nada", dijo. Sucede que en Zapicán no hay un juzgado de paz. Para registrar un nacimiento, una muerte, casarse o divorciarse hay que apelar a Batlle.
"Qué va a cambiar... La gente quería y votó un cambio, pero sigue todo igual", dijo Amaro.
Tedio y nostalgia
Una casa tiene la puerta abierta y desde la vereda se puede ver a una numerosa familia reunida. Están mirando la televisión mientras se ponen al día charlando. Como ésta, muchas casas tienen sus puertas abiertas.
Los dueños de casa Guillermo Sosa e Irma Mautone están recibiendo a su hija Isabel, de 24 años, y sus sobrinos Patricia y Julián Martínez, de 24 y 26.
Isabel Sosa estudia magisterio en Minas, Patricia Martínez está en quinto año de Facultad de Derecho en Montevideo, y su hermano Julián está en segundo de Humanidades. El jefe de familia es ganadero y su señora ama de casa. Dicen que el Consejo de Ministros no tuvo consecuencias favorables para el pueblo, que todo quedó en la nada.
Los jóvenes, en tanto, están de vacaciones y curiosamente ya no veían la hora de llegar a Zapicán. Admiten la quietud del pueblo, pero confiesan que extrañaban. "Es súpertranquilo, no hay ruido, es ideal para descansar", dijo Julián.
Para los jóvenes como él ni siquiera hay un boliche para ir a bailar un fin de semana.
La única alternativa de recreación para ellos es el cibercafé de la plaza, al lado de la comisaría.
Nicolás Quintana atiende el cibercafé y, además tiene dos cabinas telefónicas que le cedió Antel. Quintana gana el 50% de las llamadas locales o nacionales de las cabinas, pero nada en caso de llamadas a celulares. A su vez, obtiene el 6% de ganancia en la venta de tarjetas de Telecard, pero no gana nada si vende una de Ancel.
"Antel me cobra los teléfonos por mes, pero no me cobra la tasa fija y me hace un descuento del 50% en la factura. Yo, a cambio, presto un servicio, y a ellos les sirve", explicó.
Tiene 26 años y una hija de seis. Nunca se animó a salir del pueblo: vive junto a los abuelos que lo criaron y no quiere dejarlos solos. Terminó el liceo viajando todos los días a Batlle. Entonces quiso ser periodista, pero ningún medio de prensa quiere tener un corresponsal en Zapicán.
Sólo trabajó como cronista cuando escribió para el periódico El Pueblo... que se edita en Batlle.
Quintana dice que no es fácil ser joven y vivir en Zapicán. "Salís afuera y no ves pasar a nadie. Pero te acostumbrás".
Él era quien traía los diarios de circulación nacional a Zapicán, hasta que hace un año dejó de hacerlo porque no obtenía ganancia, descontada la devolución y el flete. Si alguien en Zapicán quiere leer un diario debe pagar su precio más 25 pesos de flete. Por eso no hay kioscos.
Quintana trabaja todos los días sin descanso, de las 8 de la mañana hasta la madrugada, en un cibercafé con tres computadoras y pocos usuarios. A su ganancia mensual (unos 3.000 pesos) le suma la de su esposa, que trabaja en un almacén. Además, ella está anotada en el Panes y ya le han pagado un par de cuotas. "No tiramos manteca al techo, pero vamos tirando".
Sólo por curioso, Quintana se acercó a la carpa presidencial el 25 de abril. Dice que prometieron mejoras, pero nada cambió. "Se rumorea que ahora puede salir lo de las viviendas de Mevir", dijo.
Exactamente al lado del puesto de Quintana está la comisaría de la 11a. sección. El único agente presente es Raúl Vera. Dice que hace un año y medio ocurrió el último delito: fue un abigeato. En realidad, corrige, hace dos meses un perro de un estanciero mató dos terneros y su dueño tuvo que declarar. Dieron vista al juzgado de Batlle y Ordóñez. "Nada más. Todo muy tranqui", dice. Son 12 los policías que trabajan allí.
Media hora más tarde él y dos más tomaban mate sentados en un murito frente a la comisaría. El comisario Jorge Amaro estaba en el juzgado de Batlle, por el caso del perro devorador de terneros.
Aunque todos hablan de que por fin llegarán las viviendas de Mevir, la docente Lidia Crossa dijo que eso no tiene nada que ver con la visita de Vázquez. "Ningún gobernante de los que vinieron hizo nada para que salga lo de Mevir. Tampoco hizo nada el intendente Vergara. Fue iniciativa nuestra nomás".
Cuando dice "nuestra" se refiere a la ONG Caminando. Dice que lo único que cambió fue que apareció un donante de un terreno de una hectárea y media, donde se construirán las fincas. Espera que a la brevedad llegue un ingeniero desde Montevideo y que este año se empiece a edificar.
"Insisto: no se puede decir que Mevir sea un resultado del Consejo de Ministros".
Para ella, como para muchos vecinos, el fugaz pasaje de Vázquez por Zapicán y toda la parafernalia mediática que rodeó al Consejo de Ministros no fue más que un lindo gesto. "El presidente huyó. Estuvieron una hora y poco, y se fueron. Fue todo un acto de demagogia. Los escolares tenían regalos para el presidente y no se los pudieron dar".