Vivir en el ciberc@fé

| Los cibercafés se multiplican como hongos. Se cree que ya hay más de 500. Para miles de uruguayos son la única posibilidad de comunicarse con sus seres queridos.

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Joel Rosenberg

Marina sujetaba fuerte el delgado soporte del micrófono. Parecía querer apretar el momento, guardar esos instantes. Tenía los auriculares puestos y la mirada clavada en el monitor de la computadora.

"Mira al Santi con el chupete. ¡Qué divino!", señaló al ver en la pantalla a uno de sus tres bisnietos, de poco más de 1 año.

Marina tiene 86 años y se está acostumbrando a ver crecer a sus bisnietos a través de la computadora. En 2002 su nieto, Andrés Castellini, emigró a España porque no tenía trabajo como carpintero y el sueldo de su esposa no alcanzaba para mantener a la familia.

Desde entonces, todas las semanas Marina va con su hijo Mario —el padre de Andrés— al cibercafé Punto PC de la calle Ejido; allí conoció la sonrisa de Santiago, el nuevo bebé de la familia.

Mario es quien maneja la computadora. Nunca había tenido contacto con una antes de que emigrara su hijo pero aprendió lo básico con Gustavo González, que hasta fines de octubre fue el encargado del cibercafé y que se acostumbró a la tarea de la docencia, sobre todo con las personas mayores de 50 años.

Además, González aprendió a escuchar ya que, en su trabajo, se transformó en confidente de las tristezas y alegrías de quienes llegaban a comunicarse con el exterior. Incluso, en muchos casos, manejaba las contraseñas de los clientes porque muchos de los nuevos usuarios de los cibercafés no saben abrir su casilla de correo.

Es el caso de Venus Pintos, que va al cibercafé a comunicarse con su hijo José Luis, que emigró a Palma de Mallorca donde trabaja de chef. "Me conectan y hacen todo acá, yo no entiendo nada. Mi hijo me explicó que me olvidara del teléfono, que esto es más barato y acá estoy", contó.

El 2 de octubre, Pintos llegó al local para saludar a su hijo, que cumplía 36 años. Le conectaron la cámara y, como José Luis también tiene una en su casa, ambos pudieron verse.

"Feliz cumpleaños mi amor. Sí, sí, te veo bien. Divino, te veo divino", le dijo Pintos a su hijo mientras lo observaba en el monitor.

Sin cifras oficiales

Como Venus y Marina, como Andrés y José Luis, acá y allá, miles de uruguayos entrelazan cada día sus vidas a través de una computadora.

Como González, cada día, cientos de encargados de los locales ofician de instructores de computación y psicólogos, enseñando y escuchando a quienes por un precio que oscila entre los diez y 20 pesos la hora, hablan, escriben, ríen y lloran.

La comunicación se realiza por correo electrónico o por las "salas de conversación" (chat) y en muchos casos tiene el agregado de una cámara que, conectada a la computadora, transmite las imágenes de quienes se hablan y escriben.

Según los encargados de más de 30 cibercafés montevideanos consultados, el contacto con familiares y amigos emigrados es lo que motiva entre el 60% y el 90% del movimiento comercial de estos locales.

Estos números coinciden con los de un estudio de 2002 de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación titulado Imaginario y consumo cultural, primer informe nacional sobre consumo y comportamiento cultural. Allí se sostiene que el 56% de los uruguayos que usan internet lo hace para comunicarse con amigos y familiares en el exterior.

Según ese estudio, en 2002 sólo un 6% de quienes usaban internet lo hacían en los cibercafés.

Sin embargo, desde entonces la cifra debe haber aumentado ya que los cibercafés se han multiplicado como hongos. Susana Domizain, una de las autoras del informe, reconoció que el porcentaje de uruguayos que usan estos locales debe haber crecido ya que "se puede ver una especie de estallido de los cibercafés", pero señaló que no existen datos oficiales. En las páginas amarillas figuran 117 cibercafés sólo en Montevideo.

Juan Piaggio, asesor técnico de la Unidad Reguladora de los Servicios de la Comunicación (Ursec), señaló que, según datos extraoficiales, existen unos 300 cibercafés. "Pero esa cifra sale de un estudio de Antel de febrero, ahora debe haber más de 500 en Uruguay".

Piaggio dijo que lo lógico sería que los cibercafés tuvieran que registrarse, más aún en el caso de tener servicios de llamadas internacionales. "Muchos lo han hecho y están están en regla, pero son una mínima proporción. No hay un marco legal para obligarlos a hacerlo".

Sin café

Según la edición de julio de 1997 de la Guía de la Computación de Uruguay el primer cibercafé uruguayo abrió en junio de ese año, en Pocitos.

Ese local llamado Cybercafe, que ya no existe, ofrecía un espacio amplio y, además, vendía café.

Hoy, aunque suene paradójico, en la gran mayoría de los cibercafés, café es lo único que no se vende. En cambio, se ofrecen golosinas, cigarrillos, bebidas, artículos de papelería, insumos de computación y películas fotográficas. Pero no café.

Uno de los primeros en abrir en el centro de Montevideo fue el Cibercafé Del Chino. Allí hay 30 computadoras y un completo kiosco de golosinas y artículos de computación. El local está en Tacuarembó casi 18 de Julio y casi siempre está lleno.

Ariel Acosta es uno de los encargados del Cibercafé Del Chino desde que abrió en octubre de 2000 y tiene la impresión de que el negocio va bien. "Esto funciona cada vez mejor. El tema del contacto de los familiares con el exterior explotó hace un año y cada es vez más grande".

Acosta recordó que "tres años atrás venían bolivianos y peruanos a hablar con sus familias. Ahora son uruguayos que hablan con sus familiares, con la gente que se va".

Incluso algunos de los empleados del local Del Chino se han visto obligados a comenzar contactos con el exterior, igual que los clientes. Edson, por ejemplo, se conecta desde hace un año todas las semanas con su hermana en Lloret del Mar, España. "Ella es moza allá y está con el novio. Me conecto de acá con la cámara y aprovecho para verla", contó.

En cambio, otros dueños y empleados de nuevos cibercafés encontraron en el negocio la oportunidad que necesitaban para no tener que emigrar.

Daniel Hernández era jefe de ventas de una empresa, lo despidieron y ahora tiene un cibercafé en camino Maldonado, en Bella Italia. "O hacía algo o me iba del país. Arranqué para este lado aunque no sabía nada del tema", relató.

Gustavo, que prefiere no decir su apellido, estaba desempleado y con un amigo, también desempleado, abrió el Ciber Plaza, frente a la plaza de Bomberos. "Yo tenía la idea de que la gente se iba mucho. Pero hasta abrir el local el año pasado no sabía que era tanto", señaló.

Incluso algunos de sus antiguos clientes emigraron. "Me pasó que mucha gente que venía y se comunicaba desde acá, de pronto apareció un día para saludar y avisar que se iba. Eso es impresionante", contó.

Llantos, risas

Los cibercafés montevideanos son muy heterogéneos, se ve de todo en materia de tamaños. Desde un garaje reciclado con cuatro computadoras amontonadas hasta enormes locales con más de 30 máquinas.

Sin embargo, en la mayoría de los casos las computadoras están separadas unas de otras por escasos centímetros; el diseño interior parece obedecer al intento de colocar la mayor cantidad de máquinas en el menor espacio.

En ese marco, es muy difícil tener privacidad ya que cualquiera puede ver o escuchar la comunicación del otro.

Pero, frente a la pantalla, cada uno parece estar en su mundo, ignorando al resto.

"Si tengo que llorar, lloro. Si me tengo que reír a carcajadas, me río. No me importa nada la gente alrededor", contó Claudia Fernández, quien tiene 26 años y se comunica con su madre y su hermana, que están en Madrid.

Tampoco Estela Dodera se priva de llorar. Se comunica desde un cibercafé de Colón con su hija que está en Málaga. "Me emociono mucho cuando conecto la cámara. A veces prefiero no ponerla porque si la veo y ella me ve nos ponemos a llorar las dos, es un melodrama". Dodera no puede superar la separación. "Uso la computadora porque ya no puedo bancar el costo del teléfono. Ella tiene 21 años nada más y yo estoy quebrada, era mi amiga".

Mabel Travieso, en cambio, opta por llorar en el camino, antes de entrar al cibercafé. Tiene 58 años y escribe cartas a mano para sus dos hijos que están en Portugal. Después, en el cibercafé Cibermedia.com.uy de la avenida Lezica, se las pasan a la computadora y se las envían a sus hijos. "Escribo en el ómnibus y la mayoría de las veces voy llorando mientras lo hago", contó. "Primero se fue el más chico, Santiago, de 24 años. El grande, Sabelio, de 28, decía que cuando se fueran todos iba a haber trabajo para los que quedaban. Pero ya ve, se fue también", contó emocionada.

Hace poco sus hijos le mandaron una foto de ambos. "Abarcaba toda la pantalla. Me la imprimieron y cuando salí del cibercafé me fui llorando. Esto es terrible, le aseguro que no es nada lindo".

Llamadas salvadoras

En el Centro y Cordón existen zonas con una impresionante densidad de cibercafés. En el espacio comprendido entre las calles Mercedes, 18 de Julio, Ejido y Minas hay más de 20. Incluso en la calle Vázquez, entre 18 y Colonia, hay tres locales en 20 metros, casi pegados uno al otro.

Uno de esos es el cibercafé The Night. El local, que llama la atención por las lucecitas de colores en sus ventanales, tiene más de 30 computadoras, que en el horario de mayor afluencia, por la tarde, están todas ocupadas. Pero eso no alcanza para volverlo redituable, según su dueño Fernando Meizozo.

"El negocio está cayendo. La competencia en esta zona es terrible: hay más de diez locales en esta manzana y la siguiente. Los precios de hoy, de 12 pesos la hora de conexión, no cubren los costos", señaló.

Meizozo contó que intentó sin éxito reunirse con sus competidores de la zona y unificar un precio. "Lo ideal sería entre 15 y 18 pesos la hora", explicó.

Pero lo cierto es que la tarifa sigue bajando en esa y otras zonas. En la mayoría de los locales hay ofertas de cuponeras que reducen el costo hasta cinco pesos la hora. Y también se venden minutos sueltos a 25 centésimos cada uno.

Ante esta situación, algunos buscan reciclarse. Pedro Etchegaray, dueño del cibercafé Santiago frente a la Intendencia de Montevideo, aseguró que "es imposible competir en la conexión a internet con los precios de fracciones de peso". Etchegaray señaló que colocará la conexión a internet sin costo.

Su local cuenta con kiosco, papelería e insumos de computación, así que "se darán tantos minutos por cada compra", explicó.

Coincidiendo con el pensamiento de Etchegaray, muchos dueños de cibercafés del Centro y Pocitos, donde más densidad de locales hay, reconocen que la venta de insumos y otros servicios extras —como las impresiones que se cobran a tres pesos la carilla—, dejan un mayor margen de ganancia que los minutos de conexión a internet.

Como punto fuerte de los servicios extra se encuentran las llamadas internacionales.

Marcelo Veglienzone, dueño del local de Ciber. Com, en Pocitos, aseguró que tienen sólo cuatro máquinas porque la ganancia está en las llamadas de teléfono, los envíos de faxes y los insumos de computadora que vende. "Internet es un llamador. Con eso salvás los costos, nada más".

Trabajo y confort

Además de la comunicación con familiares y amigos, hay otros rubros que generan clientes a los cibercafés.

Es común ver gente estudiando o trabajando en ellos durante mucha horas.

Marcelo Perugorría, por ejemplo, se dedica a vender pescado a través de internet. Trabaja en la empresa Mar Polar, y pasa de diez a 15 horas diarias en un cibercafé, dos o tres veces por semana. Perugorría se encarga de ingresar en la red a "salones de negocios", donde vende las merluzas, brótolas, corvinas y los calamares que su empresa le compra a las pesqueras para luego negociar.

"Son salas de negocios en red. Se vende sobre todo a Canadá, Noruega, Estados Unidos. Vendemos pescado fresco y también procesado, en especial milanesas de merluza, elaboradas acá en Uruguay".

Como pasa tantas horas en el cibercafé, a la salida de la escuela su hijo pasa por allí para saludarlo.

Además, por los horarios de algunos de esos países, el trabajo de Perugorría se extiende muchas veces hasta la madrugada. Por eso prefiere trabajar desde un cibercafé cercano a su casa, en el Centro, que trabajar en la sede de la empresa, en Maroñas.

"Es un tema de comodidad. Acá se puede trabajar bien, el cibercafé es tranquilo e instalo mi oficina acá mismo".

La idea de conquistar público a través del ambiente tranquilo y confortable es una de las estrategias que siguen varios cibercafés ante tanta competencia.

Quizá el caso más notorio es el del Café Universitario que cobra 18 pesos la hora pero ofrece mucho confort. Está en 18 de Julio y Acevedo Díaz y tiene unas sillas rojas reclinables —con respaldo alto, rueditas y posabrazos—, aire acondicionado y también baños, servicio del que carece la mayoría de sus competidores.

Alejandra Rodríguez, una de las encargadas del local, explicó que "acá no te estás codeando con el de al lado, hay espacio. Además hay seguridad y no hay juegos, por lo que no hay adolescentes".

Otro cibercafé de lujo es Aquarius, donde al levantar la cabeza por sobre el monitor se puede observar el Río de la Plata. María del Pilar Vega, encargada del local que abrió hace dos meses en la rambla y avenida Brasil, explicó que se apunta mucho más allá del cibercafé. "Acá hay un video club, cafetería, librería. Esto es un espacio cultural".

Vega explicó que dejaron una zona especial en el sótano, aislada, para que jueguen los niños y los adolescentes.

Jugar a morir

La idea de alejar los juegos (y los gritos de los adolescentes) no es exclusiva de los cibercafés Universitario y Aquarius; es una estrategia para atraer otro público.

Pero no todos se pueden dar el lujo de hacerlo porque los juegos traen muchos clientes.

Incluso surgieron cibercafés exclusivos de juegos donde la juvenil clientela puede divertirse a gusto.

El cibercafé New Gamers, en Berro casi avenida Brasil, cumple con todas las condiciones para los fanáticos. Detrás de ventanales tapados con cortinas oscuras se esconde un enorme local iluminado casi exclusivamente por la luz que irradian las 32 pantallas.

Allí, un grupo de jóvenes que rondan los 20 años gesticulan y gritan por sobre la música que suena a alto volumen; un ambiente que difiere de un boliche sólo porque las mujeres escasean.

Según explicó su dueño Ernesto Garrido, el local abrió en junio y apunta a "funcionar las 24 horas los 365 días del año".

La mayoría juega al Counter strike. "Es un juego de terroristas y contra terroristas donde podés elegir quién sos. Un juego de acción, muy realista", explicó.

El juego está de moda a nivel mundial, dato que, según Garrido, es importante "porque además de poder jugar en red contra los otros 30 que están en el local se puede jugar contra un argentino o un alemán".

La edad de quienes concurren cambia con el horario: hasta la noche son adolescentes y después llegan los mayores de 18. Para los fines de semana se reservan las máquinas con varios días de anticipación. La reserva va de medianoche hasta las diez de la mañana. Juegan, por 80 pesos, toda la noche, ¡las diez horas de corrido!

Garrido explicó que esto ocurre todos los viernes y sábados y que "jugar diez horas de corrido no es mucho si te gusta. Hay gente que llega a jugar 24 horas sin parar".

Pornografía sin control

Además de los locales de juegos, otros cibercafés abren las 24 horas, sobre todo en el Centro.

El ambiente cambia según la hora del día. Las mañanas son muy tranquilas y casi todos están semivacíos. La gente comienza a llegar después de las 16. Sobre las 18 horas es el horario pico en muchos locales.

A la noche todo vuelve a cambiar, al menos en ciertos cibercafés. Viciado con el humo del cigarro (pese a los obvios perjuicios sanitarios, fumar está permitido en casi todos los cibercafés) el ambiente va cambiando. En esos momentos es cuando hay menos luces y más páginas pornográficas de internet abiertas.

El acceso a la pornografía desde los cibercafés no tiene reglas. "Se está recabando información de varios países para lograr un marco específico", explicó Walter Senatore, director de Espectáculos Públicos del Iname.

Senatore aclaró que el Iname aplica las normas que prohíben la exposición de pornografía y el contacto de los menores de edad con material pornográfico, pero reconoció que "no hay nada estipulado en forma específica". Por eso "el cuidado queda en manos de los encargados".

Lo cierto es que en muchos cibercafés se ve claramente cómo se baja pornografía sin ningún cuidado por quién pueda observarla. También ocurre que, en algunos locales, ya conocen a los que realizan estas prácticas y los colocan en máquinas especiales cuyas pantallas quedan escondidas al público en general. Algunos pocos locales tienen un área especial. Por ejemplo el cibercafé Azul, en Mercedes y Minas, cuenta con tres máquinas ubicadas al fondo del local que tienen las pantallas colocadas en forma horizontal, mirando hacia el techo, para que sólo las pueda ver el que las usa.

Por ahora todo está en manos de los encargados y de su buena voluntad. "La idea es para fin de año tener la normativa pronta y terminar con esta situación", dijo Senatore.

Todos los barrios

Algunos de los cibercafés de los barrios más periféricos todavía cuentan con el beneficio de no tener competencia cerca.

Es el caso de Cibermedia.com.uy en la avenida Lezica. Graciela Díaz, su encargada, aseguró que el competidor más cercano está a 15 cuadras. "Llega gente desde Las Piedras, también del complejo Verdisol, que está a 20 cuadras. Vienen caminando. Muchas veces entran sólo para mostrar a los niños lo que es una computadora".

Díaz dijo que allí se han dictado cursos gratuitos de internet y que se le fía a los clientes más pobres porque a veces no llegan a los diez pesos con las monedas que traen.

Hace tres meses, en el Cerro, se instaló el cibercafé Aquariumail. Está en la calle Bulgaria, alejado de los otros cuatro cibercafés del barrio y cerca de Casabó, Pajas Blancas y Los Bulevares, que no tenían otro cerca.

Como el local abrió cerca de su casa, Karina, de 27 años, se animó a escribir un mensaje de correo electrónico por primera vez en su vida. Los encargados del cibercafé le enseñaron a conectarse a internet y ahora ella espera que su correo le llegue a su hermano Marcelo, que está en Nueva Jersey desde hace tres años.

Karina y su madre René llegaron al local con dos cartas escritas a mano y, de forma muy lenta, las copiaron a la computadora. "Queremos empezar a contactarnos así porque por teléfono no podemos", señaló René.

En Contraseña, el cibercafé de Bella Italia, también hay clientes que vienen de lejos y que tienen sus primeros contactos con una computadora. "Hay una familia que llega caminando desde Punta de Rieles, que son como 30 cuadras. Una vez eran nueve tirados alrededor de una máquina para poder mostrarse en la camarita y comunicarse con la familia en el exterior", contó Hernández, su dueño.

Los perros también

Cada día abren más cibercafés y cada día más uruguayos aprenden a comunicarse. Quizá como consecuencia de la emigración, que se ha cuantificado en 82 personas por día.

Incluso, algunas familias ya tienen más integrantes en el extranjero que en Uruguay.

Marta, de 43 años, va al cibercafé de la avenida Lezica con su hija Patricia, de 19. A esta altura ya son más los de la familia que están en Estados Unidos que los que quedan acá. "Allá tengo dos hermanos, un hija, primos, sobrinos. Son como 12. Acá quedamos con mi hija y mi marido, nadie más," contó Marta.

Hace pocas semanas, Isabel Lomba fue un domingo al cibercafé Contraseña, en Bella Italia, y se comunicó con sus hijos que están en Valencia, uno de sus hermanos, que está en Palma de Mallorca y con unos amigos que emigraron a Estados Unidos.

Ese día la acompañó al cibercafé su otro hermano, que todavía vive en Uruguay y llevó a sus dos perros.

A uno de los animales lo colocaron frente a la cámara y empezó a ladrar. Como miles y miles de uruguayos cada día, el perro había reconocido a un ser querido en la pantalla de la computadora.

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