Joel Rosenberg
A los 79 años Ana tenía proyectos, estaba muy activa y con más bríos que muchos jóvenes", contó Abel Bronstein, director ejecutivo de la Comunidad Israelita del Uruguay, donde Ana Benkel de Vinocur trabajaba.
Quizás muchas personas tengan proyectos a los 79 años, pero pocas tienen una historia de vida como la de Vinocur, quien se empecinó en sobrevivir al Holocausto con la idea de que alguien tenía que contarlo. Así lo hizo. Padeció el horror nazi y sorteó la muerte de las formas más increíbles. Luego, durante décadas, relató la historia de la barbarie. Sin odio, pero sin perdón, porque "para eso está Dios".
Vinocur nació en Lodz, Polonia, el 25 de setiembre de 1926, y llegó a Uruguay en 1947, donde murió el sábado 7.
Tenía sólo 14 años cuando los nazis convirtieron su barrio en un gueto y a ella, y otros 200.000 judíos, en esclavos. Allí estuvo desde 1940 hasta mediados de 1944. "El hambre era tan tremendo que de noche no se podía conciliar el sueño. La gente moría del hambre. Mirábamos el reloj, contando las horas para que llegara el momento en que nos dieran otro pedacito de pan", contó en una entrevista publicada el 8 de setiembre en el semanario Voces del Frente.
En Lodz perdió a su hermano Leibush, que tenía 10 años cuando los nazis se lo llevaron. Su familia lo entregó, porque los nazis les habían prometido llevar a los niños a un lugar mejor. "Jamás pensamos, de ninguna manera, que los alemanes iban a matar niños. ¿Por qué iban a matar niños? ¡No se nos ocurrió nunca!", narró en esa entrevista.
Bronstein cuenta que Vinocur siempre decía que el gueto no había sido lo peor. El infierno lo conoció en Auschwitz. Apenas llegaron allí, Ana perdió a su padre y su hermano mayor. Enseguida supo que los niños y los viejos iban directamente a las cámaras de gas. "Aquí no hay secretos. Ustedes entraron por la puerta y van a salir por la chimenea. Ya vas a entender todo", le dijo una capo nazi.
Cuando a Ana la seleccionaron para morir, fue la única que gritó bien fuerte. Le pidió a su madre que no lo permitiera. Por algún motivo el oficial nazi que la había elegido no la ejecutó allí mismo y la dejó volver con su madre.
Otra vez, Vinocur salvó a su madre de forma increíble. "Los nazis estaban separando a las personas más débiles para un lado y las más jóvenes para el otro". Los que todavía podían trabajar sobrevivían. Los otros iban a la cámara de gas. "Miro a mi madre y la veo muy pálida. De pronto siento algo debajo de la planta de mi pie. (...) Me agaché y había una pequeña cascarita de remolacha. Yo le dije a mamá: ‘esto debe de haber caído del cielo. Voy a hacer un pequeño maquillaje en tus mejillas’. Y quedó tan bien que la mandaron conmigo. Quedé tan contenta que fue la única vez, en muchos años que hubo una sonrisa en mí. Yo le decía a mi madre: ‘mamá, vamos a salir por la puerta y no por la chimenea’", contó en Voces del Frente.
Pero su madre no soportó el siguiente escalón en el descenso al infierno nazi. En 1945 las mandaron a Stutthof, un campo de exterminio que empequeñecía el horror de Auschwitz. Allí, junto con miles que morían de tifus con sus rostros cubiertos de insectos, su madre falleció en sus brazos.
Ya al borde de ser vencidos, los nazis embarcaron a los sobrevivientes de Stutthof para trasladarlos a una nueva prisión. Los barcos iban cargados de municiones y los aliados —que nunca atacaron las vías de tren que llevaban a Auschwitz— los bombardearon. Pero milagrosamente su buque no explotó. Días después la guerra terminó.
Luego de dos años de internación en hospitales de Alemania llegó a Uruguay en 1947. Llegó a este país porque desde aquí su hermano Enrique le había escrito la carta con la mejor noticia que recibió en su vida: que estaba vivo.
Bronstein, a quien la familia de Vinocur le pidió que hablara en su entierro el 8 de enero, destacó que Ana contó una y mil veces su historia a todos los que quisieran escucharla. "También en el Colegio Alemán, donde la invitaron varias veces". Uno de sus últimos relatos fue en el último acto de conmemoración del Holocausto. Ana no iba a hablar pero al final lo hizo y sus palabras fueron grabadas. "Esto fue algo providencial, que nos está permitiendo mantener su mensaje a través de su imagen y su voz", dijo Bronstein.
Vinocur dejó tres libros: Un libro sin título, Luces y sombras de Auschwitz y La vida después de Auschwitz. Escribirlos era su obligación, dijo en su sitio de internet, www.anavinocur.com: "siempre tuve presente que los que sobrevivimos a la hecatombe nazi tenemos el deber de narrar nuestra historia. Es un triste recuerdo o una terrible pesadilla, pero es necesario relatarlo para que las futuras generaciones no permitan que esto se repita jamás".
"Ojalá nunca se repitan sucesos tan trágicos y terribles. Lo que ocurrió con nuestro pueblo y con otros. Porque en la guerra nazi fueron aniquilados o murieron 50 millones de seres humanos. Al pueblo alemán no le tengo rencor, porque no todos tenían culpa de lo que ocurrió. Muchos inclusive arriesgaron sus vidas para proteger y esconder familias judías. Y por eso no se debe generalizar. Pero a los nazis jamás los podemos perdonar", dijo en Voces del Frente.
Vinocur guardó silencio sobre su experiencia durante 20 años. Sólo cuando los neonazis comenzaron a decir que el Holocausto no había existido decidió contar su historia. "Les voy a decir algo que no me van a creer: a mí me hubiese gustado hablar con ellos. Nunca me llamó nadie, ningún neonazi, para decirme de dónde yo saqué todas estas mentiras. ¡Ojalá todo esto fuera mentira!".