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“Sentí a Dios”: estudian terapia con “hongos mágicos” y ayahuasca para tratar depresión y adicciones

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Drogas psicodélicas. Foto: Nicolás Pereyra.

DROGAS PSICODÉLICAS EN URUGUAY

Hay un renacimiento de los estudios científicos sobre los psicodélicos. En la Udelar un grupo de expertos quiere realizar investigaciones clínicas para explorar el potencial medicinal.

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Hace tiempo que Jimena esperaba por un viaje de psilocibina, los llamados “hongos mágicos” o cucumelos. Le habían contado de su supuesta utilidad para tratar casos de adicción y depresión y de la tendencia mundial con estudios científicosque van en esa línea. Ella, a sus 43 años, esperaba poder cortar de una vez y para siempre con el camino destructivo del alcohol gracias a ese alcaloide que tiene efectos psicodélicos y se encuentra en unas 200 especies de hongos, como los Psilocybe y Stropharia.

Jimena (el nombre es falso, fue cambiado para preservar su identidad) se acostó en el sillón del living de su casa y cerró los ojos. Puso música clásica en los parlantes. Se había tomado dos días libres en su trabajo y estaba acompañada por un médico que conoce del tema y es de su extrema confianza. Siguiendo una guía tanto en lo que refiere a la dosis como a los pasos a dar, masticó unos pocos hongos secos. Sintió algo de sabor amargo, como a tierra, pero nada desagradable. A eso le sumó una cápsula con hongos triturados y otra parte mezclada con limón.

Un rato después empezó a sentir sensaciones en el cuerpo y un paseo agradable. “Pero luego los hongos me fueron acercando hacia mi propósito”, dice y se ríe con cierta tristeza. Empezaron fuertes arcadas y sintió como que estaba envenenada. “Fue una tortura mental, algo me decía que era el alcohol”, recuerda hoy desde su casa en la costa de Canelones.

El terapeuta intentaba calmarla. Al rato ella abrió los ojos. Fue al baño y se miró al espejo. Lo que vio reflejado era “una vieja llena de arrugas, obesa”, dice. Después salió al fondo de su casa y caminó como una anciana.

El solitario viaje duró unas seis horas y el alivio llegó cuando volvió en sí. “Ahí vi que, si seguía en esta carrera, me iba a morir”, dice. Desde aquel momento —pasaron 74 días— no ha probado más alcohol y asegura que se siente mucho mejor.

Esta es la historia de Jimena y su caso no es tan extraño.

Después de décadas con todos los estudios detenidos en el contexto de la guerra contra las drogas, en el mundo hay un “renacimiento” de los estudios científicos sobre los psicodélicos —como la psilocibina pero también el MDMA (éxtasis), la ibogaína y la ayahuasca—, drogas capaces de alterar la conciencia y que en algunos casos provienen de plantas. Cada vez hay más investigaciones vinculadas a depresión, adicciones y estrés postraumático, entre otros trastornos.

Es un tema sobre el cual no hay unanimidades. Como se relata en un recuadro más abajo, muchos expertos —tanto psiquiatras como toxicólogos— desaconsejan el consumo de estas sustancias porque aún no existe evidencia contundente de sus beneficios para tratar, por ejemplo, adicciones.

Pero en pocos años nacieron una cantidad de centros que trabajan en el desarrollo de la terapia psicodélica y en posibles fármacos, algunos de los cuales ya están en fase dos y tres. Es el caso del Centro de Investigación Psicodélica y de la Conciencia de la Universidad Johns Hopkins en Estados Unidos, el Centro para la Investigación Psicodélica del Imperial College de Londres en Inglaterra y el Departamento de Neurociencia y Ciencias del Comportamiento de la Universidade de São Paulo en Brasil, entre otros.

En forma paralela, en varios lugares de Estados Unidos se ha avanzado en la despenalización de los psicodélicos: a inicios de octubre Seattle aprobó una resolución que impide la detención o el arresto de personas por poseer estas drogas, ya que se busca proteger a quienes las cultivan para su uso en “prácticas religiosas, espirituales, curativas o de crecimiento personal”. Otras ciudades ya habían despenalizado algunos o todos los alucinógenos.

“Es una agenda claramente liberal del norte”, dice el antropólogo Juan Scuro, quien estudia el mundo de las drogas psicodélicas desde hace más de 10 años. “Hay una promesa en términos psiquiátricos, pero a la vez aparece el problema de las patentes porque muchas de estas sustancias son de origen natural”.

Antropólogo Juan Scuro. Foto: Francisco Flores.
Antropólogo Juan Scuro. Foto: Francisco Flores.

Acá en Uruguay se creó Arché - Grupo Interdisciplinario de Estudio sobre Psicodélicos en la Universidad de la República (Udelar). Algunos de sus integrantes —el antropólogo Scuro, los psicólogos Ismael Apud y Federico Montero, así como el químico Ignacio Carrera— publicaron la semana pasada un artículo en la Revista de Psiquiatría del Uruguay (que edita la Sociedad de Psiquiatría), donde se pregunta si es posible desarrollar en el país investigaciones clínicas utilizando sustancias psicodélicas para explorar su potencial medicinal en la salud mental, al igual que ya sucedió durante las décadas de 1950 y 1960. “Las sustancias psicodélicas, sus usos sociales y sus posibles usos terapéuticos son hoy en día un tema controversial, del cual es necesario una revisión histórica y una mayor investigación científica (…) Esperamos, eventualmente, poder desarrollar futuras investigaciones clínicas, incluyendo a profesionales que puedan llevarlas adelante”, dice el artículo, el primero sobre la temática que se publica en décadas en esa revista.

Y, en forma paralela, cada vez hay más gente haciendo experiencias y viajes, dice Scuro, profesor adjunto de Antropología Social de la Facultad de Humanidades. Menciona iglesias, centros terapéuticos, centros holísticos, centros de tratamientos de adicciones, así como organizaciones de corte chamánico que ofrecen retiros en el marco de una “nueva era con espiritualidad muy amplia”.

Hay grupos como la Iglesia del Santo Daime (ver aparte), que usan estas sustancias para determinados rituales de sanación, vinculados a las tradiciones indígenas y con plantas traídas de la Amazonia y los Andes. Scuro dice que el fenómeno se ha potenciado en pocos años y que seguro “hay miles de personas” participando de estas redes en Uruguay.

EXÓTICO POLVO

Internados en CTI tras consumir rapé

En Uruguay hay muy pocas consultas por intoxicación por drogas psicodélicas. Pero, según dicen los especialistas, existe un subregistro debido a la forma en que se toma esta sustancia. En 2020 hubo 11.000 consultas en todo el país de acuerdo a cifras del Centro de Información y Asesoramiento Toxicológico. De ellas, solo 1.000 fueron por drogas de abuso, la gran mayoría alcohol y cocaína. Solo cinco fueron por ayahuasca.

“Hay una diferencia entre el consumo y consulta. Estas sustancias se mantienen en grupos cerrados con aspectos místicos y se resisten a consultar. Si se sienten mal, van con su chamán”, explica la toxicóloga Alba Negrín. Y su colega Antonio Pascale afirma: “Si sufriste un mal viaje y tuviste algún elemento de intoxicación pero no consultaste al médico, nadie lo pudo registrar”. A veces existen consultas agudas. En 2019 varios jóvenes fueron internados en CTI por intoxicación grave con rapé, un polvo amazónico que incluye tabaco pero que también tiene otras sustancias. Estuvieron varios días en cuidados intensivos y la recuperación fue lenta, dice Negrín. Se trata de sustancias donde existe riesgo de adulteración.

El antropólogo Juan Scuro, en tanto, dice que los psicodélicos no están sugeridos para personas con antecedentes de trastornos de tipo psicótico ni que usen antidepresivos “porque ya funcionan como antidepresivos”. En el caso de personas sanas, “el riesgo de consumir es bajísimo”, asegura, aunque aclara que depende del contexto y no la sustancia. La ayahuasca “puede desencadenar procesos psicotizantes y las personas pueden terminar muy mal”.

Del San Pedro a la ayahuasca.

La historia de Jimena con las drogas psicodélicas y su uso como terapia arranca allá por 2018, cuando junto a su hermana Elena hizo un retiro grupal de tres días en las sierras de Rocha en busca de tratar su larga y problemática adicción al alcohol. En la llamada “ceremonia de medicina” se usó primero rapé —un polvo cuyo componente principal es el tabaco y se sopla en la nariz—, luego San Pedro (mescalina) y al final llegó la ayahuasca.

Recuerda cómo se “intensificaron los colores” en la primera toma mientras muchos cantaban en el lugar y, cuando vino la segunda ronda, llegó la pregunta de quien guiaba el rito:

—¿Cómo te sentís?

—Siento que me estoy durmiendo.

Él se giró, la miró y le dijo:

—Bueno, fijate qué momento de tu vida se vincula con dormirse de cosas importantes.

“Es cierto, el alcohol adormece a las personas”, pensó ella.

Elena, quien había pedido “cuidado” en las dosis al “chamán” y cuyo nombre también fue modificado en este artículo, dice que estaba ahí con el objetivo de encontrar su lugar “en el universo” y para unirse más a su hermana. Durante aquella ceremonia tuvo lo que llaman “alivio”, es decir vómitos. “Los alivios ayudan a liberar lo trancado”, dice Elena.

—Pero vomitar varias veces no suena algo agradable.

—Esa fue mi experiencia —responde Elena—. Los demás que estaban en el círculo no tuvieron tantos alivios. Cada uno vive lo que tiene que vivir. Y hubo personas enojadas porque no percibieron nada ni tomaron conciencia de nada.

A Jimena le habían recomendado no hacer más de dos experiencias por año y así lo cumplió. Cuando empezó la pandemia su adicción se agudizó (“estaba quemadísima con el alcohol, volví a caer y toqué fondo”), por eso a mediados de 2021 hizo una nueva ceremonia, esta vez junto a su pareja, quien también arrastraba problemas de alcoholismo. Las tomas de ayahuasca fueron más intensas y ahí ella alcanzó un estado que le llaman “disolución del ego”, algo así como un momento en el cual la persona no sabe quién es ni dónde está, debido al efecto psicodélico.

“Me fui a un plano que no era como estamos vos y yo ahora”, cuenta, “perdí totalmente la noción, pensé que me moría”. Estaba flotando como un fantasma, dice. Pero esa última experiencia con la ayahuasca no le sirvió para dejar de tomar y entonces un mes más tarde llegó aquella transformadora experiencia con hongos, contada al inicio de este artículo.

Drogas psicodélicas. Foto: Nicolás Pereyra.
Miles de personas participan en redes donde se utilizan los psicodélicos. Foto: Nicolás Pereyra.

El viaje con los hongos de Romina, una doctora uruguaya que vive en Estados Unidos, fue bien distinto al de Jimena. Ella nunca había probado drogas, ni marihuana, pero empezó a leer mucho sobre psilocibina como una puerta a los tratamientos vinculados a la salud mental. “Y al final, con respeto y un guía, tuve mi experiencia, que terminó siendo hermosa y positiva”, cuenta por teléfono. Su vida, asegura, tiene un antes y un después de aquel episodio. Tanto que le transmitió sus conocimiento a familiares y amigos. Pero con un consejo claro: la de no usar esta sustancia en forma recreacional, sino con cuidado y en la forma lo más controlada posible. Si es que eso existe.

Su primer viaje personal fue en su casa y con una dosis que se considera alta, de más de tres gramos. Ella se propuso “poder sentir a Dios”, aunque no se considera católica ni cree en las iglesias. Sí cristiana.

—¿Y sentiste a Dios?

—Sí. Primero sentí mucha risa. Pero después sentí que hay un ser superior, que está presente y es fuente de amor. Sentí amor interno y maternal. Era una belleza que es difícil de poner en palabras, me pasaba por arriba.

—¿No tuviste malos viajes?

—En el segundo vi cosas duras. No me quedé contenta, me dejó mucho trabajo para hacer. Estuve meses atando cabos. Puertas abiertas para explorar.

Como un sueño.

El antropólogo Scuro hizo una maestría y doctorado en Brasil sobre los usos de la ayahuasca y siguió de cerca a la Iglesia del Santo Daime, entre otras organizaciones que usan esta sustancia en las ceremonias. Él tomó muchas veces ayahuasca, las primeras experiencias fueron “interesantes, interpelantes y transformadoras” porque fue consciente de que la realidad “puede ser distinta a la que concebimos en vigilia”. Y resume: “Es como soñar, donde el cuerpo es libre”.

Habla de un “boom” de los psicodélicos en el mundo, vinculado a “plantas sagradas” utilizadas por comunidades pero también en la carrera enfocada en desarrollar fármacos. Respecto a las plantas, dice Scuro que hay resistencias y disputas por saberes, territorios y prácticas. “Se trata de nuevas formas de producción y reproducción de exotismos y nuevas formas de colonialidad que conviven en las comunidades, algunas resistiendo más fuertemente, otras entrando en el juego de las economías globales”, explica.

Scuro advierte que hay oportunismo comercial de gente que “entra al país, ofrece un montón de sustancias, promete ceremonias milagrosas y raja”. Eso, dice el especialista, “es muy peligroso”, ya que “traen saberes indígenas, los venden como panacea y abusan de las personas”. En cambio, dice que cuando las ceremonias son dirigidas por gente “que sabe lo que está haciendo, tiene un compromiso ético con quienes participan, no hay abusos ni malas prácticas”, se reducen los riesgos y se maximizan los potenciales beneficios. “Y en general hay resultados de mayor empatía, sociabilidad, alto grado de introspección y autoconocimiento”, sostiene.

Scuro pide “no bastardear el tema” para que no vuelva la agenda prohibicionista “que atrasó la investigación 40 años”. En Uruguay, afirma, hay trabas burocráticas de los comités de ética para iniciar investigaciones clínicas.

Pero veamos otras opiniones que muestran mayor cautela. La doctora Alba Negrín, profesora agregada del Departamento de Toxicología de la Facultad de Medicina, dice que estas drogas alucinógenas “tienen peligrosidad” pero a la vez están en estudio desde una perspectiva terapéutica. Y ella lo ve bien: “La búsqueda de curas a problemas de la salud justifica que se estudien todas las sustancias”. Pero advierte que, para darle valor terapéutico, deben ser registrados primero como medicamentos “y no dejarse seducir”.

El psiquiatra Mauricio Toledo, integrante del equipo de farmacología de la Facultad de Medicina del Claeh, dice que los datos de las investigaciones con psicodélicos son “auspiciosos” pero aún preliminares y recordó que se trata de sustancias con fuertes efectos alucinógenos. Por eso, llama a no usar estas sustancias en la práctica clínica diaria.

Pero el psicólogo Montero, quien integra el grupo Arché, dice que la investigación psicodélica es el futuro de la salud mental: opina que es relevante que la ciencia avance para “protocolizar los tratamientos” y evaluar el estado mental de las personas antes de la aplicación de las sustancias para evitar experiencias “traumáticas”. Hace poco Montero inició un proyecto de doctorado que busca conocer cómo el consumo de forma natural (“no le damos psicodélicos a las personas porque todavía no están permitidas en Uruguay las investigaciones con humanos”) modifica los estados emocionales. Ya hay bastante evidencia internacional, dice, pero sería el primer estudio en el país.

Montero se empezó a interesar en el tema por experiencias personales que le causaron impacto positivo, según afirma. Y relata el caso de su padre, quien murió de cáncer hace un mes y durante los últimos dos años de vida consumió en forma habitual microdosis de psilocibina. “Le cambió el estado mental y se le empezó a ir la depresión y la ansiedad, transitó el momento de la muerte en forma más tranquila”, dice.

Jimena, mientras tanto, cuenta que la psilocibina le sacó “una mochila de 70.000 kilos”. Fue una experiencia tan fuerte que hoy no desea repetir. Entonces hace un silencio, se le quiebra la voz y admite: “Yo no quiero hacer más viajes de ningún tipo, a mí esto ya me alcanzó”.

Iglesia del Santo Daime
El empresario que la impulsó en Uruguay
Ernesto Singer. Foto: Marcelo Bonjour.

Ernesto Singer es empresario, se dedica al rubro de aceite de oliva pero además lidera en Uruguay la Iglesia del Santo Daime. Se trata de “una religión ayahuasquera brasileña que utiliza una sustancia psicodélica como sacramento”, resume el antropólogo Juan Scuro, quien en su maestría llevó adelante una etnografía del proceso de transnacionalización de esta iglesia, con sede matriz en la Amazonia, a Uruguay.

Singer, de 53 años, vivió en Río de Janeiro y en la selva del Amazonas desde fines de la década de 1980 y durante unos 10 años. Allí conoció al Santo Daime, una religión que nació en Brasil en torno a la década de 1930. “La primera que volví al país, amigos y familiares tenían interés en conocer, por lo que hice rituales y sesiones”, cuenta Singer a El País en su casa en Ciudad de la Costa. En un momento se formó un grupo de interesados en practicar el culto, que incluye el uso de la ayahuasca.

Singer dice que hay un conjunto de valores y enseñanzas, basado en la “visión cristiana”. En las ceremonias hay meditación, se reza, se baila y se canta mucho. A veces varias horas. Y se toma ayahuasca (algunas líneas también suman el cannabis) porque ayuda a “entrar en contacto con zonas profundas, con el subconsciente”, dice Singer.

¿Qué recaudos hay? “Todo está protocolizado”, afirma el líder religioso y empresario. Y cuenta que, para participar, los fieles deben completar un cuestionario y está contraindicada la ayahuasca para quienes tienen trastornos psiquiátricos o toman determinadas medicaciones.

En 2012 trascendió el caso de un joven que iba a la iglesia y, en estado de depresión, se suicidó. En su momento la familia del muchacho dijo a Subrayado que había fallecido como consecuencia de la ingesta de ayahuasca. Singer niega la incidencia de la sustancia en aquel hecho: “Él era un chico muy querido pero que iba muy poco a la iglesia”.

En Uruguay Santo Daime tiene su sede en Camino de los Horneros y realiza reuniones semanales, pero no siempre con ayahuasca. “Como toda religión, es una congregación espiritual donde la gente se relaciona mucho. Pero sesiones con ayahuasca son dos o tres por mes”, afirma Singer. La iglesia se mantiene con aportes de los fieles: “Acá nadie vive de esto, es solo bancar los costos. Hay una cuenta de luz, agua y velas. Yo soy empresario y hago mi vida. Sí creo en este ritual y que es beneficioso para la humanidad”.

Alejandro Corchs
"Las plantas no a todos le hacen bien"
El Camino de los Hijos de la Tierra.

Desde las sierras de Rocha, el escritor Alejandro Corchs cuenta la experiencia de El Camino de los Hijos de la Tierra, una asociación que sigue la senda de El Fuego Sagrado de Itzachilatlan, fundada por el mexicano Aurelio Díaz Tekpankalli.

La organización que integra Corchs tiene "una cosmovisión nativa indígena en vínculo con la naturaleza" y en algunas ceremonias usan plantas enteógenas como la ayahuasca, el tabaco, psilocibina y el cactus San Pedro.

"Siempre digo que la planta es el cirujano del alma, pero vos no te vas a hacer una operación a corazón abierto en el medio de una plaza. Debe haber un templo ceremonial, un quirófano adecuado y un equipo idóneo con código ético", dice. Y asegura que "las plantas son para todo el mundo, pero no a todos le hacen bien, depende de la estructura psicológica".

Corchs realiza al menos una ceremonia por mes, donde "da servicio, o sea ayudando a otras personas" a cambio de "colaboraciones" económicas cuyo costo varía. Y dice que, si la persona pasó la entrevista previa, no debería haber peligro por el consumo de las sustancias en las ceremonias que ellos realizan.

LOS PELIGROSOS EFECTOS

De convulsiones a taquicardia

El uso artesanal y doméstico sin condiciones de bioseguridad implica un mayor riesgo, dice el toxicólogo Antonio Pascale, integrante del Comité de Expertos de la OMS en Farmacodependencia. Los efectos psicoactivos dependen de la persona y del contexto en el que se usa la droga, así como las interacciones con otras sustancias y medicamentos.

En el caso de la ayahuasca, tiene un “potente alucinógeno psicodélico con efectos serotoninérgicos” y a dosis altas puede generar una sobredosis o intoxicación. “El efecto psicoactivo y el propio viaje forman parte de eso. Pueden aparecer otros efectos no buscados, y no solo trastornos digestivos sino intoxicaciones agudas con hiperactividad muscular, rigidez y convulsiones”, dice Pascale.

Respecto a la psilocibina, los hongos dan “ilusiones y a veces alucinaciones”, y el consumo puede generar un síndrome anticolinérgico que puede dar un cuadro de intoxicación aguda con dilatación pupilar, taquicardia, hipertensión arterial, convulsiones y aumento de la temperatura corporal.

“Todas las sustancias que alteran las percepciones producen tal alteración del funcionamiento del sistema nervioso central, que en personas predispuestas pueden desencadenar una psicosis, que suele empezar siendo aguda y luego puede quedarse crónica o extenderse en el tiempo”, dice la toxicóloga Alba Negrín.

Estas drogas no generan adicción, pero sí pueden generar tolerancia, que es “base de la dependencia física”, dice Pascale. ¿Es posible la muerte? “Si hay un cuadro grave, puede haber riesgo de vida pero son casos extremos”.

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