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Pedradas, peleas y un apuñalado en el baby fútbol: evalúan contratar empresas de seguridad y policías 222

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Niño ingresa al club Los Yegros ubicado en Colón. Foto: Juan Manuel Ramos.

FÚTBOL INFANTIL

El fútbol estuvo suspendido por casi un mes y los clubes creen que falta apoyo estatal porque todo se sustenta "a pulmón"

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Francisco le empezó a tener miedo a ir a la cancha. No a cualquier cancha. En el club Los Yegros de Colón -en donde juega desde los cinco años- no tiene problema, tampoco lo tiene cuando le toca jugar de visitante. Pero cuando el partido es en la cancha Carlitos Prado, sí. Ahí es cuando tiene miedo.

Poco después de haber cumplido sus nueve años juntó coraje y volvió a ir a los partidos a los que fue citado por el técnico de la categoría. Había pasado un tiempo en el que las faltas eran lo frecuente y ya se estaba quedando sin excusas. En medio del primer encuentro que marcó su vuelta a las canchas escuchó que en la tribuna explotó una bomba brasilera y enseguida realizó el típico gesto que ve hacer a un jugador en el mundial cuando quiere pedir el cambio. Lo sacaron y le pidieron una explicación: “No me gustó escuchar ese ruido”, dijo asustado. Y nadie le reprochó nada.

El problema de Francisco es que los ruidos fuertes le hacen acordar a lo que pasó aquel día de octubre cuando vio cómo su tío fue apuñalado a la salida de un partido. Los Yegros había ganado 1 a 0 contra Los Magos y Francisco había sido titular. Como de costumbre, su tío lo había ido a ver. Cerca de la parada de ómnibus que está a la salida de la cancha ocurrió el trágico hecho: su tío fue herido con un cuchillo en el abdomen. Francisco vio todo y salió corriendo.

El incidente en la cancha Carlitos Prado fue “la gota que derramó el vaso”, según la Organización Nacional de Fútbol Infantil (ONFI), para suspender todos los torneos de fútbol infantil de Montevideo. Y así fue. Francisco y miles de niños más se quedaron sin jugar por casi un mes.

Una semana antes, en la cancha de Alumni, varias personas vinculadas al equipo visitante habían agredido con pedradas a los autos del otro equipo. Y también ese fin de semana se había producido una pelea entre padres de Ciclón del Cerrito y Corralito.

El baby fútbol en Uruguay es casi una religión. Está implantado en el ADN cultural y en prácticamente todos los rincones del país hay una canchita o un club de barrio que convoca a niños todos los fines de semana.

Pero la seguidilla de eventos violentos pone en tela de juicio a todos los que rodean al deporte más popular entre los menores de 13 años que, muchas veces, al igual que Francisco, se ven inmersos en una situación mucho más compleja que patear bien una pelota.

Crecimiento incontrolable.

Asumiendo que cada uno de los 60.000 niños que juega al baby fútbol tiene a, por lo menos, dos personas que lo van a ver o lo acompañan a los partidos del fin de semana, entonces el deporte mueve a unas 180.000 personas. Ha crecido en los últimos años, según ONFI, sobre todo con la ampliación de las ligas de fútbol femenino. Pero ese crecimiento, que es celebrado por las autoridades del deporte porque significa que Uruguay tiene un “semillero de cracks que aumenta”, también tiene como contracara el aumento de hechos de violencia que ocurren frente a los más pequeños. Entonces, ¿a quién hay que culpar? ¿A los padres, a los clubes o a la sociedad en general?

Club Los Yegros. Foto: Juan Manuel Ramos
Club Los Yegros. Foto: Juan Manuel Ramos.

Según el presidente de ONFI, Eduardo Mosegui, la violencia sigue siendo algo “totalmente excepcional” en el baby fútbol y, de cada 10.000 partidos, hay uno en el que se da un hecho violento. La cifra sale de “la percepción personal” que lleva, pero asegura que “es certera”. “Le vamos a encontrar la vuelta, pero la realidad es que estamos frente a una actividad particularmente competitiva porque en este país el fútbol se vive de forma muy intensa”, responde Mosegui, tratando de eludir la adjudicación de culpa.

Lo cierto es que, teniendo en cuenta su tamaño, Uruguay es uno de los países que más exporta jugadores de fútbol de elite al mundo y esa cultura futbolística empieza con los más chicos. El volumen de niños es tal, que, según ONFI, se “hace complejo” poder controlar todo lo que pasa en todas las canchas. Pero algunos creen que tiene que ver con lo económico, algo que se explicará más adelante.

En el caso del hombre que fue apuñalado, desde ONFI hacen énfasis en que el hecho tuvo que ver con que se trataba de un torneo de campeones, es decir, en donde se cruzaban cuadros que habían salido campeones en las diferentes ligas. Por eso, Los Magos y Yegros no se conocían, no habían frecuentado sus canchas ni sus barrios, lo que “dificulta la contención”, según la consejera de ONFI, Kerstin Jourdan. “Lo que hemos visto es que un club se dirige a un lugar que no es habitual para ellos, cuando generalmente tanto los niños como los padres saben quiénes son las otras personas de la liga y se conocen entre todos. Acá pasó que se cruzaron muchas personas por primera vez y eso puede haber favorecido la violencia”, sostiene Jourdan.

La sanción fue terminar con el campeonato para ambos equipos y, además, prohibir que ninguno de los clubes pueda jugar en la cancha del otro en el futuro. También se prohibió que Yegros y Los Magos jueguen como locales por cinco fechas. Medidas, según integrantes de los clubes, que fueron “correctas”, pero que contribuyen a “adultizar” a los niños en su rol como deportistas por hechos que ocurren entre grandes, algo que se suma a las presiones que muchas veces los padres colocan en sus hijos a la hora de jugar al fútbol.

“Hay padres que lo toman como diversión y otros como una especie de medio de salvación”, relata el representante de la Liga La Teja - Capurro, Daniel Di Caterina. “Siempre tenés al padre que no le importa demasiado, también el padre frustrado que no pudo jugar él entonces quiere que lo haga su hijo o el que piensa que económicamente el hijo lo va a salvar y con seis años ya se lo imagina jugando en Europa”.

Más allá de las presiones que existen y el porqué de la violencia, lo cierto es que el baby fútbol en Montevideo estuvo parado durante casi un mes y ahora se elaboró un protocolo para intentar evitar más incidentes. “Después de reunirnos con el Ministerio del Interior se decidió continuar porque el fútbol infantil es necesario para los chicos”, asegura el presidente de ONFI. El protocolo es básicamente que ante los hechos de violencia ONFI -que depende de la Secretaría Nacional de Deporte- notificará al Ministerio del Interior y este se encargará de hacer “el procedimiento correspondiente” a los implicados si se trata de un hecho grave.
Pero Mosegui admite que hay situaciones “recurrentes” que también implican cierta violencia y muchas veces no tienen consecuencias para ninguno de los actores involucrados, como la entrada de padres a la cancha a reclamar a los jueces o los gritos “demasiado pesados” entre hinchadas.

reclamo

La supuesta "culpa" de los árbitros

Tanto los padres como los encargados de algunos clubes están de acuerdo en que el nivel arbitral de los partidos de baby fútbol en Uruguay es “bajo” y esto repercute en algunas reacciones violentas de parte de los padres en las canchas. “Lo que pasa es que muchos son principiantes o mayores de 60 que están habilitados sin tener el curso completado”, asegura el presidente del club Yegros, Fernando Rodríguez, y agrega que los jueces “tienen la potestad” de parar un partido si los padres están gritando cosas demasiado violentas o si los niños no se comportan de forma adecuada, pero “no es común ver que eso se haga”. Los clubes deben pagar 600 pesos a los jueces por cada partido arbitrado.

Para eso, se evalúa “contratar a una empresa de seguridad para algunas canchas o un servicio de policías 222”, dice el jerarca de ONFI y destaca que esto ocurriría a partir de 2023.

Después del incidente a principios de octubre no había ocurrido nada más en el baby fútbol hasta el fin de semana pasado, cuando la madre de un niño que jugaba un campeonato en Paso de la Arena irrumpió en la cancha y fue a buscar al juez, un hecho que “no sorprende demasiado”, según el encargado de la liga de esa zona.

Manchado por dinero.

La cancha de Los Yegros es una especie de joya para la zona. La pintura roja está en toda la manzana que ocupa la cancha, que tiene partes con más tierra que pasto. Y su presidente, Fernando Rodríguez, es una especie de eminencia entre los vecinos que llegan y preguntan cuándo se van a retomar las prácticas. Él sale de trabajar a las seis de la tarde y va a la cancha porque “es una manera de retribuir” al lugar en donde aprendió a jugar a los seis años.

Según el presidente del club, el “gran tema” del baby fútbol son los padres. “Atrás de un niño que juega hay un padre o una madre que va a trancar con él en cada pelota”, dice y cuenta que hace poco escuchó cómo una madre le gritó a su hijo desde afuera de la cancha:

-¡No te dejes empujar!

A lo que otra madre agregó:

-¡Vos tampoco! ¡Pechalo!

Y la marca personal se trasladó para afuera de la cancha.

Mientras conversa, Rodríguez va hasta la puerta porque hay un hombre joven allí. Viene a anotar a su hijo en la categoría más chica: tres años. El presidente de Yegros le toma los datos y a los pocos minutos se retira. “Cada niño es una historia diferente. Así como están los padres que se meten demasiado y se involucran en cada jugada, también están los que no les importa mucho y nosotros tenemos que salir a buscarlos a la casa los sábados de mañana porque este deporte es lo más lindo que hay”, dice Rodríguez.

Fernando Rodríguez. Foto: Juan Manuel Ramos.
Fernando Rodríguez. Foto: Juan Manuel Ramos.

Con respecto a la sanción que recibió el club tras el partido con Los Magos, Rodríguez, quien tiene una pelota de fútbol tatuada en su brazo derecho, dice que la parte que “más dolió” fue la de no poder jugar de locales por cinco fechas “porque el baby fútbol es todo a pulmón” y siendo local “se puede recaudar más que de visitante”. En Los Yegros, por ejemplo, el pago de 600 pesos por partido que se hace a los jueces es gracias a la venta de tortas fritas y los padres suelen hacer una rifa para comprar los uniformes.
Para Alejandro Garay, exentrenador de divisiones inferiores de cuadros locales e integrante del proceso que lideró Washington Tabárez en la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), “entre el juego y la pasión se metió el dinero y ahí se destapó la violencia”.

Garay remarca: “La gente hace un sacrificio enorme para poner un cuadro a jugar y se involucran mucho porque eso es bastante caro en este país, cuando no debería ser así. Entonces todo el sacrificio que hacen los padres y las familias al restar tiempo de ocio para eso, muchas veces es visto como inservible si no se gana o si no se obtienen los resultados esperados”.
El dirigente cree que las personas alrededor del baby fútbol muchas veces no están capacitadas para “manejar la frustración” y terminan “explotando con formas violentas” cuando no se gana.

“En mi época, lo único que hacíamos era pintar un número en una camiseta. Ahora yo veo que mi nieto que juega al baby fútbol tiene el equipo para jugar partidos, otro equipo largo y un camperón. Es toda una industria que los vuelve más adultos. Me pregunto por qué no puede ir a jugar con la ropa que tiene y ponerse la camiseta arriba”, dice Garay y reclama que el Estado tiene “poca presencia” desde lo económico hacia los clubes de baby fútbol. “Yo creo que ONFI es parte del problema porque se les pide una cantidad de dinero a las ligas y a los clubes, cuando realmente lo único que se necesita en el juego son ganas de jugar. Todo esto ha mercantilizado el deporte entre los niños”, subraya.

En el caso de Yegros, Rodríguez asegura que el club tiene aproximadamente unos 500.000 pesos por año en gastos. “Es la etapa que más se disfruta del fútbol porque los gurises son chicos y es un juego aunque aprenden a competir, pero últimamente cada vez tiene más cosas parecidas a un negocio”, cuenta.

Por su parte, el subsecretario nacional del deporte, Pablo Ferrari, cree que la ONFI hoy tiene un trabajo “particularmente complicado” porque el baby fútbol en Uruguay está “en constante crecimiento”. Así, el presupuesto otorgado por la Secretaría Nacional del Deporte “a veces puede verse limitado” y por eso necesita tener algunas exigencias con los clubes. Ferrari dice que “la profesionalización debe ser vista como algo positivo”, pero el fin siempre es que los niños “jueguen y se diviertan”.

Garay cree que el aumento de la violencia va de la mano de la “contaminación” que hace el “exceso de competencia” entre los niños, porque se termina “distorsionando la parte lúdica”. “Les dejamos cortarse el pelo o ponerse la caravanita para ser como Cristiano Ronaldo, pero no les decimos que ese jugador es una máquina casi perfecta de entrenamiento, compromiso con el trabajo, buen compañero. En eso es donde nos falta educar y formar”, dice.

porcentaje

Clubes reciben el 5% de los pases

A partir de una normativa emitida en 2015, la FIFA determinó que todos los clubes que participan de la formación de un jugador profesional pueden recibir un porcentaje a la hora del pase hacia otro cuadro. La cifra estimada es del 5% de la transferencia y los cuadros que lo pueden recibir son aquellos que participaron de la formación del jugador entre los 12 y los 23 años. En el caso de los clubes de baby fútbol que van hasta los 13 años, solamente tienen un año de adjudicación si uno de sus jugadores eventualmente es comprado por un club profesional. En este sentido, desde los clubes de ligas infantiles reclaman que muchas veces los jugadores “se olvidan” de dónde salieron y es necesario contar con un apoyo económico de su parte más allá de la normativa de FIFA, porque el baby fútbol depende de las familias y los vecinos generalmente.

Un caso reciente: este año el club La Luz recibió 5.720 dólares por el pase de Darwin Núñez al Liverpool de Inglaterra.

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