ESPECIAL BICENTENARIO

Mitos, héroes, boicots y nostalgia: la bicentenaria discusión acerca de cuándo realmente se creó Uruguay

El 25 de agosto no siempre estuvo en el altar de las fechas patrias; la historia de cómo se impuso como "día de la independencia" es también un recorrido por la construcción de la identidad nacional

La historia de la independencia no es solo el repaso de los años volcánicos e inciertos de comienzos del siglo XIX que derivaron en el nacimiento del Uruguay. Es, también, lo que sucedió a partir de entonces con esa historia. Durante décadas, y luego siglos, los uruguayos sazonaron y moldearon esos hechos a su antojo; los masticaron hasta darle forma a un relato en el que algunos hitos se ensalzaron y otros quedaron por el camino, escondidos, minimizados u olvidados.

Doscientos años pasaron ya desde que un grupo de orientales se reunió en un rancho en Florida y declaró unas leyes cuyo alcance, motivaciones y relevancia han sido discutidas hasta el cansancio.

Ellos no lo sabían en ese momento, pero un país surgido de una serie de circunstancias anteriores y posteriores elevaría lo ocurrido esa tarde al altar de sus fechas patrias, y los designaría como autores de su independencia.

Pero no siempre fue así.

Y la historia de cómo ocurrió —con qué motivaciones, a qué costo— es también un buen recorrido por la construcción identitaria de los uruguayos.

Actas independencia
Algunas de las actas de la Sala de Representantes de 1825 están bajo custodia del Parlamento.
Ignacio Sánchez

La fecha de nacimiento de los países no es algo sencillo de determinar. Muchos tienen problemas para definir qué momentos celebrar. Pero Uruguay, puede decirse, lo ha transformado en un verdadero factor identitario.

En la escuela nos enseñan a admirar a José Artigas, y prometemos solemnemente la bandera uruguaya el día de su nacimiento, pero después nos enteramos que él no quiso saber nada con ese país ni ese pabellón.

Memorizamos —sin comprender demasiado— el “írritos, nulos, disueltos” del 25 de agosto de 1825 para enterarnos años después que ese día elegimos unirnos a nuestros hermanos argentinos.

El desengaño nos empuja a ver, en un gesto de venganza adolescente, a un lord inglés como el supuesto inventor de nuestra patria, y así creemos descubrir en John Ponsonby una especie de prócer prohibido o censurado por el relato oficial.

Bicentenario - Cuadro Amézaga
Restauración del cuadro "La declaración de la Florida" de Eduardo Amézaga, en el marco del Bicentenario del 25 de agosto.
Foto: Darwin Borrelli.

De la política al fútbol, somos un país obsesionado con sus fechas de nacimiento. Las discutimos apasionadamente, como si en ello se jugara una partida crucial. Y en 200 años, la discusión sobre cuándo fijar el nacimiento del Uruguay o en qué momento festejar su aniversario, fue acompañando diferentes estados de ánimo y concepciones sobre los hechos históricos y sus implicancias.

¿Una discusión sin sentido? Quizá ni tanto ni tan poco.

De la independencia a los festejos

En el proyecto de la primera Constitución, aprobado en setiembre de 1829, los constituyentes dejaron sentado que se trataba del “segundo año de independencia”. Es decir que aquellos hombres veían la “independencia” como algo conseguido en 1828 con la Convención Preliminar de Paz, de la que los orientales no participaron directamente.

Pero la propia Asamblea Constituyente, al mismo tiempo, ya estipulaba que la Jura de la Constitución debía ser un hito fundante del nuevo estado. Así que años más tarde, en 1832, el Parlamento comenzó el tratamiento de un proyecto para conmemorar su aniversario, bajo el argumento de que “las garantías constitucionales” eran “la primera, la más noble y necesaria aspiración de las sociedades civilizadas”, tal como recoge un trabajo de la historiadora Ana Frega.

El proyecto se convirtió en ley en el año 1834, decretando cuatro fechas patrias: el 18 de julio (Jura de la Constitución) fue la elegida como “la única gran fiesta cívica de la República”, a celebrarse cada cuatro años. Existían dos “fiestas ordinarias” —el 25 de mayo (inicio de la revolución en el Río de la Plata) y el 18 de julio— y dos “medias fiestas”: 20 de febrero (conmemoración de la Batalla de Ituzaingó) y 4 de octubre (fecha de canje de ratificaciones de la Convención Preliminar de Paz).

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Documento de la primera Constitución, jurada en 1830.
Ignacio Sánchez

El 25 de agosto no figuraba por aquel entonces entre las fechas estelares. “Y lo interesante es que de la gente que votó esa ley, muchos habían estado en la Sala de Representantes de 1825. Es decir, nadie parece haber dicho: no, la fecha verdadera no es esta sino aquella”, acota el historiador y docente Carlos Demasi.

Pero unas décadas después algo cambió.

Luego de una larga y sangrienta guerra —con los consiguientes debates sobre la viabilidad del estado uruguayo— las elites gobernantes entendieron que era necesario remarcar la nacionalidad y la personalidad del país, y eso se buscó, entre otras formas, con un viraje en las conmemoraciones.

Había que recuperar los hitos de la épica oriental. Y a los hombres de aquel entonces les pareció que el 25 de agosto se ajustaba mejor a esa estrategia.

En 1860 —bajo el gobierno del blanco Bernardo Berro— se aprobó una nueva ley que fijaba al 25 de agosto como “la gran fiesta de la República”, a celebrarse cada cuatro años los días 18, 19 y 20 de abril. Se unían de esa forma los dos grandes hitos de 1825: el Desembarco de los Treinta y Tres Orientales y las Leyes de la Florida. De acuerdo a esa nueva ley, las fiestas cívicas ordinarias pasaron a ser el 25 de agosto, el 25 de mayo y el 18 de julio.

La Convención Preliminar de Paz desapareció de la lista de festejos.

“Eso que pareciera ser un cambio legislativo es en realidad también un cambio retórico”, dice el historiador Nicolás Duffau. “Porque vos ya no estás celebrando la intervención de fuerzas externas en una convención de paz que pone fin a la guerra, sino que se pasa a celebrar la independencia llevada adelante por lo que en la época se entendía era la voluntad de los orientales”.

En ese momento la discusión no fue demasiada. Pero una década después se vendrían momentos fundacionales.

Polémica monumental

Un hito en la construcción patriótica se dio en 1879, con la inauguración del monumento a la independencia en Florida. Ese primer gran monumento a un acontecimiento de nuestro pasado reconocía como centrales los eventos de 1825, pero no estuvo exento de polémica. El ilustre Juan Carlos Gómez, oriental exiliado en Buenos Aires, declinó la invitación a la ceremonia formulando unas estruendosas objeciones no solo a la conmemoración, sino al proyecto de Uruguay como país autónomo e independiente. Señaló que se había “pagado bien caro el error de 1828”. “Pedro I y Dorrego, pues ni siquiera fueron el Brasil y la República Argentina, celebraron la paz imponiéndonos la independencia. Nos ordenaron darnos una Constitución, con calidad de sujetarla a su beneplácito. Y nos dimos la Constitución, obedeciendo las órdenes y la sometimos a su aprobación, y le concedieron el pase, como a una bula del Papa, y quedamos en la condición de libertos. ¡Vergüenza! ¿Y usted acepta la presidencia de los que conmemoran esta gloria?”, espetó a los organizadores.

Sus polémicas palabras se acallaron con los empalagosos versos de Juan Zorrilla de San Martín, quien recitó esa tarde, por primera vez, su Leyenda Patria, que luego interpretaría durante años por todos los rincones del país. Se empezaba a consolidar el mito.

“Allí es verdaderamente una construcción nacional en el sentido de que aparece el primer monumento y hay todo un complejo de construcción simbólica”, apunta Demasi.

Para complicar un poco las cosas, la inauguración no fue un 25 de agosto, sino un 18 de mayo, fecha en la que tuvo lugar la Batalla de Las Piedras.

Fue justamente por esos años que también se comenzó a rescatar a una figura que había quedado bajo cierto manto de oscuridad: un tal José Gervasio Artigas.

Algunos destacaban que se trataba de una figura que no pertenecía a ninguno de los dos partidos (ni blanco ni colorado), y se lo empezó a elevar en el altar de los próceres hasta llevarlo al trono de la mitología nacional.

No hubo punto medio: de la “leyenda negra” se pasó al “Artigas inmaculado”.

En 1911 se celebró el centenario de la Batalla de las Piedras. Pero empezaban a asomar disputas políticas crecientes, y hacia la década de 1920 comenzaría un intenso debate sobre la historia del Uruguay.

Se acercaba la fecha del centenario de la independencia. Faltaba un pequeño detalle: saber cuándo era eso.

De empates y boicots

El debate se trasladó al Parlamento, en donde se instaló una comisión —cuándo no— para “ubicar en un solo acontecimiento el día del centenario y darle a la solemnización del mismo todo el brillo que requiere”.

Demasi, que dedicó su trabajo final de maestría a un estudio específico sobre ese debate parlamentario, todavía se sorprende al repasar el entusiasmo y ardor de las discusiones de aquel momento.

Según el historiador, el apasionado debate sobre las fechas escondía en realidad otras disputas de la época entre el reformismo batllista, los colorados más conservadores y los nacionalistas.

Parlamento Constitución y Actas de la Independencia
Funcionarias exhiben las actas de la independencia que están bajo el resguardo del Poder Legislativo.
Ignacio Sánchez

En términos generales, los batllistas estaban más inclinados al 18 de julio —fecha más asociada a la institucionalidad y al primer gobierno liderado por Fructuoso Rivera— y los blancos al 25 de agosto —de carácter más romántico y reivindicador de la orientalidad—, pero los apoyos fueron cruzados. Tanto que la Cámara de Diputados votó a favor del 25 de agosto, pero luego el Senado lo hizo a favor del 18 de julio. Se suponía que la Asamblea General debía zanjar el asunto, pero nunca se llegó a reunir.

“Hubo entonces una suerte de empate técnico”, dice Duffau.

O sea, nos propusimos definir la fecha definitiva para conmemorar la independencia, y no nos pusimos de acuerdo.

En cierto modo tenía sentido: un empate para homenajear un país surgido de un empate.

El festejo fue un poco en el 25 y otro poco en el 30, sin que quedara demasiado claro; mucho menos, saldado.

En la madrugada del 25 de agosto de 1925 hubo una celebración impulsada por el Consejo Nacional de Administración, que presidía Luis Alberto Herrera, y la Asociación Patriótica. “Esa celebración fue muy boicoteada por los batllistas. Le tiraron a matar. A la hora cero del 25 de agosto, que comenzaba el día del festejo, hubo un apagón en la Plaza Independencia. Habían iluminado todo el monumento a Artigas y se apagó. Parece difícil que haya sido casual”, cuenta Demasi.

De cualquier modo, eran también años de proyectos ambiciosos. Ese 25 de agosto de 1925 se inauguró el Palacio Legislativo, viejo sueño de José Batlle y Ordóñez, bajo cuyo gobierno se colocó la piedra fundamental (¿en qué día?, un 18 de julio). En 1930 se inauguró un majestuoso estadio en el Parque Batlle para alojar el primer mundial de fútbol, y se lo bautizó Centenario.

El deporte sirvió también para consolidar la identidad nacional. El 30 de julio del 30, Uruguay venció en la final de ese mundial a Argentina, un país que no era exactamente lo mismo que aquello a lo que los orientales quisieron unirse en 1825, pero que al menos rimaba. Veinte años después, once muchachos vestidos de celeste —color que identificó a la Cisplatina de Carlos Federico Lecor— silenciaron a una multitud brasileña en Río de Janeiro, anterior sede del imperio que invadió la Banda Oriental y lugar donde se firmó la Convención Preliminar de Paz.

Uruguay ganaba personalidad propia dentro y fuera de la cancha, y pronto el debate en torno a las fechas dejó de ser de vida o muerte.

Pero ni la discusión ni las manipulaciones de la historia cesaron.

Efemérides

Pulseada de fechas

En la pulseada entre el 25 de agosto y el 18 de julio como fechas máximas de la historia uruguaya confluye algo más que solo visiones distintas sobre las circunstancias que llevaron al nacimiento del país, o discusiones sobre qué aspectos resaltar de nuestra construcción identitaria.

El 18 de julio, inicialmente la fecha “superior” de nuestro pasado, marca la culminación de un proceso sinuoso y en el que hubo “muchos futuros posibles”, mientras que el 25 de agosto resalta la voluntad “soberanista” de los orientales, pero con la contradicción de que en ese momento se procuró utilizarla para unirse a una estructura política mayor: el de las Provincias del Río de la Plata. “Tiene la complejidad de que esos protagonistas no buscan la independencia absoluta. Hoy nos puede hacer ruido porque la independencia se ha construido en función de pensar que después viene un país. Pero es un error de interpretación”, dice el historiador Nicolás Duffau.

Carlos Demasi cita al historiador francés Ernest Renan, quien decía que para construir la nación “había que recordar muchas cosas y también olvidar muchas cosas”. “La construcción del 25 de agosto da la impresión de que es una apuesta al olvido constitutivo de la nación”, apunta Demasi. Y eso no solo por lo que ocurrió antes de 1830. El 18 de julio puede evocar también ese día de 1836 en que Fructuoso Rivera se levantó en armas contra Manuel Oribe. O el 18 de julio de 1853, cuando en pleno desfile por el aniversario de la Jura de la Constitución, el Ejército tomó a balazos a la Guardia Nacional creada por Oribe, que estaba desarmada. “Fue un episodio sangriento que provocó todo un colapso”, dice Demasi.

Aunque la polémica de las fechas cruzó las fronteras partidarias, años después muchos blancos reivindicaron los hechos de 1825 por el mayor protagonismo de los hombres que luego integraron ese partido, mientras que los colorados vieron en los hechos de 1830 una fecha más agraciada para su principal caudillo, Fructuoso Rivera.

Tanques, nostalgia y cambios

El año del maracanazo coincidió con el centenario de la muerte de Artigas en el Paraguay. Y eso también había que, bueno, conmemorarlo.

También por ese entonces comenzó una resignificación del artiguismo, desde la izquierda, como un movimiento “defensor de los pobres” y antioligárquico. En 1975, la dictadura militar bautizó el 150° aniversario de la Cruzada Libertadora como “el Año de la Orientalidad”, resaltando los aspectos más nacionalistas y patrióticos de ese movimiento, en detrimento de otros componentes. Pero no fue ese el principal legado de los años de dictadura en lo referido a la independencia.

En 1978, a un conductor radial llamado Pablo Lecueder se le dio por hacer una “Noche de la Nostalgia” en la víspera del 25 de agosto, previo al feriado. La idea era que esa noche solo se pasara música vieja.

Cuadro Independencia Amézaga
Restauración del cuadro "La declaración de Florida", de Eduardo Amézaga, en el marco de los festejos del Bicentenario del 25 de agosto.
Darwin Borrelli

La melancolía pegaba bien con el alma nacional, y así nació una tradición que en poco tiempo se integraría al santuario de fechas patrias, tanto que la denominación de la noche del 24 de agosto como “Noche de la Nostalgia” fue reconocida oficialmente por una ley de 2004 y se dispuso su difusión por parte del Ministerio de Turismo.

Desde entonces, los uruguayos celebran su confusa independencia de resaca y añorando lo perdido.

Otro punto más para el 25 de agosto.

La discusión se reabre periódicamente en las aulas y las tertulias, sobre todo cuando se acerca un aniversario redondo. La última gran polémica fue a comienzos de este siglo, cuando en otros países de la región comenzaba a asomar la palabra “bicentenario”.

En 2005, con la llegada al poder del primer gobierno de izquierda, el dos veces presidente Julio María Sanguinetti presentó un proyecto de ley para establecer una nueva “fecha mayor de nuestro proceso histórico”. La propuesta de Sanguinetti era decretar como “Día de la Nacionalidad” el 5 de abril, o en su defecto el 13 de abril, en homenaje al Congreso de los orientales del año 1813 liderado por Artigas. También se planteaba rebautizar el 25 de agosto como “Día de la Declaratoria de La Florida” para reconocer ese hito trascendental, pero escapando al “equívoco” de la “independencia”.

La comisión de Educación y Cultura del Senado recibió un informe del historiador José Pedro Barrán, que manifestó que “modificar una tradición, y de las que refieren al nacimiento del país como nación y Estado” le parecía “peligroso para la nacionalidad”, que se vería cuestionada “en sus fundamentos míticos”.

El proyecto quedó por el camino. Había que aceptar nuestras propias contradicciones. Como el hecho de estar celebrando un segundo bicentenario, a catorce años de aquellas fiestas de 2011 en homenaje al inicio de la revolución artiguista.

Algo de eso estamos obligados a hacer cada 25 de agosto. Celebrar, después de una noche de baile al ritmo de músicas pasadas de moda, una independencia que no fue una total independencia, en un país que no es el que necesariamente imaginaban ni los hombres que la declararon ni el prócer que los antecedió —y del que ya algunos de ellos renegaban.

del 11 al 30

¿Bicentenario hay uno solo?

Algunos historiadores hablan del movimiento de 1825 como una “segunda independencia”, para separarlo pero a la vez mostrar cierta continuidad con el proceso artiguista. No es extraño entonces que celebremos un “segundo bicentenario”.

El primero fue en 2011, una conmemoración que se denominó “Bicentenario del Proceso de Emancipación Oriental”. Allí también hubo algunas discusiones, incluyendo un fallido proyecto para decretar como feriado el 25 de mayo de 2010, en un intento de guiño al vínculo con Argentina en tiempos que salíamos del conflicto por las papeleras. En 2011 el festejo fue por todo lo alto, con homenajes y festivales en Montevideo y en el interior.

Este segundo bicentenario parece tener bastante menos fervor. El gobierno definió celebrar el ciclo que abarque los doscientos años del quinquenio 1825-1830. Lo hará con “actividades conmemorativas de los principales hechos históricos que recorren el proceso independentista de la nación”.

“En definitiva, los procesos históricos ocurren a lo largo del tiempo y las celebraciones ocurren en un solo momento. Elegir cuál es más celebrable es complejo”, argumenta Carlos Demasi. El historiador Nicolás Duffau rescata que estas polémicas “sirven para cuestionar y discutir rasgos identitarios y relatos monolíticos”. “Todo esto sirve para la polémica que es sana para la convivencia democrática y para la construcción ciudadana. Porque puedo venir yo y decir: para mí fue el 28, o fue el 25, o el 30, y puede venir otro a decir lo contrario. En ese cruce de ideas es que nosotros construimos nuevos relatos identitarios, pero también proyectamos a futuro”.

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