Redacción El País
Es 21 de octubre de 1817. Estamos en Villa de la Florida, donde una joven pareja oriental está a punto de contraer matrimonio frente al cura Rafael Oubiña. No se imaginen una entrada triunfal de la novia ni grandes banquetes. Lo que sí hay es una ausencia inocultable: falta el novio. Juan Antonio Lavalleja está por ahí peleando contra los portugueses el día de su boda con Ana Monterroso. Pero no se preocupen. Porque Juan Antonio lo tiene todo controlado. Y designó a la persona justa para representarlo en el altar: su compañero de armas Fructuoso Rivera.
Estos dos compadres, que supieron acompañarse a tal punto que uno hizo las veces del otro en su casamiento, serán los responsables unos años después, de liderar la gesta libertadora de los orientales que derivaría en el nacimiento de un nuevo país. Pero no fue solo un combate contra enemigos externos. También fue una feroz batalla entre ellos. De sus sueños, arrojos y alianzas, pero también de sus caprichos y traiciones, surgió el Uruguay independiente.
Si hubiera que poner nombre y rostro al movimiento de 1825 que rompió con el dominio brasileño en la Banda Oriental e inició el tramo final hacia el nacimiento del Uruguay, es difícil encontrar mejor dupla que la de Juan Antonio Lavalleja y Fructuoso Rivera.
Dos compadres cuyos arreglos y desarreglos fueron el telón de fondo del proceso independentista. Pero es también la historia de dos amigos del alma que compitieron ferozmente por el liderazgo de su patria. Que lucharon juntos con Artigas, se quisieron agarrar a las trompadas en secreto, se reconciliaron y pelearon una y mil veces hasta sus muertes, y que mientras hicieron todo eso, un poco queriendo y otro poco sin querer, vieron a esa patria convertirse en un país separado de la Argentina y el Brasil.
El próximo lunes 25 de agosto sale el segundo episodio, donde conocerán a los vecinos revoltosos: Pedro I, Lecor, Juan Manuel García y Bernardino Rivadavia.