Cada tanto sucede: un clan, una banda o una familia de repente se vuelve una marca registrada en el mapa del delito. Y es entonces que todo hecho de violencia es una oportunidad para sospechar de ellos.
Hay una sangrienta guerra en Cerro Norte: ahí están los Albín. Un tiroteo en Buceo: fue orden de los Albín. Toneladas de droga allanadas por la policía: un golpe a los Albín. Oleada de violencia en Villa Española: son los Albín, pero ojo que no los mismos Albín. El ultrabuscado Sebastián Marset: también con él están los Albín.
Por eso no puede sorprender que ese apellido que aparece por igual en un informe de inteligencia, en una pista elusiva que persigue la policía, en el rumor que crece en el boca a boca de un barrio invadido por la violencia, o en una sentencia judicial, volviera en los últimos días a adquirir protagonismo luego de que una bomba estallara en la casa de la fiscal de Corte, Mónica Ferrero. Que antes de que apareciera el primer rastro medianamente concluyente, muchos ya apuntaran decididamente hacia el mismo responsable y dijeran:
—Esto tiene que ser obra de los Albín.
Los Albín: de Buenos Aires al Cerro
Los Albín en realidad son Fernández Albín. “Ellos respetan a la madre y por eso se nombran como los Albín, aunque hubo más de un padre con la misma madre”, explica un informante que los conoce bien. Y aunque muchas veces los confunden, no tienen nada que ver con los Albín de Villa Española, una banda dedicada al tráfico en ese barrio y que ha tenido notoriedad pública por hechos de violencia en los últimos años.
El líder del grupo es Luis Fernando Fernández Albín, a quien una fuente del gobierno define como un “nuevo zar de la droga, muy por arriba de todos a nivel local, juega en las ligas mayores”.
Tiene 38 años, le dicen “el flaco”, es asmático y nació un 12 de julio de 1987 en Buenos Aires, el mismo día en que, en esa misma ciudad, Uruguay levantaba su decimotercera Copa América, tras vencer a Chile por uno a cero con gol de rebote de Pablo Bengoechea.
Los padres de Luis Fernando eran uruguayos y habían cruzado el charco por temas económicos. Cuando él aún era niño, volvieron a Montevideo y se instalaron en Cerro Norte. Su padre, que hasta hace poco seguía viviendo en la calle La Paloma de aquel barrio, tenía trayectoria delictiva.
Luis le seguiría los pasos desde muy temprano. El 16 de julio de 1997, solo cuatro días después de su cumpleaños número diez, tuvo su primera anotación por hurto. A eso le siguieron otras anotaciones por “desórdenes”, luego por rapiña, y más tarde vinieron los ingresos —como menor infractor— al entonces Iname, del que se fugó en diversas oportunidades.
Ya mayor de edad, con 20 años, en noviembre de 2007 fue detenido por tenencia de estupefacientes en cantidades que no eran para consumo.
—Recuerdo que hacía poco había nacido mi hija, ese día iba con mi pareja en mi auto —relató años después a funcionarios de la cárcel—. Ya me venían investigando, me encerró la policía en la calle y me detuvieron con nueve kilos de cocaína. A mi pareja también se la llevaron presa.
Un año después lo volvieron a detener por el envío de droga al exterior, y se lo enjuició por tráfico de estupefacientes en modalidad de exportación y organización.
Por ese caso de 2009 fue procesado con prisión por primera vez.
Y como sucede en otros casos, su ingreso a la cárcel fue la puerta de entrada a las grandes ligas del delito.
Luis Fernando Fernández Albín estuvo preso hasta inicios de este año, unos 15 años casi ininterrumpidos salvo por algunas salidas en los primeros años, y en las que volvió a delinquir.
En una de esas oportunidades, según relatan fuentes vinculadas a la policía de aquellos años, viajó con documentos falsos (dicen que era una de sus “especialidades”) a Brasil. Y fue por entonces que se supone que estrechó lazos con integrantes del Primer Comando de la Capital (PCC), la organización criminal más grande de Brasil.
Entre 2013 y 2014 se le juntaron dos causas: una por tráfico ilícito y otra por uso de documentos falsos. Por esos delitos debía cumplir tiempo en cárcel hasta 2023, pero en 2017, desde su celda en el Penal de Libertad, ordenó una entrega de droga —en la que involucró a su pareja y a otro hombre— y recibió por ello una nueva condena de dos años y medio de penitenciaría.
Perfiles de Los Albín, la banda
Mientras que otras bandas criminales priorizan el control y distribución de la droga en ciertos barrios del país, el clan Albín se ha ubicado como eslabón de la cadena de salida de la droga hacia otros mercados, especialmente Europa. En el plano local tejió alianzas con la banda de Luis Alberto Suárez, más conocido como el Betito, a quien Luis Fernando Albín había prestado apoyo en sus inicios como líder de un grupo dedicado a asaltos de redes de pagos y con quien luego compartió tiempo en la cárcel.
Según la información que maneja la policía, el grupo del Betito es una especie de “brazo armado” o “músculo” territorial de los Albín en zonas como Cerro Norte, donde mantienen una feroz lucha con “Los Colorados”, que se ha cobrado varias vidas. Esa disputa está lejos de centrarse en el negocio barrial, sino que está emparentada también con la operativa hacia el exterior.
En todo ese esquema, según coinciden fuentes policiales, judiciales y políticas consultadas por El País, Luis Fernando no es solo el líder de la banda: es su “cerebro”, y se distingue de muchos otros narcos por tener una mirada más “empresarial” del negocio del narcotráfico, más allá de sus raptos de “impulsividad”.
“Es el que logró tener una mirada de negocio. En Uruguay teníamos siempre los narcos pistoleros, que ostentaban; Luis Fernando tiene una cabeza empresarial, no de barra brava”, comenta una fuente que estuvo tras los pasos de la familia.
Pero el clan Albín va más allá de Luis Fernando.
Su hermano mayor, Víctor Hugo —alias el Vitito—, es visto en cambio como el “zarpado”, el “matón de la familia”, el salvaje que ejecuta de forma más despiadada, según coinciden distintas fuentes.
Una fuente del gobierno lo dice así: “Luis Fernando manda, y Víctor ejecuta”.
Víctor, cuatro años mayor que Luis Fernando, está preso hace diez años en el Penal de Libertad, cumpliendo una condena de 22 años de cárcel por homicidio.
En abril de 2015, en medio de días de furia en Cerro Norte, la Policía publicó la foto del Vitito en redes sociales. Lanzó una búsqueda: decían que era un “peligroso” delincuente y lo acusaban de un violento homicidio producto de guerra entre bandas. Lograron capturarlo junto a otros dos delincuentes.
A comienzos de este 2025, con diez años a cuestas en la cárcel, se comprobó que fue autor intelectual, desde su celda en el Penal de Libertad, del ataque a balazos en la rambla del Buceo a integrantes de los Colorados, la banda rival. El que disparó ese domingo de febrero por la tarde es su primo político.
En la audiencia en la que se imputó a Víctor Albín por ese hecho, hubo un testigo que se retractó de sus declaraciones previas ante la policía y la fiscal. Cuando le preguntaron si era verdad que tenía un hermano preso, respondió que sí.
El equipo fiscal, liderado por Mirta Morales, habló ese día de la “impunidad total” con la que los Albín operaban desde las cárceles, como parte “de una gran organización” con una “logística brutal”.
La abogada de Albín, Silvia Cuello, argumentó que su defendido corría “con la mala suerte de portación de apellido”.
Víctor no fue el único Fernández Albín que se intentó desligar de su apellido. Distintos fiscales y operadores judiciales consultados por El País relatan otros casos de audiencias con personas de apellido Fernández Albín que niegan insistentemente su relación con el clan, o al menos su grado de participación en el amplio abanico de delitos que se les endilga.
Algo así también pasó recientemente con Diego Fernández Albín, quien en octubre de 2024 fue detenido en un allanamiento en Camino de las Pascuas e imputado por varios delitos.
En distintas ocasiones, los hermanos compartieron tiempo en prisión: en los últimos años estuvieron todos recluidos en el mismo piso del Penal de Libertad, en el Celdario 2, acondicionado para alojar a los narcotraficantes más pesados.
En la planta baja de ese bloque estaba Víctor Albín (celda 7), Luis Fernando Albín (celda 9) y Diego Albín (celda 15). En la celda 10 de ese mismo piso, por ejemplo, se encontraba recluido Sebastián Alberti Rossi, cuñado de Marset.
Traslados y represalias de los Albín
El 2024 trajo cambios para la familia en la cárcel.
En junio del año pasado, la hija de Luis Fernando Fernández Albín celebraba su fiesta de 15, y el líder de la banda —que estaba a unos meses de cumplir la totalidad de su pena— pidió una salida transitoria. “Sería comenzar una nueva vida lejos del delito y de la cárcel, con una actitud muy positiva, haciendo las paces con el pasado, dejándolo atrás y comenzar de cero”, justificó su abogada en un escrito, describiendo “el sueño” de Albín de “ver a su hija vestida de blanco en un acontecimiento irrepetible”.
Tras una serie de entrevistas con psicólogos y técnicos, y pese a que en los últimos meses había sido calificado con conducta “buena” dentro de la cárcel, el líder del grupo fue evaluado con un “alto riesgo de reincidencia” y la solicitud fue rechazada.
En setiembre, Fernández Albín tuvo un incidente violento con una operaria penitenciaria, con la que se enfureció porque no le tomaban un examen de idioma español, como parte de las clases a las que asistía.
“A mí no me importa agarrar a alguien y de acá no sale, cuando salga de acá tengo que ir al Kiyú y cortarle la cabeza a la profesora, ¿qué tengo que hacer? Estoy loco”, gritó Albín, según figura en su expediente. El tema generó una investigación y le llegaron a preguntar a la profesora de español cómo Luis Fernando sabía que ella vivía en Kiyú.
Ese mismo mes, fuera de la cárcel, la Dirección General de Represión al Tráfico Ilícito de Drogas (Dgrtid) incautó cerca de una tonelada de droga en la Operación Faro, con cinco allanamientos en los departamentos del área metropolitana. ¿A quién vinculaban las autoridades esos cargamentos? A los Albín.
El 25 de noviembre, en el marco de una política de mayor agresividad contra grupos narcotraficantes, el Ministerio del Interior dispuso que a Luis Fernando se lo trasladara a la unidad 25 de máxima seguridad, en una celda en solitario.
Pocos días después, el 4 de diciembre, dos personas en moto dispararon contra la oficina del INR en las calles Cerro Largo y Andes, y dejaron una carta para Luis Mendoza, entonces director de cárceles,
“Los presos se respetan, señor Mendoza”, decía la nota.
La policía ató cabos y atribuyó el atentado al mismo apellido al que antes había vinculado a los cargamentos de droga._Luis Fernando, quien cumplía su pena en febrero de 2025, fue imputado por ese hecho. En vez de salir en libertad, pasó de la cárcel de máxima seguridad a esperar en prisión domiciliaria en el barrio privado Colinas de Carrasco en el departamento de Canelones.
En marzo, en el marco de operativos por la violencia y los homicidios en Cerro Norte, la policía allanó su vivienda y encontró un arma de fuego con signos de identificación suprimidos.
En juicio abreviado, Luis Fernando Fernández Albín aceptó algún grado de responsabilidad por el atentado al INR y, en conjunción con el delito de tenencia y porte del arma encontrada, fue condenado con una pena de siete meses de prisión. Pero no retornó a la cárcel de máxima seguridad, sino al Penal de Libertad, y por pocos meses, antes de recobrar —ahora sí— la libertad.
La operativa de Los Albín
Nadie sabe con certeza dónde está Albín ahora, en el preciso momento en que su nombre aparece como uno de los principales sospechosos de idear o instigar el atentado contra Ferrero. Pero a una semana de ese hecho, que encendió las alarmas de todo el sistema político, las pistas todavía no están atadas, y Luis Fernando no es el único sospechoso.
Algunos apuntan también a Marset, de quien Albín —según la información de la policía— es socio —¿o subordinado?— en la cadena narco.
Aquí es donde la información de inteligencia va varios pasos más allá que las evidencias concretas. Por algo figuras como Albín han sido enjuiciadas por delitos específicos de tráfico de estupefacientes, pero no por ser cabecillas de los esquemas criminales que todos coinciden en describir.
De acuerdo a esa información de inteligencia, los Albín tienen como una pata de su negocio el apoyo local a Sebastián Marset, al PCC y narcos europeos en el acopio y la logística para el pasaje de la droga por Uruguay. Y se quedan con una parte de las ganancias._
Una de las supuestas modalidades involucra poner la cocaína en tarrinas con dispositivos GPS y llevarlas a alta mar, para que allí un equipo de buzos tácticos del PCC las busquen y las introduzcan en barcos de diferentes navieras. En Europa, dicen, otros hacen el proceso inverso.
En noviembre pasado, por ejemplo, la Policía desarticuló un envío de 530 ladrillos de pasta base, que iban a ser embarcados en San Luis. Se supone que era un negocio de los Albín. También se les atribuyen los 2.200 kilos de cocaína incautados en Punta Espinillo en agosto.
Una línea de investigación es que los golpes a la organización hayan motivado una nueva represalia violenta.
Algunos temen que nunca se sepa con certeza.
Pero algo sí saben.
Sea en esta o en otra causa, sea con pruebas sólidas o rumores incomprobables, el apellido Albín seguirá encontrando formas de aparecer.
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