La pareja como un objeto de consumo

| El sociólogo polaco Zygmunt Bauman analiza en este reportaje cómo la lógica de mercado invadió el campo de las relaciones interpersonales. Eso le preocupa.

Use y tire. Las relaciones humanas también tienen descuentos y promociones. 400x308
Use y tire. Las relaciones humanas también tienen descuentos y promociones.
Bloomberg

JUANA LIBEDINSKI, LA NACIÓN, ARGENTINA/GDA

Zygmunt Bauman es uno de los sociólogos más importantes de la actualidad y, a los 82 años, un severo analista de algunas peculiaridades del mundo este que nos tocó en suerte.

Prolífico al nivel de un libro por año, los más importantes están traducidos al español. En su última obra, Vida de consumo (Fondo de Cultura Económica, distribuye Gussi), Bauman sostiene que el consumo no es una máquina patentada que arroja cierto volumen de felicidad por día. Es de esos escasos libros esclarecedores.

-En Vida de consumo, usted sostiene que los modelos de consumo están a tal punto interiorizados que rigen la conductas más íntimas de las personas.

-Si uno quiere ropa, va al negocio y trata de encontrar la más fascinante, la que más placer le da al ponérsela. La paga, vuelve a la casa y espera que le quede perfecta y que el deseo que tenía al comprársela quede satisfecho. Si eso no ocurre, o uno devuelve la prenda (posiblemente diciendo que fue engañado, que no era lo pactado) y recupera el dinero, o la tira a la basura. Esa es la forma de lidiar con los objetos materiales. Supongo que no hay otra forma, dado que su único valor, y por ende, el único examen que tienen que pasar, es dar satisfacción a quien los consume. El problema es cuando tratamos a los seres humanos de la misma manera: en cuanto alguien deja de satisfacernos o de sorprendernos, o simplemente se vuelve parte de una rutina, lo descartamos o cambiamos por otro. Lo peor es que hasta el tipo de consejos que se suele recibir de los psicólogos y los terapeutas de pareja apunta en esa dirección. Si algo no satisface en el corto plazo, no sirve; no hay que demorar la gratificación, dicen a menudo a sus pacientes, lo cual es a medida para fomentar las expectativas consumistas.

-¿Todo tiempo pasado fue mejor para las relaciones? ¿Era mejor quedarse atrapado en una relación, por mala que esta fuese?

-Mi colega británico Tony Giddens habla de las relaciones actuales como relaciones "puras", en el sentido de que están limpias, emancipadas de toda carga adjunta como, por ejemplo, el compromiso de mantenerlas hasta que la muerte nos separe. Una relación de pareja hoy se afronta con la expectativa de una gratificación mutua constante. Si deja de ser así o no resulta tan fantástica como se esperaba, no tiene sentido mantenerla. Giddens cree, justamente, que eso es muy liberador. Antes, alguien que era infeliz con su pareja y quería abandonarla no podía divorciarse y/o buscar una nueva, y él considera que esto era muy restrictivo respecto a la libertad del individuo. Giddens tiene razón, pero la idea de que si se sacan las restricciones entramos en el paraíso es errada, porque sin las restricciones entramos en un mundo de incertidumbre continua respecto al futuro, que trae una enorme ansiedad a las partes involucradas. Para entrar en una relación "pura" hace falta el consentimiento de dos personas, lo cual es bueno. Pero para romperla, con la voluntad de una sola basta. Si un solo miembro de la pareja dice "necesito más espacio" o cree que el pasto es más verde en el jardín de al lado, todo se acabó. Por eso, ambas partes viven con el miedo permanente a ser descartados o cambiados. Era una pesadilla vivir sin la posibilidad de poder escapar de las relaciones. Pero es también una pesadilla vivir siempre en un estado de ansiedad respecto al futuro de la relación en la que se está. En ambos tipo de arreglos hay aspectos muy negativos. Por eso no es que estemos progresando al pasar de un tipo de vida a otro, sino que pasamos de uno con ventajas y desventajas a otro con ventajas y desventajas, solo que distintas.

-¿Hay otras consecuencias de estas nuevas formas de relacionarse entre humanos?

-¡Claro! Las llamo los daños colaterales. Son las consecuencias no intencionales y que no se tomaron en cuenta al hacer o deshacer relaciones de una manera consumista. En el plano material, podemos ver que la economía consumista es una economía que genera mucho desecho, lo cual trae los problemas de la basura, aguas contaminadas, calentamiento global, polución de la atmósfera. Estos son los daños colaterales en el medio ambiente. Su paralelo en la relación entre personas se ve, por ejemplo, en los chicos. Cuando una pareja se rompe, ellos son los que sufren los daños colaterales. Nadie los consulta sobre la decisión, pero son también los grandes afectados. Otro tipo de daños colaterales de nuestra sociedad consumista es la exclusión de aquellas personas que quedan fuera del sistema, los que no tienen los recursos para entrar en ella con los mismos derechos que los demás. Si voy a cualquier shopping voy a ver cámaras de seguridad. ¿Para qué están? Para detectar aquellos que no lucen como clientes y así alertar a los guardias para que, delicadamente o no, los saquen a la calle. Los llamo consumidores fallidos; son aquellas personas que no agregan al bienestar de la sociedad de consumo ya que no tienen dinero para contribuir a ella. Quedan entonces aislados. Ser un consumidor fallido es una humillación, y quienes más lo sienten son sus hijos, que no pueden ir a la escuela con las mismas zapatillas que sus compañeritos. Es una tendencia deshumanizadora a escala global, porque con el creciente nivel de consumo cada vez son más y más los que quedan en esta categoría. Uno nunca puede tener suficiente cuando el de al lado tiene más. La sociedad de consumo es una escalera que nunca se puede terminar de subir

-¿Entonces es mejor renunciar al consumo, como si fuera el gran Satán de Occidente? ¿Es mejor el otro extremo, por ejemplo, el del radicalismo religioso?

-Yo no creo que los fundamentalistas religiosos estén fuera de la sociedad de consumo. Hablemos del fundamentalismo islámico, que es el que más espacio ocupa en los diarios. Se los acusa de no aceptar ciertos aspectos de vidas distintas a las suyas, por ejemplo, la ley secular, la igualdad entre el hombre y la mujer, nuestro concepto de la religión como parte de la esfera privada, y por eso se los llama fundamentalistas. Pero rara vez se los acusa, y con justa razón, de ser anticonsumo. Si uno viaja a Arabia Saudita, Kuwait, Omán o los Emiratos Árabes, encontramos inequidad entre el hombre y la mujer, gobiernos que no son electos y los clérigos al frente de la sociedad. Pero el consumismo allí es extremadamente floreciente y afecta, naturalmente, la forma de vida de la sociedad (volviendo al divorcio, su prohibición es, sobre todo, una cuestión del cristianismo; estamos hablando de países donde con que un hombre diga "se acabó" es suficiente para terminar un matrimonio). El consumismo es un fenómeno suprarreligioso y supraétnico. Hay países, como Myanmar o Corea del Norte, donde no llegó, donde los pobres no pueden unirse a las filas de felices consumidores, pero, salvo en esos casos, estamos hablando de una condición global. Si hay gente en el mundo que no entró en el patrón consumista no es porque no quiera, porque esté buscando algún tipo de vida mejor, sino porque no puede, porque no tiene los recursos necesarios. Un anciano en una aldea africana que gana la lotería se comportará igual que cualquiera en la sociedad de consumo.

-¿Pero el consumo no tiene valor por su efecto apaciguador de las pasiones?¿No podría explicar la paz en Irlanda del Norte un poco por la prosperidad de Irlanda?

-En efecto, las guerras civiles en distintas partes del mundo no son causadas por el consumismo sino por la ausencia de este, y puedo admitir que el consumismo tiene un efecto pacificador. Inglaterra tuvo tropas en Irlanda del Norte por 30 años, pero el gran golpe a la violencia sectaria vino desde el sur de la frontera, cuando Irlanda pasó de ser un país pobre a ser un país próspero, y gente dispuesta a matar encontró otras metas más atractivas y placenteras en la vida. Por eso creo que la guerra contra el terrorismo solo tiene una batalla que es ganable: mejorar las condiciones de vida en las zonas pobres y humilladas del mundo, que son caldo de cultivo para la violencia. Y justamente allí radica para mí la esperanza para la ética en el mundo contemporáneo.

-¿Por qué?

-Muy simple: por primera vez en la historia de la humanidad el interés propio y el imperativo moral apuntan en la misma dirección. Durante los 200 años de historia moderna, los filósofos se rompieron la cabeza tratando de reconciliar la moral y el interés individualista, términos que consideraban inherentemente contradictorios. ¿Por qué? Porque para ser moral hay que sacrificar parte del interés propio en función de los demás, siempre. Pero ahora estamos en una situación en la que debemos cuidar el uno del otro para permanecer en el planeta. Es nuestro deber moral abolir la humillación, la falta de dignidad y elevar la humanidad de la gente de todos los países para incrementar nuestras posibilidades de supervivencia. De lo contrario estaremos siempre en peligro y, como demostró el atentado a las Torres Gemelas, no hay océano lo suficientemente amplio para proteger a nadie cuando hay gente que siente una sed de venganza. En el Primer Mundo, la gente hace filantropía con el Tercer Mundo como parte de su deber moral, y luego explota impiadosamente su mano de obra barata como parte de su interés. Es como si la filantropía y el interés estuviesen en dos planos distintos: el de la nobleza del espíritu y el de los negocios. Esto es una locura. Cuando hacer que un artefacto explote en Buenos Aires o Londres es tan fácil como hacerlo en Darfur o Irak, queda claro que debemos compartir todos lo que consideramos la buena vida o, de lo contrario, no saldremos del peligro mortal.

-¿Qué opina de lo que hacen celebridades como Angelina Jolie, Bono y tantos otros respecto a la ayuda al Tercer Mundo?

-Me gusta mucho lo que están logrando en el sentido de llevar fondos a lugares pobres. No me gusta, sin embargo, el efecto que están teniendo en la sociedad, en el sentido de que permiten que la gente, si compró la entrada para un concierto benéfico, sienta que ya puede dormir tranquilo, que con abrir la billetera y sacar 20 libras se garantiza la conciencia en paz para el próximo año. Así, nadie va a presionar a los gobiernos para que reduzcan el dinero que gastan en armamentos y los dediquen a erradicar la pobreza. Yo soy un viejo de 82 años y me voy a morir pronto, por lo que no estoy en problemas. Pero ustedes, que tienen 50 o 60 años por delante, van a vérselas muy complicadas si no se dan cuenta de que el bien común y el interés personal son lo mismo.

-¿Qué espacio le ve a la decisión personal en un mundo tan dominado por la tendencia a homogeneizar el comportamiento?

-No creo que comportarse de una manera determinada sea la obligación de nadie. Cada uno es libre, en las sociedades libres, de tomar sus decisiones. Por eso, no creo que en un mundo de relaciones frágiles no se pueda encontrar un matrimonio que permanezca fiel por 80 años. Tampoco digo que en una sociedad consumista no se pueda ser una persona humilde y modesta que lleva cinco años seguidos el mismo modelo de celular y que no cambia de ropa cada año. Pero lo que sí estoy diciendo es que las condiciones en la sociedad son tales que privilegian ciertas decisiones, con lo cual es más fácil moverse con la masa que actuar por la propia. Nadie te ridiculizará; así nadie se reirá de ti. Y si uno va a una entrevista de trabajo con ropa de hace 20 años, sabe que es más difícil que le den el puesto que a alguien que va con ropa de ahora. Hay un precio que pagar por ser diferente, es una vida más difícil. Por eso arriesgo, con la ayuda de la información que tengo, que solo una minoría va a resistirse a seguir a la masa y que esta minoría va a ser cada vez menor. Hoy los chicos aprenden desde la infancia a desarrollar una vida orientada hacia el consumo. Cuando desde la cuna se les enseña que todo sueño debe apuntar a las tiendas, es muy difícil que eventualmente se rebelen.

perfil

Es considerado uno de los casos más asombrosos de florecimiento tardío del mundo académico. Nacido en Poznam, Polonia, en 1925, muy joven se convirtió en un sociólogo prominente en la Universidad de Varsovia y luego, durante su carrera en la Universidad de Leeds, publicó libros fundamentales. Pero solo se convirtió en la "nueva" estrella de la sociología contemporánea en las últimas dos décadas.

Conceptos como "modernidad líquida", "residuos humanos" y "poblaciones superfluas", entre otros, trascendieron la academia y se incorporaron al uso popular. Libros como Pensando sociológicamente, Vidas desperdiciadas, Vida líquido, Miedo líquido (todas distribuidas a través de Planeta) que ha publicado al vertiginoso ritmo de casi uno por año, son leídos por un público amplio.

Donde sea que Bauman de una conferencia, el auditorio le brinda un tratamiento de estrella pop para escuchar su tesis de que vivimos una modernidad sin referencias fijas, sin memoria ni certezas a largo plazo, una modernidad en la que nada es permanente y todo fluye de forma constante.

Zygmunt Bauman, 82 años

Discapacidad social

Hace algún tiempo, una de las cada vez más numerosas agencias de citas por internet (parship.co.uk) llevó a cabo una encuesta que mostró que, en 2005, dos terceras partes de los solteros que utilizaban el servicio de citas (alrededor de 3,6 millones) lo hacía por Internet. El negocio de "citas por internet" movió ese año 12 millones de libras y se esperaba que para 2008 la cifra alcance los 47 millones. En los seis meses previos a la encuesta, la proporción de solteros que confiaba en encontrar la proporción adecuada de solteros que confiaba en encontrar la persona adecuada en Internet creció del 35% al 50%, y la tendencia iba en ascenso. Al comentar esos datos, el autor de uno de esos "ensayos espinosos" que se publican en la red observó: "Reflejan un vuelco en la manera en que las personas son alentadas a considerar sus relaciones personales y a organizar sus vidas privadas, actuando su intimidad en público y sujetas a normas contractuales que uno asocia más con comprar un automóvil, una casa, un viaje". (...)

Está claro que quienes recurren a las agencias de Internet en busca de ayuda han sido malcriados por el facilismo del mercado de consumo, que promete hacer de cada elección una transacción segura y única, que no genera obligaciones a futuro: un acto "sin imprevistos", "sin ulteriores gastos", un gesto "no vinculante" por el que nunca "nadie nos llamará". El efecto secundario (o para usar la expresión de moda, los "daños colaterales") de esa vida de niño mimado -de riesgo mínimo, responsabilidad reducida o eludida, y subjetividad neutralizada a priori- ha demostrado ser, sin embargo, una notable discapacidad social.

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