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La dura encrucijada de Juan Gómez: los amigos le dicen que renuncie; él comanda la Fiscalía en su peor momento

El fiscal lidia con las críticas del gobierno, que no logra un acuerdo para nombrar a un fiscal de Corte. Hace 18 meses que ocupa el incómodo puesto de suplente de un cargo en el que no se imaginaba.

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Fiscal Juan Gómez.
Fiscal Juan Gómez.
Foto: Estefanía Leal.

Por Mariángel Solomita
Los fiscales no suelen ser los héroes de las historias policiales. Salvo que los envuelva un final trágico, o el cine aparezca al rescate de su figura, en la mayoría de los relatos su trabajo está más cerca de las suspicacias que de los aplausos. En sus 50 años en la Fiscalía, Juan Gómez había logrado con bastante éxito mantenerse al margen de las polémicas y construir una fama de fiscal referente: un personaje respetado en el ambiente judicial, querido por (casi) todos. En el último tramo de su carrera, cuando en 2017 se implementó el nuevo Código del Proceso Penal (CPP) y los fiscales dejaron de ser figuras secundarias detrás de los jueces para ocupar un rol protagónico en los medios, Gómez se convirtió en la imagen para la sociedad de cómo luce y se comporta un fiscal. Al frente de la fiscalía de homicidios, las cámaras de los informativos lo captaban en la escena del crimen, moviéndose con serenidad, siempre enfundado en un traje con demasiados usos y camisas que luchan por escaparse del cinturón, dialogando con la Policía, analizando un cadáver sin saber que unos años atrás Gómez había abandonado su propósito de ser médico por un irremediable temor a la sangre.

Tal era su popularidad, que cuando otro colega llegaba al escenario de un delito podía sucederle que algún testigo o familiar de la víctima le increpara que él no era el fiscal verdadero, sino aquel hombre sesentón, con cuerpo de oso cansado y bigote blanco que salía en la tele. El investigador amable que recibía en su despacho a quien tuviera una duda. El titular de la fiscalía “vedette”, que además tenía uno de los mejores promedios en la resolución de casos.

Eso ya pasó.

Dos años atrás, en abril de 2021, Gómez aceptó una propuesta que le cambiaría la vida. Visualizando el final de su mandato, el controversial fiscal de Corte Jorge Díaz le propuso nombrarlo adjunto a la dirección. Díaz y Gómez eran amigos desde hacía más de dos décadas y aquello, más que un ascenso, parecía un pedido de ayuda. Se comenta que Gómez era la única opción de Díaz. Si el presidente Luis Lacalle Pou lo avalaba, y la mayoría de los senadores votaban a su favor, sería el número dos de la institución y, llegado el momento, subrogaría la dirección, haciéndose cargo de la transición hasta que el sistema político nombrara a un nuevo fiscal de Corte.

Juan Gómez junto al exfiscal de Corte Jorge Díaz.
Juan Gómez junto al exfiscal de Corte Jorge Díaz.
Foto: Marcelo Bonjour.

Era una cuestión de pocos meses, pensó Gómez. Y dijo que sí. O, según algunos de sus allegados, por su sentido de la lealtad “no pudo decirle que no” a un amigo, que además era su jefe. Pero en octubre de ese año Díaz renunció. Y desde entonces el gobierno no logró reunir los votos necesarios para definir un sucesor. Hace 18 meses que Gómez ocupa un espinoso puesto de suplente.

En este período, entre otras cosas, se lo ha acusado de ceder ante la presión de lobbies feministas en torno al caso de la “violación del Cordón”, al proteger a la fiscal de delitos sexuales (Mariana Alfaro) que solicitó elallanamiento de la emisora radial donde se emite el programa del periodista Ignacio Álvarez, y en cambio sancionar con dureza a su sucesor, el fiscal Raúl Iglesias, que pidió prisión domiciliaria para los formalizados, fue crítico con la Fiscalía y además archivó un gran número de casos en poco tiempo.

Pero la gota que rebasó el vaso fue su decisión de remover a la fiscal Gabriela Fossati del problemático caso Astesiano tras haber logrado un acuerdo abreviado, y justo cuando se proponía investigar los orígenes de la causa de los pasaportes falsos durante el gobierno del Frente Amplio y al dirigente Gustavo Leal por un supuesto delito de encubrimiento, reemplazándola por una fiscal (Sabrina Flores) considerada cercana a la gestión de Díaz y por lo tanto a los intereses de la oposición.

Las decisiones que atizaron la discordia: Iglesias y Fossati

En los últimos meses, las críticas del gobierno de coalición hacia la gestión de Gómez se han ido acumulando. Entre varios reclamos, el mayor ruido lo concentraron el sumario realizado —con separación del cargo y retención de medio sueldo— del fiscal Raúl Iglesias, quien sustituyó a Mariana Alfaro en la investigación conocida como “la violación del Cordón”, y el reemplazo de Gabriela Fossati de las investigaciones derivadas del caso Astesiano, por la causa de los pasaportes falsos (que retrotrae a gobiernos frenteamplistas) y del dirigente Gustavo Leal, investigado por un delito de encubrimiento. Esto sucedió luego de que el abogado de Leal, Diego Camaño, denunciara a la fiscal y pidiera su separación del caso. Gómez se justificó citando tres mails enviados por la fiscal en marzo en los que le solicitaba ser apartada. Además mencionó “los múltiples planteos” en los que dijo “sufrir hostigamiento, inseguridad y presiones diversas”. La fiscal, en tanto, dijo que “Gómez la destrató” porque “tiene problemas con Presidencia”. Gómez, además, no le concedió el traslado que ella había solicitado y que, según Fossati, le había prometido.

A dos años de jubilarse, a Gómez le toca comandar el barco en la peor tormenta que transitó la Fiscalía. Distintos legisladores de la coalición de gobierno —y un grupo de penalistas particulares— piden su cabeza. Opinan que la Fiscalía sigue dividida en un bando pro Díaz y anti Díaz, que ha perdido la credibilidad y sufre “un estado e imagen de caos institucional”. Le recriminan a Gómez que sus decisiones representan una continuidad de la línea del exfiscal de Corte y que responde a intereses partidarios. Lo consideran “un títere”.

El mal clima no lo afecta solo a él. Algunos funcionarios dicen que trabajan bajo una sensación de ataque permanente. “Uno podría decir, ¿esto no es un problema del sistema político? No designó fiscal de Corte y ataca al subrogante, que está ocupando dos cargos. Termina tirando piedras a una institución que no ha podido solidificar, teniendo la responsabilidad de hacerlo”, dice Willian Rosa, presidente de la Asociación de Fiscales.

Fiscal Juan Gómez.
Fiscal Juan Gómez.
Foto: Fernando Ponzetto.

Los consultados descartan que se haya conformado un grupo contrario a Gómez, pero sí señalan una preocupación por las ideas alternativas que surgen —especialmente la conformación de un triunvirato— como salida a la imposibilidad de acordar un nuevo líder.

En los días más duros de su carrera, el afable Gómez intenta aferrarse al más preciado de sus estados: la calma. Pero le cuesta. Sus amigos le insisten en que dé un paso al costado, sin embargo él no está dispuesto a renunciar. “Por terco”, dicen algunos. “Por amor a la institución —dicen otros—, él está dispuesto a morir”. Por la devoción a ser “un buen servidor”, justifica él.
“No estoy dispuesto a dejar a la institución sin una conformación que se corresponda con su ley orgánica y la Constitución. Y yo no avizoro en las actuales circunstancias una subrogación que respete la institucionalidad y lo que dice la ley”, indica.

El miércoles pasado, en medio de una semana que debía ser de descanso, Gómez querría estar reunido con sus amigos del juzgado de Maldonado, comiendo un asado y jugando al truco. Hubiera preferido visitar a su nieto. O dejar la mente en blanco mirando tres horas seguidas de partidos de golf en Youtube. En cambio, como le cuesta decir que no, terminó aceptando esta entrevista.

Volver a la campaña.

La cita es en su casa. Gómez, que tiene fama de ser puntual, parece estar aguardando la llegada del otro lado de la puerta. No sonríe. La bienvenida anticipa un humor taciturno. Usa una camisa azul cansado y un pantalón del tono más serio de los grises, que cae sobre unos enormes championes blancos. La sala no tiene ningún lujo. Gómez señala una mesa y se sienta en la cabecera. A mis espaldas, junto a una serie de retratos familiares, hay tres imágenes del Padre Pío. “Me ha acompañado”, aclara. Detrás del fiscal, hay una ventana por la que se ven dos camisas secándose: idénticas a la que lleva puesta.

Desde que conduce la Fiscalía, Gómez abandonó sus caminatas de cinco kilómetros diarios. Si siempre le costó ser dueño de su tiempo, ahora es una misión imposible. Nunca apaga el celular. Responde cada llamada, incluso de números desconocidos. Dejó de ir a pescar. Le cuesta leer un libro porque se queda dormido. Sabe a qué hora comienza su jornada, pero nunca a qué hora termina.

“Mi rutina y yo somos los dos aburridos”, dice el hombre que zafó tres veces de una muerte segura. Que resolvió una centena de casos de narcotráfico; que participó del proceso contra el asesino serial Pablo Goncálvez, que investigó el crimen de la joven Natalia Martínez y de las niñas Camila Chagas y Brissa González. Que encarceló al temido barrabrava de Peñarol Erwin “Coco” Parentini. Que procesó al representante de Diego Maradona, Guillermo Cóppola; al magnate deportivo Eugenio Figueredo; al que fuera ministro de Economía, Fernando Lorenzo, y al expresidente del República, Fernando Calloia.

La trayectoria de un fiscal siempre comienza saliendo de Montevideo y avanza con la vista puesta en el regreso a la capital, la Ítaca de la consagración profesional. Si la mayoría de los fiscales divide su vida en etapas de acuerdo a los traslados en el interior, la carrera de Gómez es tan larga que incluye una precuela.

Juan Gómez en la investigación del caso Natalia Martínez.
Juan Gómez en la investigación del caso Natalia Martínez.
Foto: El País.

Al principio, para Gómez la abogacía era un medio para un fin: una forma de ayudar en su hogar, en un paraje de Rivera llamado La Palma, próximo al Valle del Lunarejo. Allí había quedado su madre. A los 40 años había enviudado con siete hijos varones a cargo, y un año después de perder al marido había enterrado a un hijo fallecido en un hecho trágico —una broma que salió mal y un policía que disparó apresuradamente, por la espalda—.

A los 20 años, cuando Gómez se disponía a abandonar los estudios en Montevideo y volver a Rivera en busca de un trabajo, el padre de un compañero de facultad le consiguió un puesto de administrativo en la Fiscalía. Ingresó el 16 de setiembre de 1975, recuerda Gómez, el memorioso. En los primeros tiempos, subía y sacaba expedientes, hacía los presumarios y también las compras del supermercado para el resto de los funcionarios: “Era el último orejón del tarro”.

Unos años después, se convirtió en la mano derecha de la prestigiosa fiscal y docente Ofelia Grezzi, que le encargó tareas más técnicas. Además, trabajaba asesorando a empresas de comunicación. “En realidad no estaba haciendo ninguna de las cosas bien, y no me sentía feliz”, dice Gómez. Y así siguió hasta que en 1997 el fiscal de Corte Oscar Peri Valdez le propuso convertirse en fiscal.

Las tres veces que zafó de la muerte

A los siete años sobrevivió a una operación a corazón abierto y varias décadas después superó una peritonitis y un ACV. Sin embargo, Juan Gómez siente las secuelas: “Únicamente” recuerda 50 números telefónicos y ejercita la memoria con ejercicios para retener los detalles que no quiere olvidar. Quiso ser médico y maestro; la primera vocación la descartó por temor a la sangre y la segunda por falta de manualidad. En 1975 ingresó a la Fiscalía, siete años después se recibió de abogado y en 1997 se convirtió en fiscal. “Pagué para ser fiscal, porque tuve que ponerme al día con la Caja de Profesionales”, cuenta Gómez entre risas. “No me arrepentí nunca de esa decisión, el trabajo más que felicidad a mí me da serenidad”, dice.

Aceptar implicaba volver a Rivera; sin su esposa, sin sus dos hijas. Dijo que no. Pero pidió más tiempo para pensarlo mejor y se lo dieron. Y apenas unas horas después, sin consultarle a nadie, aceptó. Rivera en aquella época no tenía los problemas de droga que la azotan ahora, pero sí eran comunes los conflictos de frontera y enfrentamientos con puñales y armas. De vez en cuando, le tocaba procesar a algún conocido. Gómez no tenía a nadie que lo ayudara y así se acostumbró a aguantar largas jornadas.

Tres años más tarde, en el 2000, le anunciaron que lo trasladarían a Maldonado, una localidad que por la variedad, volumen y magnitud de las causas, que incluyen a personas extranjeras, algunas famosas, y a abogados rimbombantes, se considera una vidriera: la prueba de fuego para después pasar a Montevideo.

En Rivera le organizaron al menos cinco despedidas.
En Maldonado le esperaba el encuentro con personajes clave que signarían su futuro.

90% es la intuición.

Los que quieren a Gómez dicen que su principal problema es que es confiado y que necesita sentir el cariño de los otros. Eso puede ser problemático en un rol de gestión donde hay que tomar decisiones “que nunca van a conforman a todos”. “Se pone horrible cuando alguien no lo quiere, lo afecta en su estado de ánimo, se lo ves en la cara”, dice un allegado.

Dos semanas después de anunciar el reemplazo de Fossati y pasar por un doble cateterismo cardíaco, Gómez prefiere evitar hablar del presente, pero lo evoca constantemente. Dice, en un tono reflexivo, que un buen amigo le dijo que “entre lo sublime y lo equivocado a veces hay un solo paso.” Y cuenta que el día anterior, cuando visitó la Rural del Prado, muchas personas se acercaron a saludarlo. “Me desean éxitos, eso me da la tranquilidad de que tan equivocado en la vida uno no debe estar”.

La popularidad de Gómez como el más importante de los fiscales —según varios colegas— se cristalizaría con su traslado a Montevideo, después de 2010, pero fue en Maldonado donde sembró su fama de buen investigador.

Con el código anterior, el centro de la acción estaba en los juzgados. Los jueces, fiscales y defensores de Maldonado convivían en un receptáculo tan pequeño que para atravesarlo había que pasar por encima de las piernas de los imputados. Esto obligaba a promover un buen vínculo. En el año 2000, Gómez compartía la fiscalía con Gabriela Fossati y con Gustavo Zubía, de quien era amigo y para quien su esposa —la fiscal adjunta Laura Bentos— trabajaba. Gómez y Zubía eran el agua y el aceite: uno pura parsimonia, el otro puro histrionismo. Sin embargo, la amistad entre ellos se mantuvo por años, hasta que las diferencias por la implementación del CPP comandada por Jorge Díaz los distanció profundamente.

En aquel tiempo, la prensa iba tras los jueces, pero Gómez comenzó a ganar notoriedad en medios nacionales y extranjeros, especialmente por pedir el procesamiento de Cóppola por un delito de asistencia al narcotráfico que casi mata a Maradona de una sobredosis.

Fiscal Gabriela Fossati.
Fiscal Gabriela Fossati.
Foto: Leonardo Mainé.

Puertas adentro del juzgado, sus colegas comenzaron a reparar en sus particularidades. Verónica Acuña, actual directora de la Defensoría Pública, trabajó con él como defensora: “Juan hacía unas instrucciones tan minuciosas, que me cerraba todas las puertas. La instrucción en aquel momento la llevaba adelante el juez, pero él interrogaba el análisis de la prueba, las preguntas que le hacía al indagado y después, cuando hacía el desarrollo de los hechos, para pedir o no el procesamiento, o disponer el archivo, estudiaba cada detalle”.

Si lo normal era ser escueto y directo en el pedido de procesamiento, Gómez prefería narrar el desarrollo de los hechos, una práctica que el propio fiscal de Corte Peri Valdez le criticaba porque era una forma “de mostrarle todas las cartas a la defensa”. Gómez nunca cambió esta costumbre, la considera “un gesto de lealtad”. “Siempre fui un fiscal lineal”, dice, “si había pruebas, lo comunicaba, y si no las hallaba también”.

A su vez, se comentaba su manía de “prestar oído” a muchas víctimas, una predisposición para nada habitual. Como en el caso de Ana Paula Graña, una adolescente que salió a bailar en Punta del Este el 22 de diciembre de 2000 y nunca más apareció. El padre solía llamarlo en la madrugada, desesperado. El fiscal despertaba a su esposa, la única de la pareja que sabe conducir, para que lo llevara hasta San Carlos a reunirse con él.

Un par de años más tarde, en medio del caótico mes de noviembre, llegó a Maldonado el juez penal Jorge Díaz. “Tenía fama de ser muy activo e inquisidor, concentraba mucho trabajo en él”, describe una fuente. Díaz vivía a media cuadra de la casa de Gómez y, según se pudo reconstruir, la amistad surgió investigando juntos un resonado caso de violencia policial contra un hombre de Piriápolis al que una golpiza había dejado al borde de la muerte. Al recuperarse, la víctima identificó a un policía y describió al detalle la fisionomía de otro implicado, del que no surgía ninguna pista.

Investigación del homicidio de la niña Brissa González.
Investigación del homicidio de la niña Brissa González.
Foto: Marcelo Bonjour.

Gómez, que fumaba de dos a tres cajas de cigarros por día, caminaba de un lado a otro del pasillo dando una pitada detrás de la otra. La anécdota que pasó de despacho en despacho dice que le dijo a Díaz “yo a este sapo no me lo voy a tragar” y le pidió que citara a la comisaría entera —un centenar de policías— vestidos con el uniforme, para una ronda de reconocimiento.
Así descubrieron que había una división que se dedicaba a la investigación que estaba fuera del turno, y se llegó a todos los culpables.

Su estilo es “90% intuición y 10% de habilidad técnica”, que sumado a su empatía podía lograr que los testigos y víctimas más herméticas declarasen, e incluso impensadas confesiones de imputados. “Tenía una magia especial, muchas veces la investigación se basaba en convencer a los testigos o al imputado de que le dijeran la verdad”, señala el abogado Juan Williman.

Los golpes del poder.

Para tener un vínculo con Gómez, la principal condición es estar dispuesto a jugar al truco. No abandona hasta que pierde. Un buen jugador de truco debe utilizar “la mentirilla”, y en esas circunstancias es que Gómez se permite “infligir cierto temor”, “porque un fiscal no miente”, dice riendo.

Entre sus colegas, la mayoría opina que Gómez es inmune al enojo porque la confrontación no forma parte de su naturaleza, ni siquiera en el transcurso de una audiencia. “Estoy cambiando el tono de voz”, cuenta el fiscal Gilberto Rodríguez que dice para anunciar que está molesto. Tan previsible es, que debió luchar con su manía de retorcerse el bigote porque revelaba que era señal de que había conseguido una prueba.

Pero algunos colegas puntuales aseguran que tiene un lado oscuro que pocos conocen. Quienes “le hacen frente”, pueden encontrarse con un Gómez “rencoroso”, “vengativo”. Su antiguo amigo, Gustavo Zubía, que desde el Parlamento viene impulsando polémicas reformas al funcionamiento de la Fiscalía, lo expresa así: “Si Díaz se enojaba, sacaba la espada y te decía te voy a decapitar, pero no siempre se decapita por ese procedimiento”. Cree que el sumario de Iglesias y el reemplazo de Fossati, “a la que sacó cuando estaba a punto de patear un penal”, responden, en parte, a rencillas del pasado.

Zubía está convencido que Gómez es “el heredero” de Díaz. “Aunque la crítica al fiscal ha sido una tónica habitual, ahora además de las críticas han habido contradicciones en el sistema”, acusa. Pero también va contra el presidente Lacalle Pou, “que es muy responsable de que tras un año y medio, el segundo cargo en importancia del país esté acéfalo”.

Gustavo Zubía.
Gustavo Zubía.
Foto: Leonardo Mainé.

Antes de llegar a la incómoda posición en la que está hoy, Gómez pasó una década agridulce; la parte amarga, dicen varias fuentes, es una contracara del poder que fue ganando. Tras ser trasladado a Montevideo y con Díaz en la fiscalía de Corte, fue designado en crimen organizado, un puesto de prestigio donde le tocó el caso Pluna. Por esa época (2015), arrasó en las elecciones para presidir la Asociación de Fiscales. Zubía obtuvo la vicepresidencia e Iglesias también conformaba la directiva.

Eran tiempos muy conflictivos, en medio de la reforma que cambiaría radicalmente la imagen y la posición de la Fiscalía —descentralizándola del Poder Ejecutivo e implementando el nuevo código— el gremio participaba del consejo consultivo que discutía los cambios medulares en la ley orgánica, que además de definir las nuevas condiciones laborales, establecía la participación de los fiscales en la votación de las instrucciones generales que contribuyen a definir la política criminal del país.

Distintas fuentes dicen que de las actas no surge que Gómez trasladara con firmeza la posición contrapuesta del gremio a la propuesta de Díaz a varios cambios en la ley orgánica. Los más duros —Iglesias, Zubía— le increparon que no podía ser presidente “porque era amigo del jefe”, y que “los había vendido”. Gómez renunció y se fue de la asociación.

Un par de años después, con el nuevo CPP vigente, fue nombrado titular de la fiscalía de homicidios. “Era la fiscalía que todos queríamos. Pura acción, mucha calle, muchos juicios y trato con las víctimas. Lo nombraron a él y nadie dijo nada: se lo merecía”, dice Carlos Negro, el actual titular.

Muchos creen que desde ese lugar, Gómez, con su impronta de trabajador sacrificado, se convirtió en la imagen “optimista” de la Fiscalía cuando el exministro frenteamplista Eduardo Bonomi arremetía contra la eficacia del CPP para combatir la inseguridad, y la interna se agrietaba entre los que se oponían a la gestión de Díaz, o a la reforma.

Juan Gómez en la detención del homicida Cristian "Kiki" Pastorino.
Juan Gómez en la detención del homicida Cristian "Kiki" Pastorino.
Foto: Fernando Ponzetto.

Algo parecido a lo que pasa hoy, con la diferencia de que no hay muestras de que Gómez cuente con una espalda política como la que sí tenía Díaz que apoye sus decisiones, que se dice, las toma “con la paciencia de un rumiante”.

De nuevo en la casa de Gómez, su esposa desde hace 37 años, la fiscal Bentos, se suma a la conversación y entonces el fiscal se afloja y se ríe estirando los brazos. Como en el fútbol, dice Gómez, los éxitos son relativos: el fracaso acecha “y uno debe estar preparado”.

—Logré superar dos cosas clave en mi vida: el fanatismo por Peñarol y la política. A mí me encantaba la política, pero le prometí a quien me dio el trabajo en la Fiscalía que nunca la mezclaría en la función, y cumplí.

—Lo acusan de todo lo contrario.

—La realidad siempre rompe los ojos. ¿Usted vio que alguien me propusiera para fiscal de Corte? No. Dicho y hecho, entonces. Y para mí es un motivo de orgullo que así sea.

Más fiscalías, más cargos, más cursos

El abogado Jorge Barrera, plantea que Gómez hoy es "él y sus circunstancias", “no es lo mismo administrar y gestionar pensando que el último día puede ser la semana que viene, que saber que se dispone de tiempo por delante”. En ese sentido, el fiscal de Corte subrogante señala que consiguió crear nuevas fiscalías y el apoyo para incorporar a 30 administrativos y 42 nuevos cargos de fiscales, pero quedan cursos por asignar y más por hacer. “Es una sensación extraña: estar dispuesto a esperar a que el sistema político decida y por otro lado seguir mirando la institución”, dice.

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