A comienzos del siglo pasado Uruguay fue pionero al aprobar una de las reformas más emblemáticas del batllismo: la ley de ocho horas. Pero los tiempos cambiaron y hoy, más de un siglo después, el gobierno de Yamandú Orsi impulsa la creación de una comisión tripartita para estudiar la “reducción del tiempo de trabajo”. ¿De qué se trata?
No parece una reforma de la trascendencia de aquella de hace más de 100 años. Pero sí una idea que se pone sobre la mesa: esta nueva comisión funcionará en paralelo a los Consejos de Salarios y tendrá como objetivo analizar las distintas formas en que podría aplicarse la reforma, según adelanta a El País la directora nacional de Trabajo, Marcela Barrios. El tema ya se está discutiendo en algunos sectores en el marco de la negociación colectiva. Mientras los sindicatos lo apoyan y varios lo incluyen entre sus principales demandas, las cámaras empresariales tienen posturas divididas: la Cámara de Industrias lo mira con gran preocupación, mientras que la Cámara de Comercio se muestra al menos dispuesta a discutirlo si se vincula directamente con la productividad.
Barrios dice que el foco está en mejorar la calidad de vida de los trabajadores sin afectar esa productividad: “Reducir el tiempo de trabajo puede ser incluso aumentar el descanso en el año. Lo que sí tenemos claro es que nos interesa avanzar en esa dirección”. Pero luego subraya que el gobierno no impondrá cambios normativos abruptos, sino que promoverá el diálogo ya que la idea del Ministerio de Trabajo es que el tema se discuta en el marco del Consejo Superior Tripartito, integrado por delegados de empleados, empleadores y el gobierno, “el órgano máximo de gobernanza de las relaciones laborales”. Ya se acordó tratar el tema y un equipo del ministerio está relevando experiencias internacionales, tanto las más antiguas -como el caso de Francia en los 2000- como las más recientes en países latinoamericanos como Chile, Colombia y México.
En Uruguay la reducción de la jornada es, junto al aumento salarial, una de las principales reivindicaciones del movimiento sindical, que plantea pasar del máximo de 48 horas semanales a 40. No se trata de llevar la jornada a 36 horas, lo que implicaría trabajar seis horas al día.
Para Sergio Sommaruga, secretario de Comunicación y Propaganda del Pit-Cnt, hay dos dimensiones clave en este debate. Una tiene que ver con la modernización del mercado laboral: “Es una discusión que ya se está dando en buena parte del mundo. Modernizar la normativa es necesario para mejorar las relaciones laborales. Mantener una jornada de ocho horas es un anacronismo en un contexto de transformaciones técnicas y tecnológicas muy significativas”.
La otra dimensión es más cotidiana y humana. Docente de filosofía, Sommaruga dice que el mundo del trabajo ha cambiado, que ahora hay otras prioridades y no todo el centro de vida de los trabajadores está vinculado a su empleo. “La gente necesita tiempo para descansar, recrearse, desarrollar talentos y virtudes. Tenemos que salir de la lógica de vivir para trabajar y lograr que el trabajo sea solo una parte de la vida social”.
Desde el sector empresarial, el presidente de la Cámara Nacional de Comercio y Servicios del Uruguay, Julio César Lestido, considera que el asunto debe ser discutido: “Siempre he dicho que estamos dispuestos a dialogar, pero hay que poner sobre la mesa el tema de la productividad”, dice a El País.
Lestido aclara que la productividad no puede medirse de forma uniforme y debe analizarse por rubro, incluso por empresa: “No es lo mismo un sector comercial que uno industrial. La productividad se mide distinto”.
Sommaruga entiende que en Uruguay se invierte poco en desarrollo científico y tecnológico, tanto desde el Estado como desde el sector privado. “No tengo problema en discutir la productividad, pero hay que ver si lo hacemos con una lógica del siglo XXI o a tracción de sangre”, dice el sindicalista. Para bajar esto a tierra trae un ejemplo, que funciona casi como metáfora de todos los cambios que el mercado del trabajo ha tenido en 100 años. “Una locomotora actual carga diez veces más que una de hace cien años. Una sola persona con una máquina hace lo que antes hacían diez. Eso es tecnología. Esa mejora no se refleja en la duración de la jornada”, afirma Sommaruga.
Lestido coincide en eso de vivir más la vida: “Más horas con la familia, lo aplaudo. Soy el primero. Yo tengo hijos, y aunque trabajo 26 horas al día -no sé cuántas, no las cuento-, reconozco que tener tiempo con la familia es bueno para la sociedad y para cada uno. Lo apoyo”. Pero aclara: “También hay que ser realistas sobre si esto es aplicable”.
La discusión está en cómo se implementaría; el accionar del gobierno va a ser clave. Es decir, poder articular una reducción en las horas de trabajo que se pueda sostener en la economía.
Diálogo no imposición
Desde el Ministerio de Trabajo no se plantea una solución cerrada ni una única forma de encarar la reducción del tiempo de trabajo. La postura del Poder Ejecutivo es introducir el tema en la agenda y habilitar el diálogo social entre trabajadores, empleadores y el Estado.
Uno de los aspectos que todavía se está definiendo es la metodología de trabajo. El ministerio analiza si se conformará una única comisión o si se dividirá en dos: una para discutir la productividad y otra para la reducción del tiempo laboral. Tampoco se definió aún una fecha para que se inicie la discusión.
“Como Poder Ejecutivo entendemos que son temas que se vinculan, pero que la única dimensión para mirar el tiempo de trabajo no es la productividad”, dice la directora de trabajo. “Hay que hablar de productividad, de ahorro, de financiamiento”, opina Barrios.
Para Pablo Blanchard, doctor en Economía por la Universidad de la República, es importante traer la discusión al mercado uruguayo. “Todavía estamos lejos de pensar en bajar a seis horas; hay que estar pensando primero en bajar a ocho horas reales”, dice.
Blanchard, quien elaboró un informe sobre la reducción de la jornada laboral en Uruguay, el punto de partida es mirar las cifras. “La cantidad de asalariados que trabaja más de 40 horas semanales está por arriba del 40%, más o menos 43%”, dice.
Una preocupación del ministerio es comprender los caminos que siguieron otros países que ya redujeron la jornada laboral, más allá de los resultados finales.
“Hay países que han ido implementando estos cambios y vos te enterás del final, pero no te enterás del proceso. Ahí es donde nos interesa establecer contacto con representantes y analizar cómo lo hicieron”, dice Barrios. Por eso comenzaron un relevamiento de experiencias internacionales para nutrir la discusión con datos concretos.
En el trabajo realizado por Blanchard se estudia el caso de Francia, donde se buscó generar jornadas de seis horas de trabajo para generar más empleos. “Pero esto no pasó, tampoco hubo una pérdida de cantidad de puestos”, dice el economista. Los datos señalan que la reducción de la jornada tuvo un impacto neutro en el empleo.
Barrios enfatiza que no se busca una solución general o normativa desde el inicio, porque las realidades productivas son muy distintas entre sectores. Para la jerarca, la discusión tiene que considerar múltiples factores: la cantidad de horas, la organización del trabajo, los costos, los tiempos muertos, el uso de materias primas, la eficiencia energética, entre otros.
“Capaz que en una empresa se puede reorganizar la producción para trabajar menos días y se logra un ahorro energético, porque no prendés las máquinas un día. Pero en otra eso puede ser inviable, porque necesita trabajar los 365 días del año”, dice la directora de trabajo.
Desde una perspectiva histórica, el economista Blanchard observa una desconexión entre el crecimiento de la productividad y la producción mundial, y la reducción de la jornada laboral: “En los últimos 100 años, la productividad de las economías se ha multiplicado por muchas veces, y sin embargo la extensión de la jornada laboral no ha bajado mucho”.
Según opina, lo que tiende a ocurrir es que los aumentos de productividad se reparten entre salarios y beneficios empresariales, pero el tiempo de trabajo permanece estancado. Eso da lugar a una discusión de fondo. “Si realmente creemos que hay que reducir un poco la extensión de la jornada laboral, no habría que dejarlo solo librado al poder relativo de negociación entre trabajadores y empresarios. Habría que discutir una ley más general, una actualización de la ley de ocho horas”.
Blanchard destaca los posibles beneficios individuales y colectivos de reducir las horas trabajadas, incluso en términos de salud y eficiencia. “En algunas actividades, si uno reduce la cantidad de horas diarias o semanales, puede disminuir el agotamiento que sufren las personas, sobre todo en las últimas horas de cada jornada, y eso puede tener efectos positivos: en la salud, en la reducción de errores, en el ausentismo”.
El economista agrega que esos efectos se extienden también al sistema de salud y a la seguridad social. “Si las personas se enferman menos, faltan menos, usan menos el sistema de salud, y eso también tiene impactos positivos. Hay beneficios tanto en dimensiones vinculadas a la salud como al bienestar, que generalmente se mide de forma subjetiva, preguntándole al trabajador o trabajadora qué tan satisfecho está”, opina Blanchard.
Para el economista entra en esta discusión el gran tema de este momento: la salud mental.
El trabajo ocupa otro lugar en los jóvenes
El mundo del trabajo ya no es el mismo. No se trata de que sea mejor o peor sino, simplemente, diferente. Lo sabe Julio César Lestido, presidente de la Cámara de Comercio y Servicios, que viene siguiendo de cerca los cambios en las demandas laborales, sobre todo entre los más jóvenes.
Para Lestido no alcanza con afirmar que “no están dadas las condiciones” para discutir cambios en la jornada laboral. “Las condiciones hay que darlas”, insiste. Pero advierte que ese debate debe hacerse con responsabilidad y sin perder de vista el contexto económico. Sacarlo de ese marco, dice, es dejarlo “fuera de tema” y seguir sumando “perlas” al collar de la falta de competitividad que, a su juicio, arrastra Uruguay desde hace años.
El ejemplo de la bebida
Hay un punto en el que sindicalistas, empresarios y gobierno coinciden: cualquier eventual reducción del tiempo de trabajo deberá analizarse caso a caso, teniendo en cuenta las particularidades de cada sector.
Fernando Ferreira, presidente de la Federación de Obreros y Empleados de la Bebida (FOEB), aporta un ejemplo concreto que se suele tomar como referencia, aunque advierte que se ha malinterpretado.
“El acuerdo es solo en Fábricas Nacionales de Cerveza y en un sector muy específico: la línea de producción de cerveza. No es un régimen que abarque a toda la Federación de la Bebida”, aclara.
Desde 2008 hay un sistema de 36 horas semanales que involucra a unos 40 trabajadores. Fue una prueba acordada por ambas partes y que, con el tiempo, quedó instalada como el régimen habitual para esa línea.
Desde el sector empresarial, Lestido reconoce que hay experiencias interesantes de reducción horaria, pero remarca que han sido posibles gracias a un fuerte acuerdo entre las partes. “La bebida hizo una medida interesante, llegó a una política interesante. Pero hablalo con Richard Read y vas a ver cómo mide la productividad. Es un hombre espectacular, tiene mucha experiencia y yo lo respeto mucho”, cuenta.
El presidente de la Cámara de Comercio subraya que, antes de discutir reducciones, lo más importante es proteger el empleo. “Lo peor sería que no podamos preservar el trabajo. Porque para poder hablar de todo esto, primero tiene que haber empleo”, afirma. Lestido dice que una medida así podría terminar en un proceso inflacionario, porque “el aumento de los salarios se terminaría pasando a precios.”
Ferreira, el actual presidente de FOEB, cuenta más detalles de la experiencia de seis horas de trabajo. “Se reorganizó el trabajo en turnos de seis horas, en lugar de tres turnos de ocho. No hubo pérdida de puestos ni de salario. Con la misma gente, las mismas máquinas y en menos horas, se logró aumentar la eficiencia de la línea”, explica.
En los últimos años algunos acuerdos colectivos han apuntado no a reducir las horas, sino a compactar la semana laboral. Uno de los casos más recientes se dio en una planta de la ciudad de Minas, donde se reorganizó el trabajo para concentrarlo en cuatro días de 12 horas.
“No es una reducción horaria, pero sí una reorganización: semanas laborales de cuatro días, que también tiene impactos en la calidad de vida”, señala el dirigente sindical. Y agrega que los trabajadores están más a gusto con las jornadas compactas en menos días.
Más allá de los antecedentes, Ferreira subraya que no consideran conveniente una generalización apresurada del régimen de seis horas.
Otro sector con experiencia concreta en reducción horaria es la construcción, que bajó su jornada de 48 a 44 horas semanales. Desde entonces, el régimen habitual en la construcción es de nueve horas diarias de lunes a jueves y ocho los viernes. La implementación fue progresiva y se concretó a lo largo de dos años.
Para Diego O’Neill, actual presidente de la Confederación de Cámaras Empresariales del Uruguay y expresidente de la Cámara de la Construcción, ese ajuste fue razonable y suficiente. “Personalmente entiendo que la construcción, con esa reducción, está donde debe estar. No debería seguir reduciendo”.
O’Neill argumenta que, en el sector, los tiempos improductivos son un componente clave a considerar. En su visión, jornadas más cortas incrementan el peso de esos momentos no productivos. “Cuando la jornada es más corta, hay tiempos muertos -o más bien tiempos no productivos- que pesan más, asociados a la propia dinámica del trabajo: el traslado desde el puesto al vestuario o al comedor, la preparación de materiales. Todo eso, con jornadas más cortas, incide más en la productividad”.
Multiempleo y otros problemas
Leonardo García, presidente de la Cámara de Industrias del Uruguay, no duda: reducir la jornada laboral de forma generalizada en el sector industrial sería una medida con consecuencias negativas. Lo dice con preocupación, casi como si anticipara un daño inminente: el más perjudicado, asegura, sería el propio trabajador. “Lo que va a generar es un alza de precios porque no se puede absorber. Pagar lo mismo por menos trabajo no es viable”, opina.
García advierte que en la práctica ya se ven dinámicas complejas en sectores donde se han reducido las horas, como en la salud, donde muchos trabajadores dividen su jornada entre distintos empleos para compensar la pérdida de ingresos. “Uno empieza a analizar cómo está trabajando el sector salud y ve que hay gente que hace seis horas en un lugar y cuatro o seis horas en otro. En la industria podría pasar algo parecido”, opina el empresario.
García hace foco en el costo que implicaría para muchas industrias pasar de 48 a 40 horas semanales. Pone como ejemplo su propia empresa, que opera las 24 horas con tres turnos de ocho.
“Frenar las maquinarias a veces tiene un mayor costo, entonces conviene trabajar de corrido. Si se reduce la jornada, tendría que seguir manteniendo los mismos costos, pero con menos producción. O aumento mis costos laborales o bajo mi producción. No hay magia”, explica García.
Además, rechaza el argumento de que menos horas puedan traducirse automáticamente en más productividad. “Eso es mentira. No funciona así. Es una fantasía. En la industria, muchas veces la producción la marca la maquinaria. Si tengo que cargar un camión para una exportación, ¿en seis horas me va a entregar lo mismo que en ocho? No tiene sentido”.
Pero los sindicalistas de la industria opinan distinto. “Nosotros vamos por las 40 horas semanales”, dice Danilo Dárdano con convicción. Es el presidente de la Confederación de Sindicatos Industriales y, en ese rol, defiende una vieja aspiración del movimiento sindical: reducir la carga horaria sin pérdida salarial, pero con un enfoque más profundo que simplemente contar horas.
“¿Cuántas horas por día? Eso dependerá. Hoy ya hay sectores que lograron esa reducción: el naval, por ejemplo, ya trabaja 40 horas”, dice Dárdano, quien además integra la Unión Nacional de Trabajadores del Metal y Ramas Afines (Untmra). El metalúrgico está en 46 horas y los talleres y accesorios mecánicos andan en las 44 horas.
En algunos casos, como el sector plástico, el marco normativo establece 48 horas, pero en la práctica hay fábricas que trabajan menos. “No se trata de una reducción general por rama, sino de acuerdos particulares en cada empresa”, dice el sindicalista. Y adelanta que hay sectores de la Untmra que van a dar la discusión en esta ronda de consejos de salarios.
La flexibilidad también rige dentro de la propia confederación. Cada sindicato tiene autonomía para plantear lo que entienda pertinente en su grupo. La meta común son las 40 horas semanales, pero hay otros puntos en discusión, como el salario, las condiciones laborales y el acceso a beneficios como el Fondo Social Metalúrgico para sectores que aún no lo tienen.
Dárdano también plantea que la discusión no puede darse sin hablar de productividad. Pero marca una diferencia: no es producir más a cualquier costo. “Para nosotros la productividad es mejorar el proceso productivo, lograr que con el mismo esfuerzo físico se obtenga un mejor resultado”, dice.
“Eso es lo que mejora la productividad. Y esa mejora debe repartirse: una parte para hacer más competitivo el producto, otra para el empresario y otra para el trabajador”, opina Dárdano. Por eso insiste: “No se trata de vivir para trabajar, sino de trabajar para vivir”.
En el resto del mundo: desde Francia a chile
Mientras Uruguay se prepara para discutir la posible reducción del tiempo de trabajo, ya hay países que recorrieron ese camino y dejaron pistas útiles para el debate. Francia y Chile son dos ejemplos clave que muestran tanto las posibilidades como los límites de este tipo de reformas.
A inicios de los años 2000, Francia implementó una de las reformas más estudiadas por la literatura económica. La jornada laboral semanal se redujo de 39 a 35 horas, partiendo ya de una base más avanzada que la actual en Uruguay. La medida fue impulsada con un objetivo claro: generar más empleo. La lógica detrás era que, si cada persona trabajaba menos horas, habría espacio para contratar a más trabajadores.
Sin embargo, los estudios posteriores muestran que el impacto fue neutral en términos de empleo: no se crearon nuevos puestos, pero tampoco se destruyeron. A pesar de las expectativas, la reducción no tuvo el efecto expansivo esperado, aunque sí implicó una reorganización del trabajo en varios sectores.
“Relevamos experiencias internacionales de reducción de la jornada laboral para entender qué efectos habían tenido en distintas dimensiones económicas y de bienestar, y también cómo se habían procesado esos cambios”, señaló un Pablo Blanchard, doctor en Economía por la Universidad de la República, quien elaboró un informe sobre el tema en Uruguay.
En el caso de Chile, el proceso es mucho más reciente. En 2023 el Congreso aprobó una ley que reduce gradualmente la jornada laboral de 45 a 40 horas semanales, con una implementación escalonada en cinco años. La primera baja -a 44 horas- se concretó en 2024. A diferencia del caso francés, en Chile el enfoque ha sido más progresivo y acompañado por estímulos para promover acuerdos entre empleadores y trabajadores.
Tanto en Francia como en Chile, la discusión trascendió lo económico: la reducción de la jornada tocó cuestiones culturales, modelos de productividad y concepciones distintas sobre el tiempo, el trabajo y la vida fuera de él.
Es ese mismo entramado el que empieza a darse ahora en Uruguay. EL futuro dirá qué sucede.
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