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Diario de un delivery: cuánto ganan, cómo se registran y con qué problemas se cruzan

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Deliverys en bicicleta. Foto: Darwin Borrelli.

CRÓNICA: REPARTIDOR POR UN MES

En Uruguay hay unos 12.000 y una tercera parte trabaja para las plataformas. Esta crónica en primera persona cuenta cómo es el proceso desde que entran los datos hasta que están en la calle.

Es sábado, hay 27 grados y el sol del mediodía quema mis brazos. Pedaleo, pedaleo y pedaleo por el Centro de Montevideo. Los ojos me arden por las gotas de sudor que resbalan de mi frente. Me dirijo hacia el sur por Convención, esperando que algún pedido interrumpa mi camino sin rumbo. De repente, “yeeeeeeee-haaaaw”. El grito de vaquero acompañado por la constante vibración de mi teléfono me hace detener. Miro hacia abajo por un momento. “Tienes un nuevo pedido - Micro Macro”. Es un pedido de supermercado. Le doy aceptar. Una vez confirmado que tomé el pedido, me aparecen los datos de lo que tengo que llevar. La lista es larga. Pan, fiambres, latas de Red Bull, dos bidones de agua de seis litros…

—¿Estos quieren que lleve dos bidones de agua en la espalda?

Al llegar, el pedido todavía no está preparado. Espero en la puerta a que la empleada del supermercado arme el paquete, tomando agua y pensando cómo puede ser que tenga que cargar con tanto peso. Luego de unos minutos, el pedido está pronto. Dos bidones de agua de 6,25 litros, junto a dos bolsas de papel repletas de productos. Pongo la mochila en el suelo, enfrente a las dos cajeras del supermercado, y guardo todo. No cabe nada más. Una de las cajeras, de unos 60 años, baja, canosa y con lentes, me mira con aparente lastima ante todo lo que debo cargar: “Por favor, tené cuidado con la bici”. Digo que sí con la cabeza y levanto la mochila con fuerza, el peso es matador.

—Nadie que trabaje de repartidor quiere ser repartidor, es todo una cuestión de dinero.

La frase que me dijo un delivery venezolano resume a la perfección el empleo. En los últimos años, el reparto de productos a través de grandes plataformasha crecido exponencialmente en Uruguay. Basta con transitar por la calle para observar a un sinfín de repartidores —muchos, quizás la mayoría, con acento caribeño— en moto o bicicleta, tiñendo la ciudad con sus grandes mochilas rojas, naranjas o verdes.

Según cifras del Sindicato Único de Repartidores (Sinurep), en todo el país hay unos 12.000 repartidores. De ese total, unos 3.500 pertenecen a cuatro grandes plataformas: PedidosYa, Rappi, Uber Flash y Rapiboy. Casi la mitad está en Montevideo y el 70% son extranjeros, dicen desde Sinurep. No hay cifras oficiales, pero hace unos años el entonces ministro de Trabajo Ernesto Murro manejó un número bastante más bajo: dijo que en Uruguay había “unos 3.000 o 4.000 delivery”.

Detrás de la comodidad de pedir los productos de la farmacia por el celular, de no cargar cinco cuadras las compras diarias del supermercado, o de no salir por comida un día de lluvia y frío, se oculta un negocio que —algunos dirán— se aprovecha de la vulnerabilidad de los recién llegados, de los que no tienen opción de conseguir otro trabajo, de los que necesitan urgentemente el dinero. Pero, también es verdad, a esas personas les da un empleo y un medio de vida, por más precario que este sea.

El inicio.

Trabajar para Rappi era más simple de lo que yo imaginaba. Acostado, con las piernas cruzadas donde apoyaba mi computadora, empecé ingresando los datos. Número de celular, nombre, apellido, país y ciudad en donde quería trabajar, documento de identidad, no importa si cédula o pasaporte.

—Bueno, eso fue fácil —pensé.

Descargué la aplicación para repartidores. “Suba una foto de su cédula de identidad”, me pidieron. La cédula había vencido cuatro días antes. Agarré el documento vencido y le saqué unas fotos. Las subí a la aplicación. Crucé los dedos. Poco más de tres horas después, recibí un mail de Rappi: “¡Felicitaciones, tu perfil ha sido aprobado!”. Pronto, ya estaba habilitado para trabajar. Y lo haría durante un mes, aunque no todos los días, sino en forma salteada.

Las condiciones flexibles para ingresar a plataformas como Rappi o PedidosYa hacen de este empleo la primera opción de trabajo para quienes acaban de mudarse a Uruguay. Un celular con internet, una bici o moto, y listo. Ni siquiera existe entrenamiento, el funcionamiento de la app se aprende al andar. Dentro de la aplicación se puede encontrar un video corto que explica lo básico que tiene que hacer un rappitendero para prosperar en su trabajo.

En PedidosYa, a diferencia de Rappi, se exige para el ingreso la creación de una empresa unipersonal en el BPS. Sin embargo, según Sinurep, muchos repartidores tienen una cuenta alquilada, es decir, utilizan una cuenta en la plataforma que no es propia. La ventaja: no es necesario subir documentos como la libreta de conducir o de propiedad en caso de trabajar en moto. La desventaja: la completa informalidad.

La empresa, en cambio, dice que esa información “no es cierta” y que cada cuenta de repartidor está asociada a un contrato intransferible. Esta modalidad de alquiler de cuenta es “una falta grave en la prestación del servicio” y se rescinde el contrato, afirma PedidosYa.

Pero algo es seguro. Ninguna de estas empresas considera a sus repartidores como empleados. Por lo tanto, ellos no cobran aguinaldo ni gozan de licencia, por ejemplo. Los que están registrados ante el BPS como empresa unipersonal sí tienen un prestador de salud y un seguro por accidentes personales.

Terminé de acomodar mi cuenta en la aplicación. Me saqué una foto para el perfil e ingresé los datos de la cuenta bancaria a través de la cual me pagarían. Con estos pocos pasos, ya estaba habilitado para comenzar mi aventura como repartidor. Pero todavía faltaba algo. Rappi no suministra a sus trabajadores el elemento básico para transportar los alimentos: la mochila. Para conseguirla hay que pagar unos 900 pesos. “No pienso poner un peso”, me dije.

Esa misma noche busqué en Facebook mochilas de repartidor que estuvieran a la venta. Encontré una de Uber Eats (que ya no existe m más como tal) por 400 pesos. La vendedora era una cubana cuya pareja había trabajado de repartidor. La compré y al día siguiente pasé a buscarla por su casa.

La puerta de entrada, alta, de madera y descolorida. Los vidrios en la parte superior estaban rotos. Cuando llegué, una pareja joven de inmigrantes se despedía antes de que ambos salieran a la calle y se perdieran en direcciones opuestas. Avisé por mensaje que estaba afuera, y la mujer de la mochila apareció detrás de mí.

—Buenas, vengo por la mochila.

—Hola, sí, disculpa la demora. Estaba en casa de mi cuñada.

La puerta de la casa no abría. Ella la empujó vehemente con el cuerpo varias veces hasta que al final cedió. La casa tenía un pasillo largo y una escalera de madera hacia un segundo piso. Subió a su cuarto y bajó con la mochila. Me la entregó y me mostró todos los bolsillos que tenía. Ahora sí, ya estaba listo para empezar a trabajar.

FORMACIÓN

Curso para repartidor de PedidosYa

Cerca de la mitad de los fallecidos en accidentes de tránsito viajan en moto en Uruguay. En 2020 fue el 50,9%, según cifras de la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev). A mediados del año pasado el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (Inefop) realizó un curso de capacitación para repartidores de PedidosYa, con módulos teóricos y prácticos de educación vial y manipulación de alimentos. Las charlas, cofinanciadas con la empresa, eran impartidas por el Automóvil Club, con aportes de la Unasev y la Intendencia de Montevideo. Además, se realizó una revisión técnica del vehículo de cada repartidor. Se anotaron 342 trabajadores, de los cuales 247 asistieron al menos un día. Y aprobaron 224, según datos de Inefop a los que accedió El País. El cupo para el primer año era de 900 repartidores.

A la espera.

Era jueves y estaba pronto para mi primer día de trabajo, con los nervios lógicos que la situación ameritaba. Me conecté en la app. Pasaron cinco minutos y nada. 10, 15, 30 minutos. No recibí ningún pedido. Mientras, daba vueltas en mi bicicleta por todo el Centro. Una hora, dos, y ni un pedido. Me cansé de dar vueltas y me bajé de la bici cuando de repente, “yeeeeeeee-haaaaw”.

“Mi primer pedido”. Miré el teléfono y lo acepté al instante. El celular me dirigió hacia el Subway ubicado en la esquina de Constituyente y Salto. Cuando llegué, la comida aún no estaba pronta.

Esperé la orden afuera. En la mayoría de los locales los repartidores no tienen permitido el ingreso. Incluso muchos restaurantes tienen ventanas diseñadas exclusivamente para la entrega de pedidos. Así evitan que los delivery tengan que mezclarse con los clientes del lugar. Ni siquiera pueden solicitar utilizar el baño en caso de necesitarlo, su única opción teniendo en cuenta que trabajan todo el día en la calle. La mayoría de las veces terminan orinando en los árboles.

—Rapiiiiiii.

El grito de los empleados del Subway cortó mi descanso. El pedido estaba listo. Lo recogí y señalé en el teléfono que ya lo tenía en mis manos. Apareció la dirección: tenía que ir a la Embajada de Estados Unidos. El trayecto fue corto y disfrutable, todo en bajada. Al llegar al edificio, en la vereda me esperaba un estadounidense colorado, grande, de unos 30 años.

—¿Tú erres el de Rrappi?

—Yes, it’s my first day.

Le entregué su comida. 40 pesos por el pedido, más 10 de propina. Ahora tocaba volver a 18 de julio, todo en repecho. Empecé a subir por Emilio Frugoni en bicicleta, pero mis piernas no daban más. La fuerza que tenía que hacer con ellas era agotadora. El viento me lo hacía más difícil y el polvillo de los árboles se me metía en los ojos. Me bajé de la bicicleta y, luego de un gran suspiro, empecé a caminar hacia la principal avenida. Una vez allí, a pedalear de nuevo.

BONDADES

"Trabajar sin jefes y todo lo que queramos"

La aplicación Rappi está en 27 ciudades de América Latina. A fines de agosto ya contaba con unos 9.000 rappitenderos en Argentina. Allí el periodista Emiliano Gullo se inscribió en la plataforma y trabajó durante varias semanas para escribir una crónica. Pero, a diferencia de lo que sucede en Uruguay, para formarse en ese país hay que pasar por un curso presencial. Así lo cuenta Gullo en la revista Anfibia: “Estamos en el subsuelo. Somos unos 40 muchachos y una chica. No quedan sillas libres. Algunos nos sentamos en el piso. La charla la da Viviana (...) Viviana promete que no vamos a pedalear más de tres kilómetros, nos explica la conducta del buen rappitendero, muestra las posibles ganancias y, sobre todo, nos va a entusiasmar con las bondades top. Trabajar sin jefes, la cantidad de horas que queramos y, por si esto fuera poco, contamos con los ‘beneficios de ser monotributista’”.

En los momentos en que no tenía ningún reparto asignado, buscaba algún colega con quien conversar. Fue así que, en Mercedes y Tacuarembó, me encontré con dos repartidores que estaban charlando tranquilos. Uno de ellos le contaba al otro que la noche anterior lo habían intentado robar. Los saludé y me metí en la charla para escuchar atentamente lo que había pasado.

Era cerca de la medianoche. Damián recibió un pedido de comida a pagar en efectivo, con un valor de 1.500 pesos. Lo recogió y abrió el mapa del teléfono para que le indicara a dónde tenía que ir. En ese momento se percató de que la casa donde debía entregar el pedido se ubicaba en una zona de Montevideo considerada peligrosa. Cancelar el pedido hubiera significado una sanción y tener que pagar los 1.500 pesos a la empresa. No era una opción.

Cuando estaba llegando al lugar que le indicaba el teléfono, notó que en la dirección faltaba el número de la casa donde hacer la entrega. Damián llamó a soporte de PedidosYa, quienes se comunicaron con el cliente. Unos segundos después, el número de la casa apareció en el teléfono. Prendió la moto y se dirigió hacia allí. Al llegar, notó que en el lugar donde le habían indicado hacer la entrega no había nadie.

Los nervios y la incertidumbre invadieron el cuerpo de Damián. La calle estaba oscura y muy solitaria. Con la sospecha de que algo malo estaba pasando, él volvió a contactarse con soporte, quienes se comunicaron nuevamente con el cliente. A los pocos segundos una nueva dirección apareció en el teléfono, a 150 metros de donde Damián estaba parado. “Pero acabo de pasar por ahí y no había nadie”, les dijo. Al llegar al lugar, dos chicos jóvenes esperaban la comida.

—¿Para cuál de ustedes es el pedido?

Apenas realizada esa pregunta, otros dos muchachos salieron de la nada y rodearon la moto. Para su suerte, reaccionó rápido, aceleró lo más pronto que pudo y escapó de los cuatro supuestos ladrones.

Mi charla con Damián se vio interrumpida por un nuevo pedido. En total, en mi primer día iba a hacer tres repartos y 150 pesos de ganancia. Luego de cuatro horas sobre ruedas, me desconecté de la aplicación. Estaba demasiado cansado como para seguir trabajando. Sin embargo, a pesar del esfuerzo, a pesar del tiempo que llevaba pedaleando, mi jornada laboral no se comparaba con la del resto de los repartidores. En promedio, un trabajador de Pedidos Ya y Rappi se pasa entre 10 y 12 horas diarias en la calle, según el sindicato. PedidosYa dice que son menos horas (ver aparte más abajo).

Bien cargado.

Semáforo en amarillo. “Dale, un poco más rápido así paso”, pensé. Semáforo en rojo. “¡No, no te puedo creer!”. Cada vez que me detengo en un semáforo es un infierno. Los dos bidones de agua me dificultan mantener el equilibrio parado. La fuerza que me requiere tener la espalda erguida hace insoportable mi dolor en las lumbares.

Semáforo en verde. Con los dos bidones de agua, empezar a pedalear cuesta el triple. Y ni hablemos de cargar todo este peso en repecho. “De haberlo sabido, nunca hubiese aceptado el pedido…”.

Cuando el celular recibe un pedido, toda la información es un completo misterio. Los únicos datos que brinda la aplicación es sobre el local en el cual recoger las cosas. Cuando el repartidor arriba al comercio, tiene que indicar en la aplicación que llegó. Recién en ese momento le informan sobre cuáles son los productos a levantar allí. Lo mismo para saber la dirección de la casa del cliente, la cual solo se hace visible cuando el repartidor indica que ya tiene el pedido en sus manos.

O sea, al aceptar el pedido, el repartidor no sabe qué tendrá que cargar, ni a dónde deberá ir.

Si el repartidor pertenece a PedidosYa, todo este proceso se hace a contrarreloj. El trabajador, según la versión sindical, tiene un tiempo estipulado para hacer el reparto si no quiere ser objeto de sanción. Aquí sí, parece, el fin justifica los medios. Hasta cruzar en rojo, todo es posible, cuentan algunos circunstanciales colegas. “Yo no estoy diciendo que esté bien, las normas de tránsito hay que respetarlas, pero hay veces que no nos queda otra”, me dice un cubano esperando que empiece su turno, frente a la Plaza de los Bomberos. Muchas veces el costo de esos segundos ganados en la entrega es gigante. Desde una multa de tránsito, hasta la posibilidad de sufrir un siniestro.

PedidosYa, en cambio, niega tener un sistema que "impulse la velocidad para la entrega" y sostiene que el promedio de velocidad es 16 kilómetros por hora.

Repartidor de PedidosYa. Foto: Leonardo Mariné.
Los delivery tiñen la ciudad con sus mochilas rojas, naranjas o verdes. Foto: Leonardo Mariné.

Luego de tanto sufrimiento, al final llego. Apenas paro la bicicleta, tiro la mochila al suelo. El sol y el calor del mediodía son insoportables, y en la vereda no hay sombra. Espero cinco minutos en la puerta del edificio hasta que baja una mujer joven, de poco más de 20 años. Mientras saco los productos de la mochila, incluido los dos bidones de agua, ella esbozaba una risa tímida: “Muchas gracias”. 10 pesos de propina. Ganancia de 52 pesos por el pedido. Y la espalda rota.

La plata a cobrar depende de muchas variables. Una de ellas, los kilómetros recorridos. Estos corresponden al trayecto que se realiza desde el local donde se recoge el pedido hasta la casa del cliente. No se tiene en cuenta la distancia recorrida para llegar al local. Otra variable es el estado del tiempo. Los días de más demanda y mejor remuneración son los de peor tiempo, obvio.

Una notificación de Rappi hace sonar mi teléfono cada día feo: “Tarifas de lluvia: ahora $40 extra por orden”. Es tentador, teniendo en cuenta que prácticamente se duplican las ganancias por pedido. Eso sí, la mayor ganancia implica transitar la calle bajo lluvia, quizás viento y frío.
Me siento en la vereda unos minutos, tratando de descansar la espalda antes de volver a subirme a la bicicleta. En ese instante observo que en una esquina, a media cuadra del edificio, hay un supermercado abierto.

—Pero, ¿por qué no compró los bidones ahí?

Subo a la bicicleta y vuelvo a pedalear, deseando llegar a casa lo antes posible para acostarme a dormir.

En el cruce de Democracia y Miguelete hay un ceda el paso, por lo que me detengo sobre el costado derecho de la calle. El flujo de autos por Miguelete es tan alto que me llevará un par de minutos cruzar.

De repente, noto que alguien golpea la parte de atrás de mi bicicleta, al mismo tiempo que siento como si me estuvieran apretando la mochila. Al mirar por sobre mi hombro, veo sorprendido que un camión me había chocado la bicicleta, y había quedado solo a 15 centímetros de apretarme la pierna.

—¿Qué haces, loco? ¡Prestá atención!

Las palabras no provenían de mí, sino del acompañante del conductor.

—Bo pibe, ¿cómo estás? ¿No te llegó a lastimar?

El hombre no me había visto, simplemente había parado por el cartel de ceda el paso. No me atropelló de milagro. Digo que sí con la cabeza, sin poder creer lo que acababa de suceder.

Si un delivery de una app sufre una lesión, tiene que afrontar su recuperación sin una licencia por enfermedad que le cubra los días en los que no trabaja. Yo estuve al borde de entrar en la estadística.

Ya en casa, me baño. Luego busco uno de esos parches para los dolores de espalda y lo pego en la zona lumbar. Demasiado rápido me había cansado de ese trabajo. Desinstalo la aplicación de Rappi del celular, apago el teléfono y me pongo a dormir.

Una "oportunidad" para hacer dinero
La opinión de PedidosYa
Curso para delivery. Fotos: Inefop.

Las empresas RappiPedidosYa fueron consultadas por El País para conocer su visión. La primera prefirió no responder, la segunda lo hizo por escrito. Hoy PedidosYa tiene unos 2.000 repartidores, de los cuales cerca de 1.000 se sumaron en el último año. En 2019 eran 500. Sebastián García-Austt, head de Logística y Operaciones de PedidosYa Uruguay, dice que desconoce cuántos de ellos son extranjeros porque uno de los requisitos es tener cédula uruguaya. Pero admite que hay “una gran cantidad” de extranjeros entre los repartidores y agrega: “La diversidad es positiva y nos enriquece como empresa y como sociedad.

¿Cuántas horas trabajan en promedio? “La flexibilidad es una de las ventajas más apreciadas por quienes prestan servicios para la plataforma”, responde García-Austt. Dice que, en promedio, son 30 horas a la semana, o sea poco más de cuatro al día. Respecto a la relación entre la firma y los delivery, el empresario indica: “Para los repartidores PedidosYa es una oportunidad para generar ingresos, a la vez que mantienen la libertad de elegir cuántas horas quieren trabajar y combinar esta tarea con otras actividades, incluso repartiendo para otras aplicaciones. Este es un modelo que prioriza la flexibilidad (…) pero no por eso menos formal”.

Dice García-Austt que el delivery en bicicleta o moto “ya existía desde hace mucho tiempo y en algunos casos al borde o fuera de la normativa”. Entonces sostiene: “Las plataformas contribuimos con la tecnología a mejorar las condiciones, democratizamos la posibilidad de generar ingresos, se cobra por viaje realizado, se trabaja con libertad de horario y lugar y se tiene cobertura de un seguro”.

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