Gerardo Monza (Montevideo, 1959), lo dice sin vueltas: “acá no vendemos plantas, vendemos tiempo”. Desde que fundó el vivero en los 80’, se dedicó a esperar que una semilla brote, que un gajo agarre, que un ejemplar forme su estructura, e incluso que llegue el cliente indicado. Muchas veces –agrega- no se sabe si un árbol se va a vender. Pero igual se cuida. A veces, durante veinte años.
Viveros Monza es el único certificado en la producción de plantas ornamentales del país. En sus terrenos crecen magnolias, robles, lapachos, jacarandás, cedros, álamos e incontables especies más. Algunas se reproducen allí mismo por almácigos o esquejes; otras llegan desde Italia, donde son cultivadas por encargo. “Italia es una fábrica de plantas. Tienen tradición, oficio y una visión profesional que siempre admiré. Fue una gran escuela para mí”, explica Gerardo, quien estudió en Pistoia, uno de los polos viveristas más importantes del mundo, gracias a una beca de la embajada italiana, en 1988. Hoy, ese lazo fraterno que lo une con quienes cálidamente lo recibieron, se traduce en mucho más que inspiración: los numerosos árboles de gran porte que vende Monza, se cultivan allá, y se traen en barco, tras un viaje de treinta días. Dada la diferencia de clima y de sustratos, si estos ejemplares se produjeran en Uruguay tardarían décadas en alcanzar el tamaño y el desarrollo deseado. Además, los envases, macetas y casi todo el equipamiento del vivero son importados desde allá.
Nada en este sistema funciona si no hay agua. Por eso, una de las primeras obras que Gerardo decidió encarar fue un estanque de ocho millones de litros. “Sin agua no hay vivero”, comenta. Ese reservorio alimenta un sistema de riego localizado y por goteo, que permite regar incluso en situaciones extremas, como ocurrió durante la última gran seca. También permite liberar al equipo humano de tareas repetitivas, y asegurar que cada ejemplar reciba el agua justa. Ni más ni menos.
Una vez que las plantas inician su crecimiento, comienza un largo proceso de cuidado. Algunas pasan a la zona de endurecimiento; otras, van directamente a plena tierra. El trabajo es paciente, artesanal. “Muchos árboles crecen entre cinco y veinte años antes de venderse. Es una gran apuesta a largo plazo, como los buenos vínculos”, dice Gerardo entre risas, mientras nos acompaña a recorrer el vivero, junto a su perro.
Entre las tecnologías más avanzadas que allí incorporó está el Airpot, un sistema de macetas de origen escocés que estimula el crecimiento de raíces más fuertes. “Es como una bomba de raíces listas para expandirse. Somos los únicos en Uruguay que los usamos”, dice con orgullo. También usan mulch, chips de eucaliptus o telas que cubren el suelo, conservan la humedad del sustrato, evitan el crecimiento de malezas y reducen el uso de herbicidas. Desde hace más de diez años no compran tierra: compostan todos los restos del vivero para crear su propio abono. “Cada planta que se lleva el cliente es un pedazo de suelo fértil que se va. Por eso cuidamos cada etapa”, enfatiza.
Las tareas en el vivero se organizan por estaciones. En otoño, es el momento de arrancar ejemplares y hacer podas de raíz; la primavera se caracteriza por la brotación de las plantas, y es cuando se realiza el trabajo en los almácigos; y tanto el invierno como el verano exigen llevar a cabo tareas de mantenimiento. “Cada época tiene su intensidad. No se trata de una producción industrial. Acá, todo lleva espera y oficio”, aclara Monza. La mayoría de las plantas que crecen en este vivero terminan aportando su belleza en proyectos de jardines, parques y plazas en diversos departamentos de nuestro país. “Ejemplares del Parque de la Ciencia, el Liceo Francés y el Colegio Americano nacieron aquí. Verlos crecer es un orgullo silencioso”, admite. Cada ejemplar tiene su ficha, un código, y su trazabilidad.
Gerardo no está solo en su quehacer. Encontró en su hijo Agustín, recién recibido de ingeniero agrónomo, el impulso que necesitaba para continuar con sus planes. Contar con él marcó una gran diferencia a la hora de proyectar el negocio familiar. Su esposa, médica pediatra, integra el equipo desde siempre, y los tres juntos encaran no solo el trabajo de campo, sino que a la vez el vivero se proyecta como un espacio de formación. Es que Gerardo, además de perito agrónomo, también es docente de la Escuela de Jardinería Prof. Julio E. Muñoz desde hace más de 40 años. No fue hasta 2020, durante el impasse que significó la pandemia, que impulsó en su establecimiento la creación de una biblioteca especializada, con todo el material técnico que fue recopilando. De tal forma que acondicionó uno de los galpones principales del vivero y dispuso allí todo lo necesario para crear un agradable espacio de lectura y trabajo académico. También creó su versión digitalizada y fundó una biblioteca viva, donde se archiva la historia de cada árbol plantado, desde el nombre de quien lo sembró, hasta la fecha y el lugar.
“Queremos que cada ejemplar tenga identidad. Que no se pierda lo aprendido”, afirma. En un país donde el viverismo no está completamente profesionalizado, Monza apuesta por un modelo integral: produce, investiga, asesora, forma e importa. Y lo hace con una convicción paciente. “El tiempo es la materia prima. La gente cada vez lo entiende más. Y ese es el verdadero valor de lo que hacemos acá”. Gerardo también resalta la importancia que tiene el mundo vegetal en nuestro entorno, y recita al botánico italiano Stefano Mancuso: “todos los animales juntos representan el 0,3 por ciento de la biomasa, una irrelevante parte de la realidad. Por el contrario, el 87 por ciento de la biomasa está constituida por las plantas“. Y sigue: “si me preguntan por una definición en una sola frase, diría que son la vida de nuestro planeta. No somos nada; pero nos creemos todo”.
El vivero cuenta con incontables tipos de plantas. Hay lapachos, magnolios, cedros, plátanos, quince variedades de robles, coníferas álamos, y nativos como el ibirapitá y el Tarumán. También hay arbustivas, palmeras, frutales y decorativas como los dietes, tan de moda.
Con mirada firme y crítica sobre el cuidado y la responsabilidad de crear consciencia sobre el medioambiente, Monza comparte que también apuesta a la investigación y el mejoramiento genético. Para él, su vivero es mucho más que un lugar donde crecen las plantas; es un laboratorio de futuro verde, y la alquimia entre naturaleza y ciencia se respira en cada rincón. Gerardo lo resume con claridad: “el estudio genético y su manejo es el futuro del rubro. El nuevo mundo va por ahí”. A través de cruzamientos, selección de variedades y observación prolongada, se generan nuevas especies más resistentes al clima, a las plagas y enfermedades, o con características estéticas mejoradas, como pueden ser flores más vistosas o follajes más densos, entre tantos otros objetivos. “Cuando el genotipo se cruza con el ambiente, surge un nuevo fenotipo. Esas variaciones a veces impredecibles, permiten que una planta crezca mejor acá que en su lugar de origen; o que florezca más”, explica.
Adaptar especies al entorno urbano también es parte del desafío. Ni las nativas ni las exóticas prosperan por sí solas en las ciudades: hay que domesticarlas, acompañarlas, y estudiar cómo responden al suelo, al aire, y a la radiación solar. En los últimos años, la intensidad del sol, por ejemplo, ha obligado a crear zonas de sombra incluso para plantas que antes vivían al rayo del sol. “Todo eso se aprende con el tiempo y la observación. No hay fórmulas fijas. Hay que mirar, comparar y esperar”. Por eso el vivero también se abre como espacio de formación para estudiantes, en colaboración con la Facultad de Agronomía, y como un centro donde se registran experiencias de adaptación, comportamiento y evolución de las especies a lo largo del tiempo.
En ese cruce entre ciencia y poética, se mueve el día a día del vivero. Para quienes sientan curiosidad por conocerlo, pueden visitar las instalaciones de Viveros Monza en Ruta 67, kilómetro 35.900. Abierto de lunes a viernes de 8:00 a 15:00 horas, y los sábados hasta las 14:00. También pueden obtener toda la información en viverosmonza.com.uyo seguir el día a día en Instagram/@viverosmonza