Por Xavi Sancho.
La Zowi llega tarde. Tuvo que dejar a su hijo, Romeo, con su madre. Y con un hijo todo se demora, desde el lanzamiento de los discos, hasta las citas con la prensa. Quedamos de reunirnos en Noat Coffee, uno de sus lugares favoritos en Granada, para desayunar. Finalmente, la matriarca del trap español aparece con su tour manager, y pide un poco más de tiempo para desayunar, no se sabe si es porque simplemente tiene hambre, o por exceso de fidelidad a la consigna propuesta: pasar un día en la ciudad a la que llegó desde Francia con apenas cuatro años y sin hablar español, en tiempos en que aún era una tal Zoe Jeanneau Canto (París, 30 años), y que tras pasar por Barcelona, Madrid y Marbella, volvió recientemente.
En París, era una niña que ya apuntaba maneras de estrella. “Un día me perdí y mi madre fue a un policía; cuando este le preguntó cómo iba yo vestida, mi madre le respondió: ‘pues no sé, se cambio tres veces de ropa esta mañana”, recuerda.
En Barcelona, a principios de la pasada década, entró en la órbita de PXXR GVNG (se lee Poor Gang), el combo de origen granadino que bajo el paraguas de Sónar (Festival Internacional de Música Avanzada y Arte Multimedia) propulsó la escena trap —evolución digital y caótica del hip hop—. Entonces lanzó sus primeros temas, dispuesta a evitar, junto a otras como Bea Pelea o Ms Nina, que otra nueva escena musical en España terminara siendo cosa de tíos (varones). En Madrid se hizo referente vital y estético de un movimiento que la prensa y la industria tardó en comprender y asimilar, pero que las marcas abrazaron casi inmediatamente —en el capitalismo tardío, las avanzadas culturales se ven en firmas de ropa o de comida rápida, y no tanto en medios o editoriales—, pues era un regalo de actitud y estética. Hasta que un día se dio cuenta de que ya no quería “estar fumando porros con un bolso de Chanel en la plaza de Lavapiés”. Se fue a Marbella: “eso sí que no era lo mío”. Y hoy, con un nuevo disco bajo el brazo, La Reina del Sur (el tercero tras Ama de casa, 2018, y Élite, 2020), en el que las referencias trap se cruzan con guiños al reguetón en temas como La 9 y hasta un corte en francés, Bebé; está La Zowi desayunando con calma y ligera resaca pos-Sónar, donde actuó hace apenas 24 horas. En el álbum colaboran Lex Luger, figura estadounidense del trap; la rapera de Nueva Jersey, Mariahlynn, o Soto Asa, productor y rapero ceutí con quien ya colaboró en Smartphone, tema que acumula más de 28 millones de escuchas en Spotify. La Zowi tiene 724 mil oyentes mensuales de media, en esta plataforma de streaming.
El desayuno se nos junta con el vermouth, y el vermouth se pega a la comida. La Zowi le firma un autógrafo al camarero del restaurante en el que no va a comer (“¿has visto que tosta desayuné?”, y coloca las manos a unos 20 centímetros de distancia), pero sí beberá un té, y hablará con un discurso que es exactamente el que se espera de alguien que fue pionera de los momentos más disruptivos de la historia cultural reciente de España, y que más de diez años después, se ha colocado en un lugar insólito, en el que se encuentran la veteranía con la frescura de poder pensar aún que está todo por hacer. “Al final tengo 30 años, y en este mundo muchas ‘chavalitas’ que empiezan, suelen tener 20. Ya noto que fui de las primeras, y que llevo años en esto. Al ser madre no se me hace raro que me llamen matriarca”, apunta con la naturalidad con la que es capaz de afrontar prácticamente cualquier tema. “Los dos primeros años de carrera se interrumpieron con mi embarazo (el padre de su hijo, Romeo, es Yung Beef, figura clave en la eclosión del trap y con quien en 2019 lanzó ‘Empezar de cero’). Luego avanza el tiempo y se me ha hecho un hueco, pero tampoco creas que muy grande. Mira, lo que hago yo es trap, que viene de Estados Unidos, no es latino, no es reguetón. Me cuesta, no tanto que me entiendan, creo que ya se me entiende, pero sí es verdad que el personaje me cuesta. Siento que voy contra corriente, por mucho tiempo que pase”. C. Tangana se reinventó como El Madrileño, abrazando las músicas tradicionales. Rosalía se propuso dominar el mundo utilizando cualquier sonido que pudiera servirle para ello. Bad Gyal se fue a Jamaica, descubrió el dancehall, introdujo elementos pop en su discurso, y como los dos anteriores, fichó por una multinacional. La Zowi sigue siendo independiente y sigue siendo una trapera. Más Cardi B, que Karol G.
—¿Qué importancia le da al dinero?
—La pasta es primordial. Crecí en una familia de artistas (su padre es guitarrista, y su madre, escritora), y vi la inseguridad con la que se vive. Si no hubiese visto la opción de ganar dinero, no estaría haciendo música, soy sincera. Es clave poder ganarme la vida. Invierto casi todo lo que gano en la música, aunque no me estoy haciendo rica todavía. Si quiero evolucionar, el dinero es importante.
—¿No iría más rápido todo esto, si firmara con una multinacional?
—Pues no. No quiero vender mi libertad. Eso no lo paga nadie. Con poco me conformo, siempre he sido muy humilde. Conozco a mucha gente del mainstream, y ese modo de vida no es para mí. A veces priorizo mi vida personal, y eso si estás en Sony, no puedes hacerlo. Parar porque quieres y tal…, imposible. Como persona independiente, todo va para ti. Intento luchar por conseguir el dinero que quiero, sin tener que pasar por ahí. También te digo que a veces cansa ser independiente, la estructura y la financiación que ellos tienen, yo no la tengo. Bueno, nadie regala nada.
—Tampoco parece que haya una vocación clara por internacionalizarse…
—Hace ya un par de años lo estuve pensando. Pero mira, ahora la gente busca mucho que los escuchen afuera, y entonces, ¿dónde queda España? Habrá que representar a España, porque los dominicanos que ahora están pegando fuerte están allí, y desde allí representan a la República Dominicana. Ya bastante tengo con que no hago flamenco. A pesar de ello, quiero representar a España. Empecemos por ser la reina de aquí, y luego ya veremos. Ahora no es mi prioridad internacionalizarme.
El éxito desmesurado de algunos de sus coetáneos puede conducir a comparaciones a todas luces injustas, al menos, en términos comerciales. Básicamente, porque en los más de 30 sencillos y casi 20 colaboraciones que ha lanzado, La Zowi jamás dio un paso atrás. Los códigos, todos confrontados, cero intuitivos y jamás aptos en horario infantil que fijó en sus inicios, siguen presentes en sus temas. Hay cortes en su nuevo disco en los que se dice la palabra puta hasta 20 veces. “Yo es que me había hasta planteado dejar de decirla… Ay, un segundo que me llaman del colegio de mi hijo”, se interrumpe. Dos minutos después, continúa. “En serio, quería dejar de decirla, porque me aburría y ya me pesaba demasiado. Pero mira, al final es una coletilla que me gusta y pienso que lo de bloquearme no va con mi manera de hacer música. Si me pienso mucho las cosas, no funciona. Puta puede significar muchas cosas. Yo la uso para denominar a una chica o incluso a un chico, pero sin maldad. Cuando hablo de mis putas, es positivo. Cuando hablo de sus putas, ya no es tan positivo. Es un término flexible”. Si las rimas procaces no se negocian en el mundo de La Zowi, lo que sí ha tenido que adoptar son ciertas soluciones de compromiso en sus directos. Nos traen un plato con tomate, y la trapera ríe, no del tomate, sino de recordar sus actuaciones. “Mis shows eran muy punkis, yo no sabía ni lo que iba a pasar y a veces se me fue de las manos. No lo borraría, pero sí es verdad que la venta de entradas se iba complicando, porque llegó un punto en el que daban miedo esos shows. Ahora he puesto bailarinas profesionales, porque yo antes llevaba chicas que había conocido en discotecas. He empezado a hacerlo todo un poquito más normal. Y ahí, claro, sufro más. Antes me daba igual, ahora hay que cumplir con la coreografía y tal…; entonces tengo más nervios y disfruto un poco menos. Sé que mi público, si no gozo en el escenario, me va a mandar a hacer coreografías por ahí, así que debo encontrar mi equilibrio. Vendo más entradas, es cierto. Eso sí, mis bailarinas ya saben que igual me meto y que me salgo de las coreografías”, cuenta la artista, que ya fue confirmada para la próxima edición del Primavera Sound. Hace una pausa y sigue. “De hecho, las indicaciones que tenían antes mis bailarinas era dar miedo. Yo quería dar miedo. Había una época en que subíamos a un chico al escenario y pasaba de todo. Las bailarinas le saltaban encima, le quitaban las zapatillas y las voleaban; un descontrol. Pero no me arrepiento, y los chicos ya sabían qué les esperaba, y seguían subiendo. Era muy divertido”.
—¿Había cierto elemento de venganza en ese maltrato a los chicos?
—Era puro vacileo (broma). ¿Qué querían? ¿Una chica modosita? Pues no. Es verdad que me reía un poco de cierto feminismo. Veía que como yo empezaba el show muy básica, muchas chicas estaban dudando de mí. En cuanto torturábamos al chico, se animaban y conectaban. Entonces yo pensaba: ‘a ver, estamos maltratando a un tío, igual eso tampoco es la solución’. Con eso me reía un poco del público. Díganme qué códigos tienen; qué los hace felices.
—¿Cómo es su feminismo?
—El feminismo, para mí, antes de ser una política, es un valor. Me considero feminista, totalmente, y está en mí todos los días, asegurarme de que ningún hombre abuse de mí. Soy independiente, hago dinero y me relaciono con todo de manera feminista. No digo que yo no deba colaborar como La Zowi en lo que pueda, pero mejor empezar en casa con el feminismo, y luego ya damos discurso.
—¿Cuántos twits tiene guardados en borradores sin enviar?
—Ahora deben ser unos 20 o 25, pero he llegado a acumular hasta 50. Todos de barbaridades o de cosas que solo me interesan a mí. Voy a escribir en Twitter y me digo: ‘pero, ¿a ti quién te ha preguntado?’. O pienso que lo que voy a publicar es de niñatas, o que no lo van a entender… No sé, igual me vuelve la inspiración. Uno de los últimos que tengo en borradores va sobre empoderar, preguntando qué es empoderarse. ¿Levantarse por la mañana? Una mujer inteligente, independiente, que tenga su business está empoderada. ¿Y una madre de tres hijos que no curra, no está empoderada?
“La primera vez que retraté a Zoe debió ser en alguna fiesta de La Vendición (su sello), por 2014, y luego en mis primeros retratos oficiales de ella, nos dimos un paseo por el Raval y le hice unas fotos con leggins y una hoodie (buzo jogging con capucha). Las prendas se las había dejado una amiga que trabajaba en una tienda de ropa, y a veces la ayudaba con los estilismos”, recuerda la fotógrafa Alba Rupérez, retratista oficiosa del movimiento, y una de las figuras clave en la confección del libro Making Flu$ (Plaza & Janés, 2021), del autor El Bloque, donde se cuenta todo sobre el trap en España. “Lo que más me atrae de ella son sus letras, porque podríamos hablar de su estética, que es increíble, pero si eso no lo respaldas con buenas letras es difícil despertar tanto interés”. Para Quique Ramos, su booker, “la Zowi tiene un espacio único en la escena, porque cuenta con muchísimos tentáculos musicales que la han llevado a tener una comunidad de fans (fandom), muy heterogénea. Creo que para ser más grande le ha faltado domesticarse, pasar por ciertos aros, pero a cambio consiguió que su público creciera con los años de una forma progresiva y sólida. Es una tía listísima. Es la única artista urbana capaz de estar entre la electrónica de vanguardia, el trap más puro, hacer canciones de reguetón comerciales, tener un discurso no apto para menores, pero estar a la vez en la televisión mainstream”. En este último aspecto, para la historia quedan sus tres apariciones en La Resistencia de Movistar Plus (late late night de David Broncano); sobre todo la primera, en 2019, en la que llamó viejos al propio Broncano y los suyos, se hizo viral y hasta inspiró una columna en The Huffington Post escrita por Yolanda Domínguez, titulada ¿Es La Zowi un ícono feminista?. La respuesta de la autora a su propia pregunta se inclinaba hacia el no. “Yo no sabía dónde iba. Mi madre no tiene tele. Los vi vistiendo jogging, y no pensé que fuera por mí, creí que iban más cómodos así”, recuerda La Zowi sobre su debut en La Resistencia. “Ahora somos familia”.
Con Zoe ya vestida de negro, nos acercamos a su peluquería de confianza, la Siglo XXI. Encontrar una que le gustara era una de las preocupaciones de la artista al volver a Granada. Tras dos retoques rápidos, nos dirigimos hacia el Albaicín. Se cambia de nuevo de ropa. Esta vez, con las zapatillas y la camiseta de la banda de metal emo Evanescence, un grupo de mediados de los 90’ cuya imagen corporativa es tan fea que tiene a la tropa trapera enamorada. La camiseta y las zapatillas son de la manager, a quien a estas horas de la tarde el Sónar empieza a pesarle de más. Zoe está como una flor, paseando por las callejuelas y señalando rincones familiares. “Me gusta la ropa y tal, pero no soy fan de la moda, tampoco sé tanto. La moda es un mundo muy falso, y siempre me invitan a jugar con el rollo de que vengo del barrio. Es cierto que las marcas de ropa se alimentan mucho de nosotros. Recuerdo los primeros desfiles a los que fui, me dejaban prendas, me ponían en front row y luego me llegaba un mensaje diciendo que debía devolver la ropa. ‘¿En serio? Pero si está sudado. ¿De verdad lo queréis?’. Luego fui entendiendo que hasta la más top devuelve el vestido, pero en aquel momento pensaba que esas personas eran unos cutres (tacaños, miserables). Luego empiezas a ver que te invitan porque molas (gustas), que no te hacen un favor. Es como lo de ser actriz. Mira, no me voy a hacer ningún casting, que pongan La Zowi en YouTube y vean si les molo o no, pero castings no hago”.
Mientras espera el taxi que la llevará a casa de su madre a recoger a su hijo, Romeo, La Zowi observa la Alhambra en un momento inesperado de introspección. De pronto nos quedamos todos en silencio. Hasta que ella lo rompe. “El otro día, en el Sónar, estando en el escenario dije: ‘escuchad, que esto es broma’. Y muchos, creo que no lo pillaron (captaron). Pero es que es verdad, es todo broma”.
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