Era niña cuando comenzó a sentir el deseo de estudiar música. Un día, ya cursando sus últimos años de liceo, fue al Teatro Solís a ver a Egberto Gismonti, multiinstrumentista brasileño. Una amiga de su abuela que trabajaba allí siempre la invitaba a ver espectáculos, porque quedaba disponible el asiento del bombero. Era el último de la platea, uno que está solito en el fondo de la sala principal. “De ahí se escuchaba bárbaro, se veía muy bien y yo disfrutaba de los conciertos más variados”, recuerda Lucía Gatti, violonchelista, compositora y docente. En un determinado momento, durante aquel concierto memorable, todos los músicos se retiraron del escenario, dejando solo al chelista Jaques Morelembaum. Aquello la conmovió de tal forma que quiso averiguar dónde, cómo y con quién podía acercarse a ese instrumento, por entonces, poco común. Era la primera vez que veía y escuchaba un violonchelo fuera del ámbito orquestal.
Con el paso de los años, la espectadora se convirtió en protagonista. “Hay momentos de mi vida profesional que fueron hitos para mí. A los veintipico de años, estar tocando en La Trastienda de Buenos Aires con Ana Prada, Fernando Cabrera, Javier Malossetti… para mí era un sueño increíble. En esa misma época empecé a formar parte del grupo de Leo Maslíah. Cada vez que tuve la suerte de compartir escenario con alguno de mis héroes musicales fue una alegría inmensa. Hay otros momentos que atesoro, tal vez sean los menos vistosos, pero quizás los más constitutivos. Formar mis propios grupos, terminar mis primeras canciones, cantar y tocar al mismo tiempo, que era algo que nunca había visto hacer antes. También me emociona ver en quiénes se han convertido muchos de mis estudiantes, haber formado parte de sus vidas”.
Lucía Gatti desarrolló una amplia trayectoria en la música uruguaya. Estudió en la Escuela Universitaria de Música y en Buenos Aires con la profesora Myriam Santucci. A la vez que crecía profesionalmente, fue expandiendo sus propósitos y compartiendo su talento. Hoy día, además de componer y tocar, imparte clases particulares de violonchelo y audioperceptiva en el Conservatorio Sur en Montevideo y en la Escuela Departamental de Música de Maldonado.
Como profesora comenzó a notar que en el primer año de estudio se daba un alto porcentaje de deserciones, en general, vinculadas a la frustración que en ocasiones depara un instrumento difícil o un camino demasiado sacrificado. Por eso le resulta tan gratificante comprobar que abordando la enseñanza de otra forma, los estudiantes rompen esa creencia y logran acercarse al instrumento sin problema. “Trabajando en Grupos Sonantes, un proyecto de enseñanza musical creado por el violinista Jorge Risi, se planteaba la práctica musical grupal como parte fundamental de la propuesta. En esas pequeñas orquestitas de cuerdas se juntaba a todos los estudiantes. Al que tomaba clase por primera vez, al que tenía años de formación, al niño, al adulto mayor, al adolescente. Era una belleza verlos a todos derrumbando esa idea de que para aprender hay que separar. Esa experiencia fue importantísima para mí”.
A partir de entonces, acompañada de su constancia y empeño, logró crear una comunidad de alumnos que permanecen en el camino de la música. Su experiencia se materializó en Puente de cuerdas, Cancionero latinoamericano para chelo (Ediciones del TUMP, 2025), un libro que contó con financiación de los Fondos Concursables del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) y del Fondo Nacional de Música (FONAM). La publicación propone material didáctico y alternativo a los métodos que estudian los instrumentos de cuerda frotada, buscando generar un estudio más accesible.
“En Uruguay no existe una formación para docentes de instrumento. Se va haciendo sobre la marcha, a partir de la propia experiencia. En mis primeros años de docencia tendí a reproducir el mismo esquema con el que había aprendido. Sin embargo, no me conformaba. Yo misma no disfrutaba del todo al dar clase de esa forma. Empecé a arriesgar, a probar cosas que no estaba segura de a dónde me llevarían. No tenía certeza de que fueran a funcionar, solo dudas. En esa búsqueda tuve dos pequeñas maestras, dos niñas que despertaron en mí las ganas de adaptar canciones para ellas. Ahí empecé a romperme la cabeza buscando melodías que fueran técnicamente accesibles para un estudiante inicial pero que fueran musicalmente interesantes. Empecé a hacer arreglos a dos violonchelos para tocar a dúo y a crear ejercicios a partir de esas canciones. Disfrutaba las clases como nunca antes. A fin de año les hacía un librito con las canciones que habíamos trabajado y esos fueron los esbozos de lo que hoy es Puente de cuerdas”. El libro es un compendio de dos décadas de experiencia docente. Al mirar el camino recorrido, Lucía se siente orgullosa. “Lo que más me agradezco es haberme arriesgado a seguir mi curiosidad; ir en busca de lo que me conmueve, sin medir mucho las consecuencias. Nadie esperaba que fuera a dedicarme a la música, ni siquiera yo misma”. Instagram/@lucia.gatti.diconca