Enviado — Porto Alegre
Dos goles despabilaron a todo aquel que todavía se estuviera acomodando en su asiento. Diez minutos de partido y un hincha de Inter revoleaba una cerveza golpeándola de lleno contra una pared. Un periodista brasileño no lo podía creer y se descargaba con la bancada antes de excusarse, en un portugués entendible, visiblemente molesto: “¡Esto no tiene explicación, cara!
Los partidarios de Nacional apretaban el puño y contenían parte de la emoción, como Pablo Peirano, que se puso de cuclillas cuando llegó el segundo de la noche en Porto Alegre. Julián Millán primero con una definición de aire que le dejó servida Christian Oliva, y Luciano Boggio después, luego de que Lucas Villalba recuperara y lo esperara llegando al área para cedérsela, dejaron en mute al Beira-Rio, que de un momento para otro se despertó y cantó al unísono del empuje del equipo.
Nacional hizo un primer tiempo perfecto, con un planteo táctico de pizarrón y casi a la par de los trencitos de la escuela. Sí, porque Peirano y sus colaboradores parecían haber estudiado a la perfección a un rival que salió a jugar exactamente con la misma estrategia que ellos habían previsto.
La valentía en los contragolpes, acompañada de una cuota de suerte, cerró el primer tiempo con ventaja de 3-1. Así como el travesaño había salvado a Luis Mejía de un nuevo gol que pudo haber emparejado el partido aún más justo antes del descanso, Eduardo Vargas, con un simple saludo hacia la tribuna, hizo estallar a los hinchas de la bronca mientras empezaba el calentamiento.

La explosividad de Villalba, el sacrificio de Nicolás López, los recorridos de Boggio y la firmeza de Coates y Millán abrieron más temprano que tarde la puerta del triunfo. Pero todo aquello que se había construido en el amanecer del partido, se fue desplomando con los cambios y el paso de los minutos. El gol del descuento de Alan Pattrick, de penal y justo en el cierre de un primer tiempo casi perfecto, fue la primera advertencia y valió para levantar a un público de Internacional que estaba dormido y también jugó su partido.
El golpe de knock-out se dio a los 73 minutos, cuando Fernando conectó el centro de Pattrick y el marcador de pronto marcó 3-3. El Ojito Rodríguez se agarró la cabeza y de ahí en más un solo equipo estuvo en cancha.
Nacional tuvo el triunfo en la punta de la lengua y, aunque la remontada de un 0-3 puede pintar el análisis como gris, también deja un espacio de destaque al partidazo de Villalba y al buen planteo del primer tiempo. No está muerto quien pelea, reza el dicho, pero el sabor agridulce es lo que se impone en todos los tricolores.
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