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Hace 70 años, Uruguay viajaba a Brasil para iniciar la campaña del Maracanazo

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Delegación uruguaya de 1950

HACIENDO HISTORIA

La delegación voló en dos tandas tras una preparación caótica, pero la historia estimulaba el optimismo

En pocos días se celebrarán los 70 años del Maracanazo, una hazaña que no requiere presentación. La gesta quedó consagrada por los siglos en el momento en que el árbitro Reader dio su último pitazo y Schubert Gambetta inició el festejo tomando la pelota con las manos. Pero cabe el debate sobre cuándo empezó Uruguay a ganar su último título mundial.

Las investigaciones históricas suelen establecer como mojón importante en ese camino la huelga de futbolistas de 1948, que fortaleció el sentido de unidad de los jugadores y el liderazgo de Obdulio Varela. Pero después hubo muchas alternativas y una preparación que puede definirse como accidentada e incluso caótica, como ya se ha reseñado en esta sección.

En esta serie de aniversarios, el recuerdo es para el viaje de la delegación celeste a Brasil para disputar el Mundial, del cual este martes se cumplirán 70 años. El archivo de El País guarda varias imágenes de la partida desde la vieja terminal aérea de Carrasco, aquel viernes 23 de junio de 1950. Los jugadores con sus uniformes impecables: saco azul con el escudo de la AUF, camisa clara, corbata rayada y pantalones grises, confeccionados por la sastrería El Mago. Varios de ellos aparecen con abrigos bajo el brazo, lo cual hace pensar en un día de agradable temperatura en aquel comienzo del invierno. En la misma pista del aeropuerto se ve a allegados y niños junto a los viajeros, testimonio de una época sin las medidas de seguridad estrictas del presente.

Una curiosidad es que la delegación voló en dos tandas a Brasil, ya que la capacidad de los aviones de la empresa Panair do Brasil era limitada. El primer vuelo fue a las 11.45 y el segundo una hora y media más tarde, según la investigación de Franklin Morales para su libro Maracaná, los laberintos del carácter.

En realidad, el viaje estaba previsto para el 19 de junio, porque según el fixture original los celestes iban a debutar contra Francia el 25 de junio en Porto Alegre, pero los franceses declinaron participar del Mundial tras perder un amistoso preparatorio ante Bélgica por 4 a 1. Además, estaban disconfirmes con el calendario de partidos que les tocó. Como se ve, tampoco en Europa las planificaciones de meses resultaban habituales en 1950.

Franklin Morales reveló además que antes de embarcar, Obdulio Varela había solicitado realizar una reunión privada del plantel. En una sala del Aeropuerto, el capitán inició la tarea de lograr que sus compañeros aceptaran sin reservas a Matías González, a quien miraban mal por haber desoído el llamado a la huelga de 1948.

¿Cómo transcurrieron los días previos al viaje? El 1° de junio, luego de varias idas y vueltas y la danza de nombres, la AUF designó como técnico del equipo a Juan López. Debe aclararse que entonces el cargo estaba lejos de ser tan gravitante como en el presente, pues compartía su responsabilidad con los dirigentes que formaban la comisión de selección, anota Atilio Garrido en su libro Maracaná, la historia secreta. Y entre López y esos dirigentes se armó la lista definitiva de 22 jugadores, que se dio a conocer el 6 de junio.

Aquella vez no hubo despedida ante el público de Montevideo: como en su último amistoso en el Estadio Centenario el seleccionado perdió 3-0 con Fluminense y fue silbado, se prefirió realizar presentaciones en el interior. Así, con dos formaciones, la titular y la suplente, se jugó el 11 de junio en Florida y el 18 en Juan Lacaze. Además, hubo movimientos en Los Aromos, hasta el 21 de junio, cuando se realizó la última práctica de fútbol contra Central, el equipo tradicional de López.

El jueves 22, los campeones olímpicos y mundiales de 1924, 1928 y 1930 visitaron Los Aromos para compartir una cena con quienes serían sus sucesores. Hubo anécdotas, tamboriles y coros de murga. Con los años, jugadores y periodistas coincidieron en que aquel encuentro fue fundamental para cimentar la unión del grupo y su confianza con vistas al Mundial.

Más temprano ese día, Obdulio había ido a visitar a Lorenzo Fernández, el campeón mundial de 1930, a quien admiraba.

Ese vínculo de pasado y presente pareció trocar el inicial pesimismo del ambiente futbolístico por el optimismo sobre la suerte de los celestes en Brasil. El desánimo se explicaba por los numerosos problemas de la preparación, pese a que durante muchos años fue costumbre que los seleccionados nacionales salieran a competir entre improvisaciones y conflictos internos. Poco a poco eso se fue convirtiendo en ilusión, apoyada en los antecedentes históricos (después de todo, desde 1924 los uruguayos estaban invictos en torneos mundiales) y también en la calidad de los futbolistas, aunque muchos de ellos todavía no habían enfrentado la alta competencia internacional.

El enviado de El País, Dionisio Alejandro Vera (Davy), en su nota del 16 de julio, día el encuentro decisivo, admitía el valor del adversario brasileño y la exigencia que representaba jugar como visitantes, pero aseguraba que el triunfo era posible: “Hoy el fútbol oriental puede escribir en el libro de oro de su historia en torneos de trascendencia mundial otra trascendente historia. Ellos -los jugadores- lo saben muy bien”.

Y así fue.

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