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La izquierda y las mentiras políticas

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Una de las certezas principales es que no tenemos ni planificado, ni en el horizonte, ningún incremento de la carga impositiva a la población”, declaró Tabaré Vázquez el 13/11/14 en un acto en Tacuarembó en la segunda vuelta de la campaña electoral. Meses después Vázquez incrementó la carga impositiva no una sino varias veces. Por otra parte, su compañero de fórmula, Raúl Sendic, siendo vicepresidente aseguró que era licenciado en Genética, pero hasta hoy no lo probó.

Una de las certezas principales es que no tenemos ni planificado, ni en el horizonte, ningún incremento de la carga impositiva a la población”, declaró Tabaré Vázquez el 13/11/14 en un acto en Tacuarembó en la segunda vuelta de la campaña electoral. Meses después Vázquez incrementó la carga impositiva no una sino varias veces. Por otra parte, su compañero de fórmula, Raúl Sendic, siendo vicepresidente aseguró que era licenciado en Genética, pero hasta hoy no lo probó.

Son dos ejemplos de gruesas mentiras en la política nacional, parte de un fenómeno que en el plano internacional algunos llaman “política post-verdad”.

La revista británica The Economist cita engaños como el de Trump diciendo que Obama “fundó el Estado Islámico” o de Putin negando que hubiera soldados rusos en Ucrania cuando era obvio que allí estaban. Según esa revista la mentira está en auge en el mundo político por el descrédito de las instituciones y sus representantes así como por la acción de nuevas tecnologías de información tipo Facebook, Twitter o WhatsApp en donde todos pueden comunicar lo que gusten sea verdad o no.

En Uruguay la mentira política está a la orden del día, tanto que abundan desmentidos entre los propios gobernantes del Frente Amplio en temas cardinales como economía, educación o inseguridad. Ahí está el diálogo de Vázquez con la Suprema Corte de Justicia a poco de asumir cuando confesó que la situación económica era peor que la pintada por Astori en la campaña electoral. O la ministra Muñoz desmintiendo al propio Vázquez cuando prometió que en 2020 el cien por ciento de los jóvenes de hasta 17 años estaría en el sistema educativo. O al ministro Bonomi cuando su encargado de llevar las estadísticas del delito renunció porque se publicaban cifras falseadas.

De Maquiavelo a Goebels se han escrito ríos de tinta sobre la influencia de la mentira en la vida política, un poder que daña la credibilidad del sistema democrático. Tan crucial es el asunto que desde hace algún tiempo EL PAÍS publica periódicamente una ilustrativa sección titulada “¿Nos dicen la verdad?” que analiza dichos de gobernantes y opositores. La elabora “UYCcheck.com”, una plataforma web que constata la veracidad de los discursos políticos, a cargo de estudiantes de Ciencias Políticas que suelen detectar mentirosos o sinceros en varios grados.

The Economist opina que al aceptar la mentira la gente exhibe una tendencia a aceptar versiones inciertas de la realidad. Sostiene que desmentir inexactitudes puede ser perjudicial pues el público tiende a ver la aclaración como confirmación de que lo inexacto es verdad. Puede ser, pero está claro que la prescindencia es admisible hasta cierto punto. Hay momentos en que es preciso decir no y desenmascarar falsedades sobre todo cuando se repiten de modo insoportable como cuando dicen que José Mujica fue un luchador por la democracia apresado por una dictadura cuando todos saben que se alzó contra una democracia para instaurar una dictadura.

Tras 12 años de gobiernos del Frente Amplio, hay demasiadas mentiras acumuladas como para ignorarlas. Denunciarlas -como en Pluna y Ancap- es la mejor forma de auspiciar los tiempos de cambio que se avecinan.

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Antonio Mercader

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