La imagen del espejo

La crisis en el fútbol nos devuelve una imagen de nosotros mismos que no queremos ver, embotados como estamos por nuestra indolente y aldeana autocomplacencia.

La crisis en el fútbol nos devuelve una imagen de nosotros mismos que no queremos ver, embotados como estamos por nuestra indolente y aldeana autocomplacencia.

Primero, es la imagen de un país que mayoritariamente votó por este equipo en el Ministerio del Interior. Cuando en la campaña electoral se discutió sobre la ya degradada situación de inseguridad, Vázquez apoyó lo actuado sin ambages y expresó claramente que mantendría el mismo rumbo. En estos años la mayoría frenteamplista ratificó estas opciones sin sufrir ningún movimiento ciudadano multitudinario que la contrariara. O sea: nadie se puede hacer el otario ya que esta garrafa no cae del cielo.

A no mentirse: con este gobierno no habrá ninguna mejora sustancial. En realidad todo será peor porque, con nuestros lentes auto- complacientes, las mejoras insignificantes se presentarán como grandes logros oficialistas. Alcanza con fijarse en las últimas declaraciones de Bonomi, por ejemplo, que señaló exultante que este año ya hay un 4,6% menos de rapiñas con respecto a 2015. Si el dato se confirmara, querrá decir que en vez de 21.126 rapiñas en el año, ellas serán un total de 20.154. En vez de 58 por día, habrá 55.

Segundo, es la imagen de una sociedad fragmentada. El país hizo un gran esfuerzo solidario con sus clases más necesitadas que se tradujo en un gran gasto público social cuyos resultados no han sido eficientes. A pesar de esta década de bonanza, la lumpenización terminó de ganar a parte de los jóvenes de las clases populares. Sin educación para salir adelante con empleos bien remunerados y sin sentimiento de identidad nacional que dé sentido colectivo al devenir social conjunto, deambulan como zombis en esa anomia perenne hecha de adhesiones tribales y tentaciones delictivas.

De nuevo, a no mentirse: con este gobierno no habrá ninguna mejora sustancial. En realidad todo será peor porque sigue sin haber voluntad alguna de evaluar y modificar las políticas sociales. Además, la educación popular seguirá como estos años porque el Frente Amplio entiende que así va muy bien. Solo algunos referentes de izquierda se rebelaron un poco y armaron una simpática fundación polifónica, que quedará convenientemente afónica de críticas si esos rebeldes barruntan que, por ellas, la odiada “derecha” puede llegar a ganar en 2019.

En este contexto, la vitalidad frenteamplista solo atina a balbucear odas a Fidel en la hora de su muerte. Sin ser extensas como la de Neruda a Stalin, conservan su servil quintaesencia. Es así que la renovación de los Miranda busca inspiración en las tonterías programáticas de la izquierda de 1971; alaba la militancia autorreferencial de los comités de base y sus muros de yerba.

Se enardece con sus miserables mitologías caudillistas y autoritarias, y ni siquiera logra que su partido, ahora antipatriarcal, procese cabalmente su congreso de aspiración ideológica. Cree que Fidel es como el Stalin de Neruda: el mediodía del cual hay que aprender, porque “su estructura de bondadoso pan y de acero inflexible nos ayuda a ser hombres cada día”.

Flotamos en la inercia de nuestra izquierda autocomplaciente a la vez que se aleja el horizonte de la excelencia. La imagen del espejo es horrorosa.

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Francisco Faig

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