Así como en relaciones internacionales hubo la Pax Britannica en el siglo XIX, o la Pax Americana en el siglo XX, en nuestra política nacional hace más de una década que se da el fenómeno de la Pax Officialium: una en general buena entente entre la presidencia y los intendentes nucleados en su congreso. Ella es la que verdaderamente pauta las líneas generales de la gobernabilidad del país.
Quienes se interesan en la política y la ven desde una mirada más montevideana prestan atención a las diferencias que se trasuntan en la vida parlamentaria. Allí están los debates fuertes, las diferencias partidistas y las visiones divergentes. Pero allí también, desde hace veinte años y por razón de las disposiciones de bancas votadas cada vez libremente por el pueblo, el presidente de la República ha contado con una mayoría que lo respalde.
Esta vez, con los resultados de 2024, es la primera ocasión desde 2004 que en Diputados el gobierno inicia su gestión con una mayoría franca pero relativa. Sin embargo, no quedó muy lejos de alcanzar con algún acuerdo puntual los 50 votos necesarios para aprobar sus iniciativas en esa Cámara. Ciertamente, ya existen algunos antecedentes en este sentido, cuando en la Legislatura de 2015-2020 el Frente Amplio (FA) perdió la mayoría absoluta en Diputados por corrimiento de uno de sus representantes. Y ciertamente también, la izquierda ha demostrado tener cintura política como para poder alcanzar esa mayoría que a priori le falta.
Es aquí que entra en juego la Pax Officialium. Ella ya mostró su poder en el pasado, por ejemplo, al lograr bajo la presidencia de Mujica la patente única de rodados a nivel nacional, o también al alcanzar una mayoría favorable a la implantación y funcionamiento de la Universidad Tecnológica del Uruguay en distintos puntos del Interior del país.
La Pax Officialium reconoce una realidad concreta: tratan allí dos instancias claves del gobierno del país, el nacional con su Ejecutivo, y los departamentales con sus intendentes. Y cada parte tiene interés en llevarse bien con la otra de manera de favorecer así a todos los oficialismos que gobiernan en cada estamento.
Los intendentes son en su mayoría blancos. Pero la sumatoria de sus actuales dieciséis intendencias no hacen un peso electoral tan importante como sí lo hace la sumatoria de Canelones y Montevideo en manos del FA. Además, llevarse bien con la instancia de los intendentes indirectamente pone presión en los Diputados blancos electos en circunscripciones del Interior: mal que bien, en general, ellos están atados a la suerte de sus intendentes en sus departamentos.
De esta manera, la Pax Officialium beneficia a todos sus integrantes: baja potencialmente decibeles a la crítica opositora en el Parlamento y con ello favorece al Ejecutivo nacional; y encuentra caminos de acuerdos presupuestales y de desarrollo con financiación nacional que gustosos transitan los intendentes blancos.
Quienes quedan por fuera de esta Pax Officialium son los opositores más duros contra el gobierno nacional cuyas expresiones, por lo general, se canalizan en el Parlamento y en particular en el Senado. Sus críticas parecen caer en saco roto: en el amplio mundo metropolitano y urbano, en donde la izquierda es mayoría, no logran convencer de sus razones a un público reacio.
Y en el mundo del Interior el eco de sus quejas no siempre encuentra resonancia en la política de liderazgos locales, cuya concentración mayor está en los beneficios que les aportan, para sus perspectivas electorales locales, las ventajas de la Pax Officialium.
No es que no haya oposición, ni tampoco es que no haya gente insatisfecha con el gobierno de Orsi. Es que este sistema de mutuos beneficios de parte de oficialismos locales y oficialismo nacional termina quitando fuerza a cualquier manifestación de mayor peso crítico en el sistema político: pasó, por ejemplo, con el episodio de la compra de la estancia para Colonización en Florida, y pasó también con el marcado perfilismo de algunos intendentes blancos que han dicho que no se sienten identificados con el tono mayormente crítico que algunos dirigentes con presencia en el Senado han propuesto en estos meses.
Los que quedan frustrados frente a esta Pax Officialium son muchos uruguayos comunes y corrientes. Son aquellos que hace años Tomás Linn caracterizara como los “nabos de siempre”: evidentemente sufren por un gobierno nacional que no colma sus expectativas reformistas, a la vez que ven cómo los gobiernos departamentales tranzan con esta realidad.