Hacía falta una señal clara de que pese a lo duro que puede ser el enfrentamiento político, ciertas reglas de civilidad democrática siguen vigentes.
He ahí el valor del gesto del presidente Luis Lacalle Pou de invitar a los dos expresidentes, Julio Sanguinetti y José Mujica, a integrar la delegación oficial que viajará a Brasil para la asunción presidencial de Luiz Inácio (Lula) da Silva.
Fue igual de importante que ambos expresidentes aceptaran, más en el caso de Mujica que según todo indica, pensaba viajar a título personal. Optar por hacerlo con la delegación de Lacalle es un gesto que importa.
Fue este un año de constante agresividad entre la oposición y el oficialismo. Parte de esa creciente exasperación no tiene explicación racional. Es natural que la oposición se oponga a cosas que decide hacer el gobierno, pero en este año hubo una exagerada (para no decir perversa) necesidad de doblegar al gobierno, sin duda, pero ciertamente al presidente de la República. Hay una obsesión por pararlo de una buena vez, de terminar para siempre con la real influencia que ejerce como líder. Para ello, cualquier artilugio vale.
Entender las causas de esa necesidad y del uso de estrategias extremas, merecería un análisis separado. Más que hechos, se presentan relatos sin sustento en la realidad. Cuando estos finalmente se desinflan (es lo que termina ocurriendo) ya están buscando otros.
Por lo tanto, el viaje compartido a Brasil es una buena señal de que por lo menos algunos dirigentes no están dispuestos a que la sangre llegue al río.
Es además una buena señal a nivel regional. América Latina no está pasando su mejor momento en cuanto a estabilidad política y solidez institucional.
Tras el intento de dar un golpe de Estado e instaurar una dictadura, Pedro Castillo en Perú fue destituido por el Congreso pero la nueva presidenta, no logra pacificar un país muy dividido.
La dictadura venezolana sigue en pie. Pese al malestar de buena parte de la población, el chavismo encabezado por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello mantiene un férreo control del país mediante la represión, el encarcelamiento de líderes opositores y una metódica violación de derechos humanos.
Nicaragua continúa con un déspota como Daniel Ortega, que a fuerza bruta impone su autoridad.
Sin llegar a esa gravedad, las otras realidades son de todos modos complicadas.
Los argentinos celebraron con justificada algarabía el triunfo de su selección en el Campeonato Mundial disputado en Qatar. Fue evidente que la gente necesitaba una fiesta de refrescante alegría ante una realidad agobiante y sin salida.
El presidente Alberto Fernández y su vicepresidenta, que es quien en verdad manda, no se hablan. Se detestan.
El presidente demostró ser incompetente y hoy no pasa de ser una figura meramente decorativa, con todo lo paralizante que ello significa.
A eso se suma la dramática realidad económica. Argentina va en acelerado camino a quedarse sin reservas. Quien intenta afrontar esa situación es un ministro con más poder que el presidente, es verdad, pero todo el mundo sabe que ese poder termina el día que a Cristina, la vicepresidenta, se le ocurra bajarle el pulgar.
Más grave aún es la situación institucional. Más allá de un presidente inoperante, un gabinete mediocre y una vicepresidenta que por momentos boicotea y en otros manda, está surgiendo una estrategia de desconocimiento a las instituciones y un atropello a la independencia del Poder Judicial. Algunos fallos de la Suprema Corte de Justicia provocaron reacciones casi subversivas al pretender desconocerlos o al convocar manifestaciones callejeras de repudio.
En medio de esta situación está Chile con un presidente, Gabriel Boric, que por llegar al cargo en segunda vuelta, tiene apoyos contradictorios. Los grupos radicales de izquierda lo votaron en la primera vuelta, pero ganó la segunda con votos de la izquierda moderada. En ese contexto, nunca logra satisfacer a todos. Sus medidas económicas tuvieron repercusiones muy negativas. En otros temas, en cambio, se ha comportado con presidencial sentido común.
En ese generalizado contexto, importa que el presidente viaje con dos expresidentes de partidos opuestos a la ceremonia del 1º de enero en Brasil. Señala un camino a toda la región. También señala un camino hacia adentro del país.
Es de esperar que el profundo significado de ese viaje se traslade a una convivencia cívica más sensata, en el año que está por comenzar.