Un nuevo mundo

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El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, detrás de los fuegos de artificio y las indignaciones selectivas, implica un nuevo mundo. La principal potencia global ha decidido cambiar de raíz las reglas que han movido al planeta en los últimos 50 años, y lo que vamos a ver en los próximos meses son las primeras señales de un cambio copernicano. Las categorías que se han usado para entender la política internacional han quedado obsoletas, y es necesario “resetear” nuestros códigos y formas de análisis, para poder acercarnos de manera efectiva al fenómeno.

Un ejemplo claro es lo que ha ocurrido esta semana con el tema de los aranceles. Una mañana, Trump firmó órdenes para instaurar aranceles altísimos, tanto a socios “carnales” como Canadá y México, como a China. Esto desató una ola de comentarios y análisis que hablaban de una guerra comercial, del regreso al proteccionismo, y toda una serie de categorías que eran naturales hasta hace unos meses. Pero ya no.

A las pocas horas, Trump suspendía la entrada en vigor de esos aranceles, a cambio de concesiones muy relevantes de sus vecinos. Resta ver lo que ocurre con China. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué quiere Trump?

Para entenderlo, es vital escuchar a quienes Trump escucha. Uno de ellos es Robert Lighthizer, un abogado que llegó a trabajar con Ronald Reagan, y fue el principal negociador comercial de Trump en su primera presidencia. Entrevistado por la cadena CBS hace unos días, Lighthizer explicaba de forma muy clara cuál es la intención detrás de las medidas del gobierno actual.

“China es una amenaza existencial para Estados Unidos. Es... un adversario muy, muy competente. China se considera la número uno del mundo y quiere serlo. Nos ven como un obstáculo. Tienen el ejército más grande del mundo y lo están haciendo crecer, la marina más grande del mundo, y la están haciendo crecer. Nos están espiando, están tomando nuestra tecnología, han estado librando una guerra económica contra Estados Unidos y ganando esa guerra durante al menos las últimas tres décadas”, sostenía Lighthizer.

¿Cuál es entonces el plan de Trump para este desafío? El asesor lo explicaba con claridad meridiana.

“Creo en un desacople estratégico. No estoy diciendo que no haya relación económica con China. Esa no es mi posición en absoluto. Creo que hace falta un comercio equilibrado. Les vendemos 150.000 millones de dólares. Le compramos 150.000 millones de dólares. No más. No permitimos inversiones en China excepto en circunstancias en las que creemos que es de interés para Estados Unidos. Uno podría preguntarse: “¿Cuál es la política de China hacia nosotros?” Es exactamente un reflejo de lo que acabo de decir. Entonces, lo que sugiero que hagamos a China es lo que ellos nos hacen a nosotros”.

Estas definiciones son claves para entender cuál es el marco mental a través del cual se analizarán las medidas políticas y comerciales de Estados Unidos en los próximos años.

No se trata de un regreso a un proteccionismo al estilo previo al de la Segunda Guerra Mundial. No estamos ante un cambio de percepción sobre los beneficios del comercio.

Lo que Trump ha comprendido, es que por el camino actual Estados Unidos iba, de ojos abiertos, a una derrota estratégica con quien es hoy su principal desafiante a nivel global. Y que en los próximos años, su principal objetivo será asegurarse de que no haya flancos abiertos para que China se aproveche de una libertad comercial y económica que el gigante asiático no permitiría nunca en su propio país.

Todo los demás que ocurre en el tablero político global será secundario a esto.

Los países pequeños como Uruguay, pero también los grandes como Brasil, Canadá o México, y hasta los bloques como la Unión Europea, deben entender que esta será la lógica de los años que vienen. Cosas como los “Brics”, o las zonceras como el llamado “diálogo sur-sur”, ya no tendrán cabida en el juego estratégico global, a menos que se quiera quedar fuera de órbita de Estados Unidos. Un país que parece decidido a usar su mercado consumidor, el mayor del mundo, como su principal arma estratégica para asegurarse su predominio global.

Habrá gente a la que esto no le guste, y es muy válido. Por otro lado, la llamada “pax americana”, o sea el período de predominio absoluto de ese país, ha permitido casi un siglo de relativa paz y prosperidad en el mundo. Pero más allá de gustos, se trata de una realidad a la que hay que ajustarse, y que si lo hacemos, tiene enormes ventajas para ofrecer a un país como Uruguay.

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