La principal crítica que debe hacerse a este gobierno no es su espíritu refundacional. Tampoco un gran viraje a la izquierda, ni siquiera el impulso derrochador que vimos en otros períodos. Si bien es muy malo el afán revisionista hacia muchas buenas medidas del gobierno anterior, la responsabilidad más seria que, hasta ahora, le cabe al presidente Yamandú Orsi es haber acelerado el proceso de degradación del debate público. Ante un gobierno sin ideas claras ni una agenda reconocible, cualquier ocurrencia del día logra instalarse como si fuera un asunto de Estado.
Los sectores más a la izquierda lo entendieron antes que nadie. Por eso han sido tan eficaces en llevarnos a discutir disparates que sólo responden a su propio guión. El llamado “impuesto a los ricos” es el caso más evidente: una medida populista que no resuelve ningún problema real. El Partido Comunista y el PIT-CNT -los mismos que defendieron durante décadas un sistema previsional insostenible e insolidario- pretenden convencernos de que con 600 millones de dólares adicionales (que es una fantasía que pueda recaudar) solucionarán todos los males que no pudieron enfrentar con los 23.000 millones que ya recauda el Estado. En vez de discutir cómo atraer más personas y capitales de altos patrimonios, las espantamos con discusiones inútiles, que probablemente no prosperarán pero que corren totalmente la agenda de la que debería ser.
La nueva versión de estas ideas dañinas es la propuesta de obligar a las empresas a preavisar los despidos. Una mala idea por muchas razones. En un clima de negocios que se deteriora y en una economía estancada, deciden jugar con fuego. Nadie anuncia un despido para exponerse a un conflicto laboral o sindical: lo único que generan es otra barrera para despedir, que todos sabemos termina siendo una barrera para contratar. Uruguay necesita más empleo, y en ningún lugar del mundo eso se consigue rigidizando el mercado laboral.
Ambas propuestas van en la dirección exacta contraria a lo que deberíamos estar discutiendo. El empleo y el salario solo mejoran en economías dinámicas y productivas, en lugares que atraen inversión, no que la espantan. Podemos darle muchas vueltas a esto, pero la gente vive mejor en donde se discute cómo crecer más, sin voluntarismo ideologizado.
Pero el empobrecimiento del debate no proviene solo de propuestas equivocadas. También se alimenta de una política enfrascada en disputas menores. Hace cinco años el país discutía la LUC, un cuerpo normativo amplio, ambicioso, que ordenaba la acción del gobierno en seguridad, relaciones laborales, empresas públicas y educación. Esa misma ley abrió el camino a la reforma de la seguridad social, discutida y aprobada con madurez. Hoy, en cambio, nada de esa magnitud está encima de la mesa. Por eso los casos “Danza” u “Ojeda” ocupan horas de Parlamento y de medios, apasionado a legisladores que deberían estar debatiendo cómo destrabar el estancamiento, cómo crecer, cómo innovar. Uruguay siempre ha sido mejor cuando su política se concentró en reformas y no en conventillos que no le cambian la vida a nadie.
La última expresión de este deterioro fue la afirmación de Blanca Rodríguez adjudicando al Frente Amplio la invención de las políticas sociales. Una frase tan históricamente falsa que ni vale la pena polemizar. Sin embargo, su banalidad logró consumir tiempo, energía y atención, desplazando debates urgentes que sí afectan el bienestar de los uruguayos. Vimos durante varios días como legisladores se ocupaban de esto.
Sin dudas, estamos ante uno de los gobiernos con menos agenda desde la vuelta de la democracia. La caída de la popularidad de estos meses es la confirmación de lo que ya se veía, la incapacidad total del Presidente de mostrar un rumbo concreto hacia el que pretende conducir al Uruguay. Ante esta realidad la agenda se llena, en el mejor de los casos, con banalidades; y en el peor con las malas ideas de quienes sí tienen una agenda bien clara: el PIT CNT y el PCU entre otros.
Hay un principio atribuido a Aristóteles llamado horror vacui, la idea de que “la naturaleza aborrece el vacío” y que cualquier espacio vacío se llena de inmediato. El vacío de ideas y de agenda del actual gobierno está siendo llenado por ocurrencias, polémicas artificiales y propuestas improvisadas. Y mientras seguimos discutiendo cualquier cosa, los problemas verdaderos -crecimiento, empleo, seguridad, educación- siguen esperando.