¿Qué independencia?

Se cumplen el lunes doscientos años de la de Declaratoria de la Independencia. Más allá de debates e interpretaciones históricas sobre aquellos tiempos, lo cierto es que dos siglos más tarde Uruguay es un país soberano cuyos desafíos como nación siguen estando naturalmente vinculados a las restricciones impuestas por la región y el mundo en el que vive.

Siempre hemos sido un país soberano fuertemente condicionado por nuestros poderosos vecinos. Fue así en 1825, claro está, cuando recibimos el apoyo de las provincias del otro lado del Río de la Plata para liberarnos de la ocupación brasilera; o fue así casi cuarenta años más tarde, cuando la invasión de Flores en 1863 para derrocar a Berro; o también a fines del siglo XIX, con los sustentos argentinos a las revoluciones blancas; o a la salida de la segunda guerra mundial y los distintos posicionamientos de Brasil y de Argentina con relación al orden internacional que se estaba forjando en ese momento.

Sin embargo, a lo largo de estos dos siglos ha primado siempre nuestra voluntad de conformar una nación de temperamento propio y distinto a los de nuestros vecinos. Lo que decía Jorge Luis Borges, de que somos “iguales pero distintos” a los argentinos, resulta un acierto tanto histórico como identitario. Aquello de sabernos diferentes a los brasileños, desde siempre, es algo que nadie puede dudar, más allá de nuestras fronteras terrestres norteñas que tanto hermanan a nuestros pueblos en esas regiones.

Si de lo que se trató durante muchas décadas fue de afianzar nuestra identidad propia, lo que sin duda se nos plantea como desafío mirando a futuro a partir de este bicentenario sigue siendo lo mismo en esencia, aunque distinto en su forma.

En efecto, por un lado, el Mercosur como proyecto de mayor integración económica, que ya lleva más de treinta años, se ha transformado en un corsé que muchas veces nos impide desarrollar nuestro camino propio hacia una mayor prosperidad económica.

Por otro lado, el cada vez mayor peso relativo de nuestros vecinos en materia demográfica nos plantea un problema estructural realmente grave para las próximas décadas.

No hay verdadera independencia sin una política exterior soberana. Eso lo sabían nuestros patriotas en 1825 y lo sabemos también nosotros hoy. El Mercosur no puede ser una herramienta al servicio ora de Brasilia ora de Buenos Aires para cerrar nuestras economías y favorecer intereses sectoriales económicos de ambos países. Antes de 1825, ya Artigas había abierto la Patria Vieja al mundo con los tratados comerciales con los anglosajones.

Amigos poderosos y lejanos de nuestro Uruguay son necesarios para preservar nuestra independencia en tiempos internacionales turbulentos como los actuales.

No hay verdadera independencia tampoco si nuestra población se estanca y nuestros vecinos mantienen crecimientos demográficos tales que hacen que nuestra principal ciudad que es Montevideo ya ni siquiera ocupe un lugar destacado en la región luego de Buenos Aires, sino que se asemeja a capitales provinciales argentinas o estaduales del sur brasileño. Soberanía y desarrollo precisan el dominio del territorio, o como decía Alberdi en la Argentina del siglo XIX, gobernar es poblar. No por un afán estadístico, sino para asentar nuestra personalidad como nación en un marco de globalización cultural. Precisamos como siempre mirar al mundo pero a la vez tener nuestra escala propia, de manera de conservar un sentido nacional y oriental que nos asegure que aquellos esfuerzos independentistas de hace dos siglos se mantengan por dos siglos más.

Y aquí está también el papel del Uruguay en el mundo. Como en 1825, cuando esta región del Plata era sin duda una de las más prósperas y avanzadas del planeta, precisamos que nuestra identidad vuelva a ocupar un lugar relevante en nuestra área de influencia civilizatoria natural que es Occidente y en particular la cultura hispanoparlante. Ciertamente, nos destacamos hoy como la mejor democracia del continente; y somos internacionalmente valorados por nuestra seriedad institucional. Pero para mantener vigente aquella independencia precisamos volver a ser el faro de libertad y desarrollo que fuimos hace un siglo, y por tanto precisamos enfrentar con decisión las reformas que todos sabemos hace lustros que tenemos pendientes.

¿Acaso si revivieran aquellos patriotas de 1825 estarían orgullosos de nuestra identidad nacional? Sólo nuestros esfuerzos para seguir mejorando como país nos darán la certeza de una respuesta positiva.

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