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Periodismo, pobreza y manipulación

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Esta semana se festejó el “Día del Periodista”, y hubo regalos, tortas y festejos. Pero por estos días tenemos elementos que dejan en evidencia que estamos en un momento crítico para esta profesión, clave para el entramado institucional de una democracia saludable. Y que requiere de dos cosas básicas para cumplir con su rol en el esquema de pesos y contrapesos de una República: autonomía financiera, y mano de obra de calidad.

El primer episodio clarísimo de este problema es la guerra declarada por el grupo terrorista Hamás contra Israel. Aquí los hechos no dejan lugar a polémica: un grupo integrista islámico, que gobierna de hecho una región de lo que algún día será un estado Palestino, atacó de manera unilateral a un país vecino, asesinado de las maneras más crueles e inhumanas a más de 1500 personas, en su mayoría civiles, mujeres, niños, abuelos. Están los videos, las fotos, los testimonios.

Luego vino la ineludible respuesta israelí, que pudo y puede cometer excesos, sin duda. Pero que en ningún caso aplica torturas a niños o fusilamientos de jóvenes desarmados.

Sin embargo, hemos visto en los medios de comunicación de todo el mundo, pero en particular de Uruguay, comentarios que exudan una liviandad, ignorancia y relativismo moral que nos deberían dar vergüenza a todos. Algunos provienen de agencias internacionales de noticias, es verdad, que también padecen el problema que venimos a denunciar. Pero los periodistas locales no se pueden hacer los distraídos, ya que por ignorancia, fanatismo político, o esa penosa desesperación por ostentar una ecuanimidad falluta, han cometido los mismos pecados.

El caso más emblemático, es el del bombardeo de un hospital en Gaza, donde todos repitieron como loros lo que decía un jerarca de una organización terrorista, sin evidencia alguna, y luego teniendo que retractarse. Y ni siquiera todos lo hicieron.

Antes de profundizar en por qué pasa esto, vamos al segundo caso. Hablamos de la permanente usina de filtraciones en que se ha convertido la Fiscalía de Corte en Uruguay. Que no es una usina aséptica siquiera, sino que todas esas filtraciones tienen intencionalidad política, manipulación insidiosa, y que siempre terminan en manos de una única persona que las distribuye generosamente a los diferentes medios locales. Una persona que fue contratada en forma directa por el exfiscal Jorge Díaz, con quien sigue trabajando en un estudio jurídico de renombre, a la vez que hace trabajos de lobby para empresas diversas, y de discutible reputación. Todo ante la inoperancia o complicidad del fiscal subrogante, Juan Gómez, quien no hace nada para frenar este ataque a la credibilidad del sistema penal del país.

En ambos casos, la raíz de este problema se encuentra en la debilidad financiera de las empresas periodísticas y en la mayoría de los casos el nivel pobrísimo de los profesionales que practican el periodismo hoy en Uruguay. ¿Cómo se explica la ignorancia básica en temas históricos y conceptuales que se ha visto en las coberturas y análisis de lo que pasa en Medio Oriente? ¿Cómo se entiende la falta de mirada crítica y contexto de quienes reciben datos filtrados por un operador interesado, y los publican sin un mínimo filtro?

Esto ocurre por dos razones. Por un lado, porque los medios están sumergidos en una carrera loca para ganar vintenes en base a lectorías golondrina, que tienen una demanda insaciable por escándalos y frivolidades a velocidad de vértigo. Por otro, porque por esa debilidad misma de la industria, el prospecto de una carrera en el periodismo ha perdido atractivo, y hoy acerca más que a gente preocupada en entender lo que pasa, y llegar a la verdad oculta, a activistas con agenda propia, o a mediocres que no tienen otra salida.

Esta cruda realidad tiene asiento en aspectos que van más allá de lo que pasa en Uruguay, es verdad, y golpea en todo el mundo. Los cambios tecnológicos, en hábitos de consumo de información, la competencia desleal de las plataformas de internet, que lucran con el contenido de las empresas periodísticas, sin pagar por ello, tienen mucho que ver en el asunto. Pero también es verdad que en otros países, las sociedades han encontrado formas de intentar mitigar estos efectos dañosos, que en Uruguay brillan por su ausencia. O que cuando se intentan, enfrentan tantos obstáculos que terminan siendo contraproducentes.

El problema es que, a largo plazo, todos los ciudadanos pagan el precio de este dilema. Como queda claro en la forma penosa en que hemos visto tratar temas tan importantes, justamente en días en los que, supuestamente, se celebra al periodismo.

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