Gustavo Petro, el presidente colombiano que -más allá de diversos escándalos de corrupción- sigue siendo reivindicado por nuestra izquierda dentro de ese grupo selecto que comparte con el chileno Boric y el brasileño Lula, ha pronunciado un discurso inquietante ante la asamblea de las Naciones Unidas.
El eje conceptual fue el esperado: una extensa exposición conspiranoica contra EE.UU., Israel y los países europeos que integran la OTAN. Los responsabiliza del cambio climático, de la persecución a migrantes y del bombardeo a poblaciones civiles.
Aboga por un ordenamiento democrático “global”, pero obviamente excluyendo la decisión soberana de esos países que sataniza.
A los que expulsan a su pueblo mediante migraciones masivas, escapando de la hambruna y la arbitrariedad, él los justifica por el consabido “bloqueo” que ejercen las naciones poderosas: “usan la migración para ganar votos de blancos viejos y viejas” (sic). Resulta hasta gracioso que Petro enumere entre las supuestas víctimas a dictaduras de izquierda como las de Cuba y Venezuela, al lado de teocracias fundamentalistas que poco tienen de izquierda y mucho de dictaduras: “La emigración es el producto del bloqueo a los países más pobres, como Irán o Irak o Cuba o Venezuela”, dice.
En otro pasaje, contrapone sus críticas a EE.UU. y Europa con un agradecimiento explícito a “los países que nos han ayudado a sembrar paz: Catar, Cuba, México, Vaticano, Noruega, Brasil y Venezuela”. La Biblia junto a los calefones.
“La emigración es el producto del empobrecimiento de los países por una deuda impagable y codiciosa, desatada por EE.UU. y la Europa de la OTAN”, señala. Es significativa la frecuencia con que repite su apelación a la codicia, un argumento que se escucha cada vez más seguido en el discurso de la izquierda global. Se ve que ya entendieron que no pueden seguir menospreciando las “libertades burguesas” como en los sesenta, seguramente porque cuando vinieron las dictaduras de derecha, ellos mismos sufrieron en carne propia la ausencia de dichas libertades. Pero el verso gramsciano va ahora por el lado de criticar la codicia como origen y centro del sistema capitalista, negando la libertad de emprender y pontificando sobre un supuesto determinismo de unos pocos megamillonarios que explotarían a infinitos trabajadores.
“Codicia o vida. Barbarie o democracia global” son las alternativas que propone Petro en su encendido discurso, y para ello no tiene empacho en citar nada menos que a Mao Tse-Tung, uno de los genocidas más sanguinarios de la historia de la humanidad: “La codicia es una condición antagónica, como dijera una vez Mao, pero no pensando en patrones y obreros sino entre la codicia y la vida misma del planeta Tierra”.
En ese talante de simpatizar con criminales, también evoca con nostalgia a otro genocida contumaz, Iósif Stalin: “El estado nación ha llegado a su decadencia y quizás final. Se inventó hace unos siglos y ya no da más, porque el mismo capital se volvió global, no estatal. El socialismo de Stalin debió de volverse global y no estatal. Pero Stalin no tenía las entendederas para ello: creyó más en la tribu y condenó en Yalta una revolución mundial”. Revelador: las limitadas “entendederas” de Stalin no lo fueron por sus purgas criminales o por el nefasto Holodomor, que condenó a muerte por hambre a cuatro millones de ucranianos, no. Fue por haberse puesto del lado de los aliados para derrotar a Hitler y no haber tenido éxito en la exportación del comunismo al resto del planeta. Una maravilla. Pero no queda ahí. En su discurso, Petro minimiza la megabanda venezolana Tren de Aragua: “Mentira que el tren de Aragua es terrorista. Solo son delincuentes comunes en forma de banda, agrandados por la estúpida idea de bloquear a Venezuela y quedarse con su petróleo pesado y ya venenoso”. Es una de las operaciones retóricas más habituales de cierta izquierda, como la que está de moda tras el asesinato de Charlie Kirk, echándole a él la culpa de su propia muerte.
Y la remata convocando la creación de un ejército multinacional para combatir a Israel y su aliado EE.UU.: “una fuerza armada para defender la vida de los palestinos. No son cascos azules. Es un ejército poderoso de los países que no aceptan el genocidio. Ya sobran las palabras. Es la hora de la espada”.
Pone a disposición para integrarlo a los gobiernos “progresistas” de América Latina.
Un desmarque de nuestro Ministerio de Defensa Nacional no estaría nada mal…