La verdadera democracia

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El final del día de hoy comenzará la veda de la publicidad electoral en medios de comunicación tradicionales, no así en los digitales como redes sociales, por lo que, a diferencia del pasado, en realidad será solo parcial. De todas formas, la idea de que los días previos a la elección deben destinarse a la reflexión serena sobre el voto que emitiremos parece estar bien encaminada. Muchas personas recién están entrando en caja de que el próximo domingo hay elecciones, enterándose de qué se vota y también, quizá, con cierto alivio descubran que el sufragio no es obligatorio. Más allá del acto electoral en sí mismo, vale la pena pensar un poco sobre el valor de la democracia, y analizarlo en un contexto más amplio y valioso de nuestra libertad como individuos, para intentar esbozar un panorama más amplio y enriquecedor.

La democracia liberal, la única que merece el nombre de democracia, es relativamente reciente en la historia universal. Ciertamente nuestra democracia es muy diferente de la que nació en Grecia hace más de dos milenios, en que el mismo concepto de libertad individual era sustancialmente distinto y en que se convivía, con la aprobación de Aristóteles y compañía, con un número elevado de personas que vivían como esclavos. Nuestra democracia, además es indirecta, a diferencia de la democracia directa de la antigüedad. Nosotros, vale decir, elegimos representantes; presidente, vice, senadores, diputados, intendentes, alcaldes y ediles, además de autoridades partidarias en las elecciones internas. Salvo en los recursos de plebiscito y referéndum, establecidos en nuestra Constitución, los actos de gobierno son delegados, lo que hace sentido en la enorme mayoría de los casos.

Por otra parte, la verdadera democracia liberal también necesariamente es limitada en su alcance, o sea, el poder de la mayoría debe estar controlado y no puede avasallar los derechos elementales de la minoría. Si la mayoría pudiera legislar eliminando los derechos individuales de las minorías, evidentemente, no viviríamos en un sistema democrático como el que solemos aceptar y defender. Por el contrario, el mayoritarismo es una enfermedad degenerativa de la democracia que hace que muchas veces gobiernos democráticamente electos vayan dejando de ser democráticos por la forma en que ejercen el poder. La diferencia entre la legitimidad de origen y la de ejercicio es vital para comprender y conservar la democracia. Para vivir en una democracia propiamente dicha no alcanza con votar cada cuatro o cinco años y que el gobierno sea elegido por los ciudadanos; es indispensable que se respeten las formas democráticas o, en otras palabras, el propio gobierno no esté por encima de la Ley, sino que debe estar sujeto a los mismos controles que cualquier otro actor.

Asimismo, el sistema de chequeos y balances del que tanto hablan los ingleses y los norteamericanos, también es central. Para que una democracia funcione bien deben hacerlo sus tres ramas, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, sin extralimitarse pero también sin quedarse cortos en el cumplimientos de sus funciones porque el poder que no se ejerce y se completa es ocupado por otra fuente, por definición ilegítima. El Ejecutivo debe intentar cumplir con sus compromisos electorales, llevando adelante la acción de gobierno desde sus órganos competentes. El Legislativo, aunque hoy muchas veces se olvida, está para velar por los derechos de las personas antes que por jugar una carrera demagógica de proclamación de derechos de cartón que son meras declaraciones que van de lo intrascendente a lo inconveniente. Y el Judicial, del que depende entre otros aspectos fundamentales nuestra libertad física, debe ejercerse con mesura e independencia o ninguna persona será realmente libre.

El respeto del fuero individual, aquellas decisiones que toma cada uno de nosotros y que solo nos afecta a cada uno de nosotros, constituye un ámbito que debe quedar por fuera de la legislación. Salvaguardar este fuero también es clave para que tengamos una verdadera democracia, cumpliéndose además el precepto de nuestra Constitución que establece que: “Ningún habitante de la República será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”.

En definitiva, la vida en democracia es la el único sistema compatible con la libertad individual y el único que hace posible la vida civilizada con cooperación social. Es importante tenerlo claro siempre y más aún en la fecha que hoy conmemoramos

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