Inocencia no: demagogia

La columna de opinión publicada ayer por Adolfo Garcé en el semanario Búsqueda pone sobre la mesa una contradicción inquietante: la distancia entre lo que el FA prometió en campaña electoral y lo que efectivamente está cumpliendo.

Se puede hablar de tres andariveles sobre los que camina la gestión de la izquierda en el poder. El primero refiere al cumplimiento real de esas promesas. Esto se da por ejemplo en retrocesos asombrosos, como la caída del proyecto Neptuno y la voluntad de reflotar Casupá, apelando a una misma fuente hídrica que en la sequía de 2023 se extinguió sin remedio.

O como la marcha atrás a positivas correcciones de la LUC de la administración Lacalle, entre ellas el retorno de la participación de los sindicatos docentes a la dirección educativa.

El segundo andarivel tiene que ver con improvisaciones sobre la marcha, que revelan un inocultable amateurismo en el manejo de la gestión pública.

Fueron medidas que no constaban en el programa, pero igual las implementaron entre gallos y mediasnoches. Algunas se tomaron anunciadas con bombos y platillos pero luego debieron desandarse con el rabo entre las piernas, como el cierre intempestivo de la Biblioteca Nacional y la omisión del lugar de nacimiento en los pasaportes.

En la tercera categoría está lo que apunta Garcé en Búsqueda: medidas contenidas en el programa frenteamplista, surgidas de las llamadas “bases”, que luego no solo no se ejecutan, sino que ellos mismos argumentan duramente en su contra.

El inefable impuesto del 1% a los ricos es sin duda el primero de la lista. El articulista cita en forma textual un párrafo de las Bases Programáticas del FA en 2019, que proponía “avanzar en la transformación del sistema tributario reduciendo impuestos al consumo y fortaleciendo la imposición a la renta, el gran capital y el patrimonio con el criterio de progresividad. Con el objetivo de avanzar en la reducción de la desigualdad, estudiar las formas para incrementar el aporte fiscal por concepto de dividendos y utilidades, así como los patrimonios y las transferencias patrimoniales de muy alto porte y los depósitos en el exterior. Las modificaciones en la política tributaria tendrán como concepto que paguen más los que tienen más riqueza y más ingresos, aliviando la carga tributaria sobre los que menos tienen”.

En aquel momento, la Coalición Republicana (CR) no hizo el suficiente énfasis en lo disparatado de la medida, tal vez porque ello hubiera ameritado una explicación técnica de profundidad contradictoria con su simplismo demagógico.

Ese rol ahora lo está cumpliendo el propio ministro Oddone, que esta semana explicitó en el programa En perspectiva los perjuicios que traería tal vendetta tributaria hacia inversores que deberían atraerse al país, en lugar de echarlos.

No es tan difícil de entender: los países compiten por la inversión extranjera, otorgándoles beneficios y exoneraciones con tal de atraerlas para promover con ello más prosperidad y fuentes de trabajo. Pero hay genios uruguayos que siguen tratándolos de piratas, y en sus cabecitas narcotizadas por ideologías obsoletas creen que expoliando a los ricos se beneficia a los pobres, como si la riqueza fuera una sola y constante, sin entender que depende de la inversión, la creatividad, los estímulos fiscales y la capacidad de emprendimiento.

En su columna, Garcé pregunta si “¿no habrá llegado la hora de que el FA discuta la manera en que enfoca la elaboración programática para no confundir a sus votantes y no frustrar a sus militantes?

La conclusión es, a nuestro juicio, algo ingenua, porque implica una cierta inocencia oficialista, al no darse cuenta de que confunde y frustra a sus adherentes, cuando la realidad es mucho más simple y se llama lisa y llanamente “demagogia”.

Son populistas pero no tontos. Saben que las consignas que emiten desde el muro de yerba son útiles para ganar votos, pero también que implementarlas llevaría al país a la ruina. Entonces jugaron, juegan y seguirán jugando a dos puntas.

Calificando de neoliberales a quienes mejoramos el grado inversor y todos y cada uno de los índices de desarrollo humano, pero cuidándose de no cambiar las reglas macroeconómicas para no ahuyentar a los malvados “malla oro” y con ello quemar todo.

“Un programa no es un corsé, sino una guía”, parece que ha dicho el presidente Yamandú Orsi. Mientras sigan ganando elecciones con base en mentiras, continuarán traicionándolo y todos contentos.

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