Hay que emplazar a Orsi

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En momentos en que una encuesta de Factum eleva al 51% el índice de opiniones favorables al Sí en el plebiscito del Pit-Cnt, se encienden las alarmas sobre las que tantas veces escribimos en estas páginas. Es un hecho que la desastrosa iniciativa puede ganar, y con ello llevar al país al naufragio, después de dos décadas de estabilidad y crecimiento.

Los acontecimientos se complejizan, porque ahora Yamandú Orsi redobla la apuesta hecha por su eventual ministro de Economía, Gabriel Oddone, en el sentido de que la crisis no sería insalvable.

Para él, no solo no será “el fin del mundo”, como restó importancia Oddone la semana pasada, sino que en plan de desacreditar las advertencias realizadas por el presidente Lacalle, ahora refuta que la aprobación de ese dislate obligue a aumentar impuestos.

Orsi admite -con la ambigüedad que lo caracteriza- que la propuesta del Pit-Cnt es “inconveniente”, pero agrega que es “demasiado temerario” decir que su aplicación llevaría a incrementar las cargas tributarias: “Quizás el abanico de herramientas que tiene (el gobierno) es lo suficientemente limitado como para no imaginarse otra cosa que aumentar impuestos”, dijo con un talante irónico que no cuadra con su manejo improvisado de todos los temas. Prometió que pase lo que pase “el país va a seguir caminando” y que “sería irresponsable” no pensar planes alternativos: “por suerte tenemos un equipo bastante sólido desde el punto de vista económico, que imagina cosas más allá del aumento de impuestos”.

Así se traduce la famosa libertad de acción que el Frente Amplio defiende en este penoso asunto: los que están en contra -la fórmula presidencial y más de un centenar de sus economistas- lo dicen tibiamente, por lo bajo, pero a voz en cuello minimizan los riesgos de que gane el Sí. Cumplen formalmente con admitir que el plebiscito es negativo, pero se suben a la ola demagógica de prometer esas jubilaciones tempranas, abultadas y socialistas, dejando exclusivamente en manos del gobierno la defensa de la racionalidad y con ella, su costo político.

Las declaraciones de Orsi, reafirmando la boutade anterior de Oddone, solo pueden explicarse por dos hipótesis alternativas: la ignorancia del problema, que le lleva a menospreciarlo con un “si gana, después vemos”, o la intención espuria de ser ambiguo para no echar a los informados pero embaucar a más diletantes.

Ya está medido que un alto porcentaje de votantes del Sí (más del 50%) cree que Mujica, Orsi y Cosse lo apoyan. Por eso salió el primero con valentía a poner los puntos sobre las íes, dejando bien en claro que de aprobarse, nos conduciría al caos. Pero la fórmula presidencial sigue nadando a dos aguas, haciendo como que no pasa nada, ya no solo para halagar a quienes ensobrarán la papeleta blanca sino también para seguir engañando indecisos desinformados con su demagogia berreta.

Le resulta muy cómodo colgar la responsabilidad económica del cuello del gobierno y salir a prometer paraísos mentirosos. Ahora mismo, lo que hay que exigir a Yamandú Orsi es que se atreva a advertir las cosas como son: que si gana ese plebiscito nefasto las únicas alternativas serán aumentar impuestos, incrementar aportes al BPS, patronales y personales, y endeudarse en condiciones gravosas para el país, sin contar con el enfrentamiento de múltiples juicios por la confiscación de ahorros de más de un millón y medio de afiliados de las AFAP.

No son inconscientes: saben muy bien lo que hacen y a lo que están exponiendo al país. Extrañamente, también arriesgan con esta actitud hacerse cargo del desastre, si ganan ellos y también el plebiscito. Pero no parece importarles: priorizan llegar al poder por sobre la estabilidad del país. Es una apuesta, además de deshonesta, peligrosa.

Llega el momento en que los cuatro candidatos de la Coalición Republicana, Álvaro Delgado, Andrés Ojeda, Pablo Mieres y Guido Manini Ríos, emplacen a Yamandú Orsi a firmar un documento conjunto de rechazo al plebiscito del Pit-Cnt, presentándose los cinco juntos en una conferencia de prensa donde se exprese fuerte y claro a lo que se expone el Uruguay si se confirma ese desastre.

Quienes tendrían a su cargo la conducción económica de un eventual gobierno frenteamplista deberían ser los primeros en empujar a su candidato a pronunciarse de ese modo: ya saben que les correspondería a ellos después pagar los platos ratos, y tampoco desconocen que su candidato no tiene ni el conocimiento ni la perspicacia para tomar dicha decisión por sí mismo.

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