Otros tres uruguayos fueron detenidos el jueves pasado en el aeropuerto madrileño de Barajas y debieron retornar compulsivamente a Montevideo entre el viernes y el sábado. Ese episodio no fue un hecho aislado, sino que se agrega a la creciente marea de deportaciones impulsada por la nueva Directiva de Retorno, aprobada por el Parlamento Europeo. Según voceros de la comunidad uruguaya en la capital española, el número de compatriotas a quienes no se admite en ese país se ha duplicado en los últimos meses, pasando de cinco casos por semana a nueve, promedialmente. Mientras se divulgaban esas expulsiones, trascendía la detención de otros tres en Valencia, dos más en Tenerife y la presencia de otros cinco uruguayos retenidos en un Campo de Internamiento.
Según informan las organizaciones dedicadas al control de migraciones, se han agravado en España los operativos policiales concentrados en la caza de inmigrantes ilegales. Entre las 16 y las 21.30 horas de un solo día del mes de junio, se contaron 8.473 detenciones en sitios estratégicos de Madrid, Barcelona y Valencia, como las entradas del subte o las plazas céntricas. Parece prudente que quienes piensen en viajar a España -turistas incluidos- tomen en cuenta los requisitos indispensables para no llevarse una desagradable sorpresa al aterrizar en ese país. Deberán tener un pasaporte que no venza en los 120 días siguientes a su arribo, pasaje de ida y vuelta con el regreso marcado dentro de los 90 días siguientes a esa llegada, un mínimo de 514 euros en el bolsillo, a los que deben agregarse 57 euros por día a partir de la décima jornada de su estadía, reservas pagas en los hoteles donde piensen residir y seguro de salud por un mínimo de 30.000 euros de cobertura.
Pero todavía más riguroso es el régimen de admisión si el viajero piensa hospedarse en una casa particular, porque en tal caso deberá exhibir una Carta de Invitación donde su eventual anfitrión ofrezca los datos completos (suyos y del invitado) junto a pruebas -incluso gráficas, en fotos o videos- de su relación con el viajero, así como el período exacto en que éste permanecerá en España y documentación probatoria de que quien lo recibe es dueño o inquilino de la casa en cuestión, todo lo cual debe tramitarse ante la Policía Nacional o la Guardia Civil, y no ya ante un escribano, como ocurría hasta hace poco. Cabe preguntarse si las agencias de viajes en el Uruguay disponen de suficiente información sobre los requisitos indicados, de manera que el viajero no termine detenido, incomunicado y maltratado, como le ha sucedido según se sabe a unos cuantos uruguayos en las terminales aéreas de aquella península.
Hace unos meses, el gobierno brasileño adoptó una posición justiciera, airosa y diplomáticamente inobjetable frente a la deportación de varios de sus ciudadanos por parte de autoridades españolas. Lo que hizo Brasil fue actuar de la misma manera frente a los viajeros españoles que llegaban a Río o San Pablo, reacción que sorprendió a España quizá porque está habituada a cerrar sus puertas ante su- damericanos recién llegados a su territorio, pero nada acostumbrada en cambio a que otras naciones les impidan el ingreso a sus viajeros. Entonces se entablaron veloces negociaciones entre ambos países para llegar a un acuerdo sobre el trato que los pasajeros debían recibir de ambas partes. Otros gobiernos sudamericanos no tuvieron tanta dignidad ni presteza como Brasil.
Las cosas cambian, porque hace más tiempo -digamos sesenta o setenta años- los españoles seguían llegando masivamente al Río de la Plata, como parte de una corriente migratoria que no cesaba desde el siglo XIX y que depositó en estas acogedoras latitudes a cientos de miles de gallegos, vascos, andaluces, catalanes y castellanos que compartieron esa suerte con un número similar de italianos (entre otros) y que integraban una enorme columna de gente desocupada o sin recursos, a menudo desnutrida y muchas veces analfabeta, en busca de una vida mejor que por cierto encontraron en este hemisferio austral. No se trataba de una emigración calificada, precisamente, pero fue bien acogida, más allá de que viniera bien para poblar estas tierras, de acuerdo con principios humanitarios. En la España de hoy, parece no existir memoria de ese pasado común, ahora que el flujo migratorio se ha invertido y les resulta un serio problema. Sería bueno que los rioplatenses lo tengan en cuenta, por si algún día la situación vuelve a girar en el otro sentido, porque entonces habrá llegado el momento de pagar a los olvidadizos de hoy con la misma moneda.