El narco y las trampas

A partir del removedor episodio de agresión contra la fiscal Mónica Ferrero, se han escuchado todo tipo de reacciones. Pero hay dos que ameritan una reflexión profunda en la sociedad, que vaya un poco más allá de la indignación algo liviana de las horas posteriores al hecho en sí.

La primera tiene que ver con el consumo y tráfico de drogas.

Hemos escuchado en las últimas horas discursos que van por el lado de que la lucha contra el narcotráfico está perdida desde antes de comenzar, y que hay que apostar por profundizar el proceso de “regulación” que se inició en el país con la marihuana. Otro comentario bastante escuchado ha sido que en el fondo seríamos víctimas inocentes del consumo abusivo de drogas que se hace en el primer mundo.

Hay que decir una cosa, de arranque, y es que es verdad que la llamada “guerra contra las drogas” ha sido un fracaso. Desde que el ser humano camina sobre la Tierra, y tal vez desde antes, los individuos han usado sustancias distintas para alterar su consciencia. El por qué, es una pregunta que abre debates interminables. El hecho en sí no es discutible, y creer que el estado tiene que funcionar como madre sustituta de la persona, y prohibirle consumir esto o aquello, mientras le habilita otras cosas iguales o más peligrosas, es inconsecuente, y destinado al fracaso.

Pero también es verdad que vivimos en el mundo que vivimos. Y Uruguay no puede embarcarse en proyectos de esta magnitud en solitario. Algún día el mundo asumirá que el dinero que se gasta en estas cosas, se debería dedicar a otras más constructivas, y que el individuo siempre será el dueño de su vida. Y eso va más allá de ser rico o pobre, del primero o del cuarto mundo.

Otro tema es que por mucho que algunos romanticen la palabra “regularizar” como un fetiche mágico, nuestro proyecto con la marihuana ha sido un desastre, que más valdría sincerar. Para los únicos que esto ha sido un éxito es para los burócratas que han conseguido cargos en este rubro, ya que no ha evitado ningún delito, y sería más lógico y saludable pasar a una liberalización completa.

Como decíamos, la situación global en esta materia es la que es, y el rol del gobierno es hacer que nuestro país sea un lugar hostil e incómodo para el tráfico de drogas, cosa que las organizaciones lleven su negocio a otros lados. Teniendo en cuenta nuestra escala, nuestra institucionalidad, y nuestra población, esto no debería ser tan difícil. Eso sí, si tenemos claras las prioridades y donde hay que poner el esfuerzo.

Lo que seguro no hay que poner es a un jerarca al frente del ministerio del Interior, que tiene ambiciones de intelectualizar el tema, y vocación de teórico, en vez de ser alguien que tenga el 100% de su esfuerzo dedicado a combatir al narcotráfico, espalda con espalda con la Policía.

El segundo tema que hemos escuchado es el renacer del viejo discurso de la izquierda de la “desprisionalización”. Palabra larga, complicada, y vacía... como le gusta a la izquierda poblar su léxico.

La realidad es que por distintos motivos de larga data, Uruguay tiene una cultura delictiva muy desproporcionada a su escala. Y su combate es central para poder aspirar a un futuro más o menos positivo para la sociedad. Eso implica que vamos a pasar por una fase con mucha gente presa, hasta que algunos sectores de nuestra sociedad, que se han acostumbrado a hacer del delito una forma de vida, entiendan que eso no es rentable.

Existe un mito muy extendido de que un porcentaje enorme de quienes hoy están presos, no deberían estarlo. La verdad es que con la situación que se vive en las cárceles hoy, los jueces no mandan a cualquiera allí. Creer que hay miles y miles de presos injustos, que podrían estar con penas alternativas, es peligrosamente ingenuo.

Lo que sí es verdad es que nuestras cárceles son una máquina de violar los derechos humanos, y un postgrado en criminalidad.

Es urgente que la sociedad toda asuma que el principal problema de la seguridad en el país está en las cárceles. Y que es urgente invertir allí dinero y neuronas, para que éstas cumplan con la función para la cual fueron creadas. Servir como castigo y disuasión al delincuente, pero también como herramienta de reeducación y reinserción positiva en la sociedad.

Mientras no hagamos eso, todo lo demás son paños fríos, que no terminarán de solucionar nuestro grave problema actual. Un problema que, de nuevo, con nuestra escala y nuestras posibilidades, es realmente un crimen que hayamos dejado llegar a este nivel de gravedad.

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