Se cumple hoy el día internacional de la mujer. El país entero verá cómo se forman manifestaciones multitudinarias en las que pequeñas minorías activas y de agenda radical buscarán ganar protagonismo y cooptar así una jornada cuyo signo debiera ser completamente diferente.
¿Cuándo fue que como sociedad perdimos el sentido común del manejo de este tipo de manifestaciones que reivindicaban causas inicialmente tan nobles? Porque es evidente que está en el ADN de nuestro país, que se precia de que aquí “naide es más que naide” y de su igualitarismo republicano, que cualquier reivindicación que procura más justicia e igualdad será siempre muy bienvenida. Y en términos de igualdad entre los hombres y las mujeres, francamente nuestra Historia no tiene nada que envidiarle a ningún país de Occidente: no solamente, por ejemplo, fuimos de los primeros en aceptar el divorcio por sola voluntad de la mujer en el mundo, o en tener a nuestras primeras egresadas mujeres con títulos universitarios, sino que además aquí las mujeres votaron antes que en Italia o en Francia, por ejemplo. Aquel Uruguay de la primera mitad del siglo XX también propendió a la igualdad de derechos civiles entre hombres y mujeres, en lo concerniente al manejo de los bienes, y mucho antes que países que fueron siempre los espejos en los que nos miramos, como por ejemplo España.
Pero infelizmente ese talante no es ya el que anima a esta fecha del 8 de marzo. Lejos de imbuirnos del espíritu gradualista y reformista que es el que en realidad mejor logra alcanzar cambios duraderos en la sociedad, esta fecha nos lleva a enfrentamientos sociales absolutamente alejados de nuestra identidad y que ocupan los mayores protagonismos. Tonterías como enfrentar a los hombres con las mujeres desde generalidades absolutas, como afirmar que “todo hombre es violador”; o sandeces como afirmar que por ser mujer siempre hay una discriminación en materia económica que la perjudica -en el país de mayores garantías para los trabajadores con nuestro Estado empleador igualitario-, se dan la mano con reivindicaciones radicales que pretenden atacar un patriarcado universal que sería como una especie de fuente permanente y sistémica de ataque a las mujeres: excesos discursivos que no convencen a nadie y que, en el mundo occidental y por suerte, están hoy perdiendo vigencia y legitimidad.
El problema es que lejos de propender a la igualdad, este discurso extremista ya ha generado enormes daños a nuestra sociedad. En efecto, muchos de los excesos de la ideología de género ya han tenido repercusiones nefastas sobre nuestra convivencia colectiva de bases liberales e individualistas: la más grave, seguramente, sea la pérdida de igualdad ante la ley en lo que refiere a las derivaciones penales de las leyes y procedimientos que tratan el asunto de la violencia de género. El hombre ha pasado a ser, por ser hombre, un enemigo a abatir; su palabra vale menos que la de la mujer en materia judicial; el a priori social, inconcebible, es que se trata de un culpable en potencia permanente.
Pero también ese discurso extremista ha pretendido tener consecuencias sobre el sistema político. Tonterías como que la representación ciudadana, para ser fidedigna, debe tener una cuotificación igualitaria entre hombres y mujeres, son propaladas desde distintas agencias internacionales, sobre todo vinculadas a la ONU, y hacen enorme daño.
Por suerte, el electorado vinculado a la Coalición Republicana ha rechazado todo avance en esta materia, al punto de infligir graves derrotas a todas aquellas dirigentes que sostuvieron estos argumentos en las internas de sus partidos.
Pero el riesgo sigue presente, y todo este discurso enteramente sesgado que pretende ser más democrático que el verdaderamente ciudadano, que como señala nuestra Constitución respeta las diferencias de sus ciudadanos que son “iguales ante la ley, no reconociéndose otra distinción entre ellas sino la de los talentos o las virtudes”, agobia a nuestra democracia.
Hay que bregar por más igualdad y respeto entre hombres y mujeres siempre. Pero no se debe ceder a las prioridades de agenda de organizaciones internacionales que en nada representan el sentir de nuestra ciudadanía que se expresa votando libremente y que así define a sus representantes y los temas que le interesan y preocupan. Para asegurar libertad e igualdad, lo que hombres y mujeres precisan es una institucionalidad liberal más fuerte y extendida. Más democracia y menos ideología de género.