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La ciencia y la política

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La semana pasada el presidente Luis Lacalle Pou visitó la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y el Instituto Pasteur. En ambas visitas dialogó con los científicos que trabajan para diseñar insumos y técnicas que ayuden a combatir el coronavirus.

El objetivo de la visita fue claro, tal como lo explicó el propio presidente: “Vinimos a conocer y a agradecer lo que están haciendo decenas de investigadores”. Ese mismo día se presentaban los kits de diagnóstico del coronavirus desarrollados por el Instituto Pasteur, por científicos uruguayos y como consecuencia de un llamado hecho por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). El presidente dijo que era importante para el gobierno estar atento al trabajo de los científicos a la hora de tomar decisiones: “desde que las decisiones se empezaron a complejizar requerimos de un equipo científico muy importante”.

Trasmitir en persona ese mensaje de reconocimiento y agradecimiento en los lugares donde investigadores de fuste están haciendo su trabajo, tuvo especial relevancia. El presidente pudo haber agradecido a los científicos al hablar en una conferencia de prensa. Sin embargo, optó por un gesto que hiciera más contundente ese agradecimiento: ir él mismo a los laboratorios. Agradecerles en persona y no como un frío cumplido.

Ese gesto además permitió darle al país un siguiente mensaje, más sutil quizás, pero de inmensa importancia: resaltar el vínculo que en esta coyuntura tiene la política y la ciencia.

La responsabilidad que corresponde al presidente como jefe del gobierno, de tomar decisiones cruciales en medio de esta estremecedora pandemia, lo obliga a respaldarse en lo que los científicos dicen y aportan.

Eso sería más fácil si se tratara de una pandemia bien conocida, debidamente investigada y donde se conocen todas las etapas de su evolución. Pero no es el caso.

Es fácil, y es una costumbre generalizada, subestimar y hasta despreciar a los políticos, pero es en situaciones complicadas cuando se ve cuánto importan.

Recién ahora se conoce algo sobre ella, aunque no lo suficiente. Gobiernos y hasta organizaciones especializadas han dado recomendaciones que no siempre resultaron las mejores y sobre las que hubo que retroceder. En Uruguay, por ahora, el desarrollo de la epidemia ha sido sostenido pero a la vez pausado, lo que podría darnos cierta tranquilidad pero también una visión menos dramática de lo que en realidad es el fenómeno. Cuando se escuchan o ven testimonios de lo sucedido en Italia, España o Nueva York, esta enfermedad se mira de otra manera, ciertamente más cruda.

Pero aun en la incertidumbre es preferible recostarse en los científicos, pese a sus dudas y hasta contradicciones. La alternativa sería recostarse en charlatanes y de eso nunca se sale bien parado.

Ese fue una parte del mensaje emitido por el presidente con su visita. La otra parte, y relacionada, es que si bien un presidente debe apoyarse en el asesoramiento científico, quien gobierna es él. Y la imagen que trasmitió la visita también apuntó a eso. El político recurriendo a la ciencia para ayudarlo en las decisiones que toma el político.

Es ante una encrucijada compleja que se percibe la necesidad e importancia que tiene la buena política a la hora de señalar un rumbo. Es fácil, y es una costumbre generalizada, subestimar y hasta despreciar a los políticos, pero es en situaciones complicadas cuando se ve cuánto importan.

Importan todos los días pero solo se los valora en el momento en que enfrentan disyuntivas extremas.

Desde el principio el presidente habló de los tres aspectos necesarios para abordar la emergencia sanitaria. El primero es la propia cuestión sanitaria, para lo cual debe atender lo que dicen los médicos y científicos. El otro es el drama social, para lo cual recurre al consejo de los que saben de ese tema. El tercero es el económico que también requiere el consejo de expertos. Pero el único que tiene la visión global, de conjunto sobre la realidad es el político, en este caso el presidente. Es quien coordina, quien equilibra los diferentes intereses en juego, siempre legítimos pero a veces encontrados. Y cuando se trata de un político genuino, formado en la tradición de valorar el Estado de Derecho, lidera desde la tolerancia y el respeto y hace aplicar normas y pautas sin recurrir al autoritarismo.

Al concurrir a estas dos instituciones científicas, el presidente pudo emitir ese mensaje con claridad: la necesidad de apoyarse en la ciencia para salir de este entuerto y la necesidad de confiar en el político que ejerce un equilibrado liderazgo para enfrentar situaciones complejas que requieren soluciones viables.

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