Ya sea que se festeje la Navidad o ya sea se reúna a la familia sin tener en cuenta por ello la significación religiosa que en tantas partes predomina, lo cierto es que estos son días en los que la vida y la familia están en el centro de la atención.
La estructura familiar ha cambiado mucho en el último medio siglo de historia del país. Por un lado, son más los divorcios que se consuman en un año que los casamientos que efectivamente se anotan en el Registro Civil, en un proceso silencioso y discreto que ya lleva muchas décadas: en 1975 había alrededor de 25.000 matrimonios por año, y hoy son menos de 9.000 por año.
Por otro lado, los casamientos ocurren a edades cada vez más avanzadas: en 1975 las mujeres se casaban con 25 años y los hombres con 29 años en promedio, y hoy casi con 30 años las mujeres y con más de 33 años de edad los hombres. Además, ocurre algo que antes era impensable y que moldea los primeros años de convivencia: la inmensa mayoría de los jóvenes que deciden estar en pareja lo hacen en concubinato y recién luego, en todo caso, se casan. Lo que podría llamarse “uniones libres” ya representaban de esta manera más del 40% del total de las parejas según el censo de 2011.
Así las cosas, una de las consecuencias más importantes de todos estos procesos sociales es la baja sustancial en la cantidad de nacimientos. Si bien es un movimiento demográfico de largo plazo y que no ocurre solamente en Uruguay, lo cierto es que se ha agravado fuertemente desde al menos 2015: en ese año, en el país nacieron cerca de 49.000 niños; pero en 2021, la cifra no llegó ni siquiera a los 35.000.
Esa baja sustancial tiene al menos dos consecuencias muy importantes. En primer lugar, por primera vez ocurrió en 2021 que la cantidad de fallecidos (más de 41.000) superó al número de nacimientos. Si bien fue un año seguramente particular por las consecuencias de la pandemia, lo cierto es que es muy probable que algo así se repita en 2022, ya que la baja de nacimientos llegó para quedarse. De esta forma, Uruguay pasó a integrar la triste lista de países que, como Rusia o Japón, por ejemplo, pierden población a medida que pasa el tiempo ya que no logran asegurar su renovación generacional.
En segundo lugar, es claro que esta baja de nacimientos no ocurre con la misma proporción según las diferentes clases sociales. Como sociedad seguimos cargando en las clases populares el peso del mayor aporte de renovación generacional, a la vez que agudizamos fuertemente la baja de la tasa de fecundidad de las mujeres de mayor nivel socioeconómico que, por diversos motivos, han decidido postergar y hasta dejar de lado cada vez más los proyectos de vida que incluyen ser madres.
Todos estos datos son bien conocidos por los especialistas de estos temas y por algunos actores políticos que han dado ya la señal de alerta acerca de nuestra proyectada evolución demográfica. En efecto, lejos de crecer, nuestra población está llamada a decrecer en el largo plazo si nos atenemos solamente al aporte de nacimientos del país: jamás llegaremos, con estos datos, a alcanzar, por ejemplo, la cifra de 4 millones de habitantes.
Se abre así todo un debate acerca de los incentivos que se pueden dar para procurar políticas de natalidad que den resultados. La clave está en que las personas en edad de formar familia y tener hijos tengan la posibilidad de tener la cantidad de hijos que efectivamente deseen. Por un lado, por motivos económicos y sociales, muchas veces hay familias que hubieran querido tener más hijos pero que terminaron no buscándolos por temor a una pérdida importante de cierto nivel de vida ya alcanzado. Y, por otro lado, hay familias que terminan teniendo más cantidad de hijos que los deseados, y eso también termina repercutiendo en la calidad de vida familiar y en las posibilidades de desarrollo de los niños de esas nuevas generaciones.
El otro debate que también se da refiere a la inmigración extranjera que llega a instalarse en el país y que de esa forma asegura una renovación generacional que falta por el aporte del crecimiento natural que ya no existe. Por supuesto que es un debate que está dándose con fuerza en los países envejecidos de Europa, y no tanto aquí. Pero es evidente en este sentido que Uruguay ha retomado con una corriente inmigratoria relevante, de origen continental más que el tradicional europeo histórico, y que también está cambiando la composición y diversidad de su población.
Es el festejo de la familia y la Navidad. Seamos conscientes de todos estos cambios que estamos viviendo.