Uno de los cambios más importantes que tenemos que afrontar como país en la escena internacional es el de la estructura de la demografía mundial, en un contexto en el que la evolución uruguaya es de estancamiento e incluso de pérdida de población propia.
Según las estadísticas demográficas de las Naciones Unidas, en cifras redondas se prevé que la población mundial aumente en 2.000 millones de personas durante los próximos 30 años, pasando de los 7.800 millones actuales a unos 8.500 millones en 2040, cerca de 9.700 millones entre 2050 y 2075, y se podría llegar a una cifra de 11.200 millones de personas en torno al año 2100. A lo largo de este siglo pues, con 2.000 millones de personas más en el espacio de 40 años, el mundo se verá confrontado a las consecuencias de una de las mayores explosiones demográficas de la historia de la humanidad.
El tema es que no todas las regiones del mundo se verán afectadas de la misma manera. Más de la mitad del crecimiento de la población mundial para 2050 (es decir, unos 1.000 millones de habitantes adicionales) tendrá lugar en África, en particular en la región subsahariana, que se espera que duplique su población para ese entonces. Es que la tasa de fecundidad en esa región es realmente enorme: mientras que teóricamente se precisa una tasa de 2,1 hijos por mujer para reponer la población de un país, los guarismos de inicios de la década de 2010 fueron muy superiores en Níger (7,4), en Somalia (6,6), en República Democrática del Congo (6,4), en Angola y en Burundi (6 cada uno), y en la importante Nigeria (5,7).
El caso opuesto es el de Europa, con una tasa de fecundidad en promedio de 1,3 por mujer. En este contexto, España e Italia, por ejemplo, países tan cercanos a nosotros culturalmente, tienen crecimientos demográficos negativos. Y al no contar con suficientes jóvenes para el futuro, a muchos países europeos les será imposible hacer frente a la carga económica del envejecimiento de sus poblaciones: en este sentido, se espera que países demográficamente y territorialmente tan importantes como Rusia, por ejemplo, pierdan un tercio de su población actual para 2050; y países como Alemania, Ucrania, Hungría, Rumania, Croacia, Bielorrusia, Letonia, Serbia y Bulgaria ya ingresaron en la categoría de países de “declive demográfico absoluto”, es decir países con pérdidas de población anuales por falta de nacimientos.
En definitiva, detrás del aumento de la población mundial hay un cambio importante en la estructura demográfica: un mayor peso relativo de África; una disminución de Europa; y para el caso de nuestro continente, un dinamismo que lo hará permanecer con un peso relativo similar al actual a lo largo de las futuras décadas.
La clave está en que ese gran aumento poblacional en zonas económicamente pobres del planeta llevará inevitablemente a grandes movimientos de migraciones internacionales. En 2018, Naciones Unidas estimó que había unos 260 millones de migrantes internacionales en todo el mundo, lo que representaba el 3,5 % de la población mundial, con un aumento de más del 40 % desde el comienzo del siglo XXI. Los mayores contingentes de inmigrantes refieren principalmente a inmigrantes económicos que alimentan los flujos del “sur a norte” (casi 120 millones de personas), es decir individuos que parten a los países del hemisferio norte para buscar mejores horizontes de vida. Pero hay también otros flujos que son “sur a sur”, que no se ven tan publicitados, y que son cuantitativamente comparables a aquellos (unas 110 millones de personas).
En este contexto se pueden sacar dos conclusiones estructurales para la inserción internacional del Uruguay. En primer lugar, el crecimiento de la población hará que nuestros productos exportables tradicionales tengan potencialmente un mercado amplísimo para captar: en efecto, sabido es que la primera necesidad a cubrir es el alimento, y que por mucho que aumente nuestra producción exportable nunca podrá cubrir todo el crecimiento demográfico previsto a nivel mundial.
En segundo lugar, nuestra evolución demográfica nacional no se prevé muy distinta a la que de los principales países occidentales que son nuestra referencia histórica, cultural y civilizatoria. Seguiremos formando parte de Occidente, y seguramente sus desafíos en este tema converjan en los que nosotros también tendremos: envejecimiento poblacional, corrientes migratorias a ser asimiladas por culturas nacionales ya establecidas, y sostenimiento de las redes de servicios sociales provistos por el Estado en un marco de tensión en la relación activos- pasivos de la población del país.