Recordando a Walter R. Santoro

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@|Walter Ruben Santoro Baratcabal nació en la ciudad de Santa Lucía –donde vivió toda su vida– un 29 de abril de 1922. Su padre, Esteban Santoro, hijo de napolitanos, y su madre, Mariana Baratcabal, descendiente de vascos franceses, formaron un hogar de varios hijos: 6 mujeres y 2 varones. Hijos de labriegos, se criaron en un ambiente rural “con rigor de soles y de heladas”.

Pero esos padres tuvieron una visión clara de la dinámica social y sacrificaron ocios para que sus hijos se esforzaran aplicándose en el trabajo y en el estudio. Dos maestras, una química, una médica y un abogado surgieron de ese impulso familiar innovador.

Walter R. Santoro cursó sus años escolares en Santa Lucía, fue al liceo de Canelones, luego a los “Preparatorios” del IAVA y se doctoró en Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad de la República, en 1953. De niño había estudiado violín y de adolescente practicado deportes: ciclismo y fútbol. Contrajo enlace con Nilda Solari –recordada maestra–, de cuya unión nacieron 2 hijos, Mariano y Esteban, y varios nietos. Hoy, quienes lo conocieron, lo recuerdan con entrañable cariño.

Tempranamente encauzó sus entusiasmos por Herrera y el Partido Nacional. En 1947, siendo bachiller, publicó en la prensa varios artículos sobre “La obra social del nacionalismo”. Fue miembro de la Junta Electoral, Inspector municipal, Asesor jurídico de AFE, Edil Dptal., Convencional y Presidente de la Convención; miembro del Honorable Directorio y Presidente del mismo; Diputado y Senador en varios períodos; Ministro de Estado y por breve lapso, Pte. de la República. En su madurez acompañó también a Wilson Ferreira Aldunate y Luis A. Lacalle Herrera.

Su obra como parlamentario abarcó el doble aspecto de escrutar y controlar la administración pública y a la vez de legislar, creando Derecho. Enjundiosas intervenciones y proyectos –hoy leyes– dan cuenta de ello. Paralelamente, cumplió con eficacia la obra social de conectar a la gente con carencias y sin orientación ni auxilio, con los servicios del Estado, a menudo inaccesibles. En esa ininterrumpida trayectoria de labor política, irradió enseñanzas –muchas, inolvidables–, e influyó sobre sus contemporáneos, educando con el ejemplo.

Definiendo su silueta de hombre público, podría decirse que, además de su innegable capacidad de estadista y su finísimo olfato para captar el fenómeno político antes de que se manifestara, sobresalen 3 rasgos esenciales de su personalidad: la porfiada firmeza de su carácter; su apego increíble a principios y valores superiores; y una escrupulosa opción –nunca vociferada ni demagógicamente esgrimida– hacia la honestidad y la honradez.

Al evocar el centenario de su nacimiento, el Consejo Editor de la colección Los Blancos, lo integra al cuadro histórico de las figuras insignes del Partido Nacional.

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