Ing. Qco. Gualberto Mato | Montevideo
@|Los abrazos en expresión de júbilo de los senadores y en las barras luego de aprobada la ley de eutanasia me produjeron una gran desazón. Fue un acto de obscenidad. Y lo digo de corazón.
No pretendo analizar el tema de la eutanasia, ni discutir si las bondades o no de la ley, ni juzgar a quienes votaron a favor o en contra. Voy a algo más profundo y alarmante: la algarabía y el festejo de los presentes. Resulta difícil entender que un legislador luego de tomar una decisión tan dramática, dificilísima por los valores en juego, que requiere una alta carga valorativa, ética y moral, lo festeje junto a sus colegas. Desde la sensibilidad más humana y más íntima, desde el amor al prójimo que todos profesamos: ¿cómo se puede festejar luego de tamaña decisión?
Acababan de autorizar nada menos que la continuidad o no de la vida de un ser humano, el más sagrado valor que existe en este mundo, bajo condiciones legales que podrán ser muy justificadas, pero acababan de decidir nada menos que sobre la vida o la muerte de una persona. Y que lo festejen, asusta. ¿Qué festejaban?
Se podrá defender o justificar la eutanasia, pero jamás festejar su aprobación. Eso no se festeja. Lo lógico hubiera sido que los legisladores, los que votaron a favor y los que lo hicieron en contra, se retiraran en silencio, en señal de recogimiento y reflexión y no a los abrazos como quien grita un gol de Uruguay. Y a la salida del recinto evitar altisonantes declaraciones a la prensa cual si fuera la salida de un recital de rock. Todo sonaba falso, a plástico. Sonrisa de Pierrot
Lo que se debe festejar es la Vida. Es ahí donde hay que festejar, no la muerte; festejar el advenimiento de la vida y de la esperanza, no al revés. Hace un tiempo se votó una ley que autoriza a matar antes de nacer, y se festejó; hoy se vota una ley que autoriza a matar antes de morir, y también se festeja. ¿En que nos convertimos? ¡Qué poco vale la vida! Mejor dicho: ¿tan poco vale la vida? ¿La frivolidad ganó?