Dra. Cecilia Barrandeguy | Montevideo
@|Cuando el sistema de salud atropella y la clínica deja de ser soberana.
Como médico, formado entre las décadas de los 80-90, en las que hemos priorizado el rapport y la empatía con el paciente como formas de obtener la mejor información, y en las que aprendimos que en la tapa del libro está escrito el dogma que reza: “La clínica es soberana”, hoy me avergüenzo del sistema de salud y espero tristemente mi retiro.
Hace poco, una de mis pacientes, madre a cargo de una hija con síndrome de Down, estuvo varios días internada por un cuadro que no requería hospitalización. La vieron médicos de una Unidad de Emergencia Móvil, de la Sala de Urgencias y los médicos de sala, cuando sólo hubiera alcanzado un buen interrogatorio, razonamiento clínico, un poco de interés y compromiso, y aplicación de protocolos. A lo sumo podría haber mediado una interconsulta con especialista.
Pero en vez de eso, recurrieron directamente a estudios complejos y onerosos, sin aplicación de pauta alguna, separándola de su hija que no se vale por sus medios durante más de una semana, exponiéndola a tratamientos que no estaban indicados, y a todo el peso extra de diagnósticos equivocados.
En total estimé $U 95.000 de estudios sofisticados y hotelería, a lo que falta agregarle la analítica de sangre y la medicación. De más está decir que todos los exámenes fueron normales.
Esto no es un caso aislado. Es cada vez más común. Es reflejo de un sistema que se degrada año tras año, gobierno tras gobierno, desde hace al menos 30 años, de los que soy testigo.
La medicina primaria, que debería ser la base del cuidado y la prevención, cada vez tiene menos presencia. En su lugar, se prioriza la medicina terciaria, altamente especializada, costosa y despersonalizada.
Como si la eficiencia se midiera en tecnología aplicada, en vez de indicadores de salud.
Un sistema que se vanagloria de palabras bonitas como “derechos”, “salud”, “dignidad”, “bienestar”, pero olvida la escucha, la empatía, el compromiso, el cuidado, la diligencia y la excelencia.
La “clínica” dejó de ser “soberana”. Y uno se pregunta: ¿quién es el “soberano” ahora? ¿Quién se beneficia del sistema actual? ¿Los pacientes, que esperan un mes o más a su médico tratante, quien tiene a lo sumo quince minutos para brindarle?; ¿que esperan tres meses o más a un especialista?; ¿que quedan en lista de espera para asignarles fecha?; ¿que si tienen alguna enfermedad banal intercurrente, esperan hasta cinco horas en el Triage de Emergencia?; ¿que si presentan un cuadro potencialmente grave, y tuvieron la suerte de llegar en ambulancia, esperan hasta diez horas en ella bajo la observación impotente del médico del móvil hasta que se libere algún “box” o alguna silla donde ser asistidos en la Emergencia, si es que no son asignados a un centro del interior del país?
Por supuesto, no son los pacientes los que se benefician. No.
Mientras se pierde sensatez, humanidad, razonamiento, eficiencia y salud, y mientras se deriva la medicina hacia un cuello de botella tecnológico, los médicos que aún creemos en la máxima “la clínica es soberana”, observamos impotentes, indignados y resignados cómo la medicina deviene de un acto de ciencia y humanidad, a un ejercicio de IA absolutamente prescindible.