@|La semana pasada, El PAÍS comentó mi último libro, con conceptos personales de encomio que agradezco sinceramente. Al mismo tiempo, fue particularmente crítico con su contenido.
A ese respecto, es importante precisar que, como dice su subtítulo, se trata de “La impronta del Estado batllista en la identidad nacional”. No es una historia política del Partido Colorado ni mucho menos de sus liderazgos personales o sobre la omnipresente competencia por la conducción nacional. Es un rastreo sobre las ideas que contribuyeron a forjar este llevado y traído “Estado Batllista”, objeto de tantos cuestionamientos, por liberal burgués desde un costado y por estatista desde el otro, sobreviviente sin embargo a revoluciones marxistas e intentos reduccionistas de liberalismos dogmáticos. En todo caso él se instaló sobre la matriz liberal del partido de Rivera y Garibaldi.
Nos ubicamos en el terreno de las ideas y es, justamente, como se dice, “un relato identitario”, más que nunca necesario cuando hoy transitamos dentro de una coalición de gobierno multipartidaria, en que la preservación de la diversidad es condición esencial de su sobrevivencia.
No procuramos juzgar aciertos o desaciertos de cada partido, sino explicar la construcción de esas ideas desde la mirada colorada y batllista, vinculada al gobierno en dos tercios de los dos siglos de vida independiente de nuestro país. Tampoco se pretende el exclusivismo de su construcción democrática, pero sí el contraste a un reiterativo relato que atribuye al Partido Nacional todo el mérito de las garantías electorales frente a un coloradismo absolutista y arbitrario, cuando los hechos nos dicen que luego de cada confrontación victoriosa, lejos de abusar de ese predominio, se procuraron magnánimos entendimientos.
Hay ideas muy caras a Batlle y Ordóñez que, sin embargo, no se llegaron a incorporar a la matriz nacional, como el ejecutivo colegiado, que marcó acuerdos, desacuerdos, cinco reformas constitucionales y dos golpes de Estado, en un lapso que -desde 1913 hasta 1967- produjo incluso serios enfrentamientos internos adentro de las dos colectividades.
Así como esa idea parece quedar librada ya solamente a la historia, la gran parte de las que configuraron el “Estado Batllista”, son simplemente el Estado uruguayo tal cual es hoy. Lejos de llevarnos a un pensamiento cerrado, configuran la sustancia de un debate siempre abierto, que debemos librar a la distancia de ese murmullo de denuestos y descalificaciones que difunden las redes y arrastran a las instituciones.
La idea de laicidad hoy la compartimos, pero desde sensibilidades claramente distintas, que se proyectan hacia los temas de género y bioética. Estamos coincidiendo en una actitud reformista de las empresas públicas, aunque con profundas diferencias hasta no hace mucho tiempo. Más que nunca nos desafía la necesidad de una educación moderna, que preserve a las nuevas generaciones del desempleo, la marginación social o el desencanto democrático. Nos gratificamos hoy de coincidir en una política exterior multilateralista, pero es notorio que durante varias décadas, en tiempos cruciales para la humanidad, el Batllismo coincidió con el nacionalismo independiente y no con el herrerismo.
Es saludable para la vida cívica que esas concordancias actuales se muestren como la resultancia de un periplo de debates y enfrentamientos que aun preservan matices, sin los cuales no hay República.
Dejo para otro lugar y otro momento el debate sobre los tiranos paraguayos, que desde el Mariscal Solano López al General Alfredo Stroessner, nos distanciaron a blancos y colorados.
En tiempos como los que corren, más que nunca las ideas son nuestros anteojos para observar la realidad. Sin esas balizas que definen el camino, incluso en sus imprescindibles zigzagueos, es fácil desbarrancarse cuando se vive un cambio civilizatorio. Basta mirar el conjunto de nuestra América Latina, con partidos históricos claudicando, populismos rampantes y economías inestables para afincarnos más que nunca en el servicio constante a los valores de la libertad política, la justicia social, el Estado de Derecho, la laicidad republicana y el espíritu progresista que ha inspirado siempre nuestra sociedad.
Les saludo con la mayor consideración y estima, reiterando nuestro reconocimiento al tono elevado de mostrar nuestros disensos.