Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|En mi última carta toqué el tema del título, referido a la inversión que necesita Uruguay para mantener una tasa de crecimiento razonable. Expresé en ella, cómo el sector empresarial uruguayo es acosado por un conjunto abigarrado de imposiciones que provienen del Estado (tributos), combativos reclamos que provienen de lobbies (como el PIT-CNT), imposiciones legales que coartan la libertad de las partes contratantes (un derecho laboral trasnochado), transferencias explícitas (políticas sociales) e implícitas (atraso cambiario) y una politiquería que desvía fondos fiscales (Intendencias) hacia los “sectores vulnerables” a cambio de votos o hacia el fomento cultural (carnaval) a cambio de propaganda político – ideológica. Siendo así para que las empresas inviertan, se hace necesario exonerar impuestos a los que cuentan con millones de dólares para invertir (proyectos COMAP) y si las inversiones son extrajeras y cuentan con cientos o miles de millones de dólares, entonces se les delimita una parte de nuestro mapa político (les llamamos Zonas Francas) y se les hace un país aparte a medida de sus reclamos. Estos son los favores al capital extranjero.
Desde las páginas de “El País”, Marcos Algorta me recuerda que en función del artículo 1º de la Ley 20.191 algunos contratos laborales que emplearon a técnicos extranjeros otorgaban a la parte trabajadora la libertad de ampararse o no a una exoneración de aportes a la seguridad social (renunciando también a sus beneficios). Sabido es que en Uruguay el sistema de aportación de las Contribuciones Especiales de la Seguridad Social es mixto. Una parte va para el BPS y la otra al ahorro individual. A los asalariados orientales, se les retiene parte de sus haberes con fines jubilatorios, pero no toda esa carga que soportan está destinada a financiar su propia edad pasiva (AFAPS) sino que una parte (BPS) está destinada a servir las actuales pasividades. Este último concepto llena parcialmente la bancarrota intergeneracional que dejaron las malas administraciones de hace muchas décadas cuando el poder político engulló el enorme capital acumulado por generaciones de trabajadores (mitad del siglo pasado) que recién comenzaban a jubilarse. Ese peso pasa a ser soportado por el impuesto a ser oriental.
La mencionada ley exonera a los técnicos extranjeros. Desde luego que este nuevo beneficio a los factores productivos extranjeros (acá no ya destinado al capital sino al trabajo) tiene sus fundamentos, que en este caso consiste en la falta de técnicos del sector. Cabría preguntarse si esta carencia no se debe a la constante emigración de nuestros jóvenes mejor preparados acuciados por el impuesto a ser oriental.
Basado en la debilidad demográfica de nuestro país, el columnista exhorta a ampliar esta política de incentivos, profundizarla y generalizarla. El modelo de crecimiento que se va delineando parece basarse tanto en capital como en trabajo en recursos que serán extranjeros y exonerados. Y como el gasto del Estado seguirá creciendo, el peso lo solventará el incesante crecimiento de lo que hemos dado en llamar “el impuesto a ser oriental”. Se trata de un modelo improvisado, absurdo, confeccionado a base de parches y que colapsa en la primera proyección macro que realicemos.
La línea de soluciones genuinas no va por allí. El Estado debe disminuir la presión fiscal. El gasto público debe bajar. Aunque esto signifique bajar sueldos y jubilaciones, hay que llegar al superávit fiscal, comenzar a amortizar la deuda y bajar esa enorme factura de intereses que constituyen el 78% del déficit. Todas las actividades en donde el Estado ha quitado su implacable peso se han desarrollado, pero ese alivio debe ser parejo para todos. Se trata de que el propio mercado, libre de exageradas imposiciones, genere condiciones favorables tanto para uruguayos como para extranjeros.
No estamos proponiendo proteger lo nacional sino de no someterlo a un proteccionismo al revés, en donde el extranjero está en mejores condiciones que el ser oriental. De lo que se trata es que el Uruguay vuelva a ser la tierra de promisión que fue. Que los uruguayos no se suiciden. Que los jóvenes mejor preparados y de futuro más prometedor no emigren. Que las familias se animen a tener varios hijos, porque su educación y futuro dejaron de ser un imposible. Y desde luego que también vengan a Uruguay empresas y trabajadores extranjeros, pero en un pie de igualdad con los orientales que hemos unido ineludiblemente nuestro destino con este suelo.