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Caballo desterrado

Néstor Lioret | Montevideo
@|Un señor, al que la historia no nombra, tuvo la fantástica idea de cambiar del Escudo Nacional al caballo por un tambor.

Me vino a la mente aquella canción de Santiago Chalar en la que un caballo le habla a su jinete (patrón en la canción) diciendo que aceptaría cualquier cosa que le pidiera menos vender su carne; entre los sacrificios que aceptaría textualmente está: “del escudo desterrarme”.

El argumento de marras, flojo de papeles, es que según él supone, solo el 1% de los uruguayos anda a caballo. Pues seguro lo sabe, y si no que tome nota, que Uruguay es, junto con Mongolia, uno de los países con mayor cantidad de equinos por habitante. Casi el 90% de los mismos se usa en agropecuaria y servicios.

Mi padre iba a la escuela a caballo (se ponía las alpargatas para entrar a clase), y más tarde tropeaba a la tablada, a caballo.

De esa agropecuaria salen los impuestos que alegremente dispensan nuestros gobernantes, cual garrapatas.

El tambor, asociado a la cultura popular y su expresión, el carnaval, no deja de ser muy sentido para muchos, sin dejar de ser un asunto de minorías, carente de valor simbólico. Como dato, en Montevideo al 39% de la gente le importa poco el carnaval y al 25% nada, agreguemos que en los votantes de izquierda al 42% le importa mucho.

Debo asumir que este señor, que aparenta andar por los cincuenta largos, cursó Filosofía y Educación Moral y Cívica, por ende creo maneja el pensamiento abstracto y sabe perfectamente lo que representa nuestro Escudo.

Asimismo, en este tenor le puede sugerir a los italianos que pongan una pizza en la bandera, a nuestros hermanos argentinos una empanada y a los brasileños una caipirinha, o siguiendo y levantando el bolazo de las asambleas técnico docentes que le avise a los franceses que La Marsellesa no es apta para niños.

No pasaría de ser una anécdota jocosa si no fuera por la casi absoluta falta de reacción de nuestra clase política o del establishment cultural ante este gramscismo descarado, que como la humedad en un cimiento se empeña, sin prisa y sin pausa, en carcomer mentes y corazones. Un día va a ser muy tarde, y el caballo será desterrado.

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