Delfina Erochenko Gentile | Estados Unidos
@|La definición de lo que constituye lo bueno y lo malo empieza a materializarse en la niñez. Ya sea por medio de películas, cuentos de hadas o experiencias vividas, los niños perciben como buenos a personajes como la Cenicienta y Superman. En cambio, los personajes que encarnan la maldad pueden ser las malvadas hermanastras de la Cenicienta o el astuto Lex Luthor, archienemigo de Superman.
De esta manera, a los niños les enseñamos qué significa poseer cualidades buenas y malas. Es esencial, en esta etapa de temprano desarrollo, aprender desde lo más sencillo para poder entender las complejidades de la vida con el paso del tiempo. Para comprender que los seres humanos no pertenecen a un absolutismo en el cual se puede ser únicamente bueno o malo, se debe establecer una clara comprensión del bien y del mal.
En una situación ideal, con el paso de los años y la maduración del cerebro, uno comienza a percatarse de la existencia de diferentes matices que conforman la condición humana. Ese cerebro que una vez catalogaba en dos categorías simples a las personas, desarrolla la capacidad de entender que de nada sirve categorizar a los demás de acuerdo con los absolutismos de la niñez. Comienza a darse cuenta de que los buenos pueden ser holgazanes e impacientes, y que los malos no siempre tienen cara de pocos amigos ni mal genio.
Pero esa sería una situación ideal, y son muy pocas las veces en que las cosas se dan en condiciones ideales. Lo que se nota en la actualidad es que muchos usuarios de las redes sociales acuden a los absolutismos para ahuyentar el miedo que sienten al enfrentarse a opiniones con las que no están de acuerdo. El debate sano ha sido reemplazado por los insultos ad hominem, y la palabra escrita se utiliza para acusar al detractor de ser imbécil o ignorante.
En el ámbito digital, pasamos de ser personas de carne y hueso a convertirnos en avatares unidimensionales, que son buenos o malos de acuerdo con la opinión de los avatares anónimos. Bajo el manto protector de las redes, nos transformamos en células procariotas, simples y sin substancia, sin rostro ni identidad, lo cual facilita nuestra categorización a la hora de discutir. Es mucho más fácil insultar si uno piensa que el receptor de aquellos insultos pertenece, sin lugar a duda, a la categoría de los malos.
Dejemos atrás la inmadurez de la infancia y comencemos a enriquecer nuestras mentes con el debate sano.