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América existe

Roberto Alfonso Azcona | Montevideo
@|La conquista de América no terminó con las carabelas, empezó ahí, las potencias europeas dividieron el continente para servir a sus intereses, no a los pueblos que vivían en él.

En el norte, España, Francia e Inglaterra cortaron el territorio según sus disputas imperiales; en el resto del continente, la lógica fue todavía más desnuda, puertos para sacar riqueza, rutas para transportar recursos, enclaves costeros como anclas del comercio y del saqueo.

América se repartió desde el mar, no desde su gente.

Esa fragmentación inicial dejó una cicatriz que todavía no cierra; hoy el mapa parece distinto, pero la lógica es la misma, potencias externas jugando en nuestro tablero para quedarse con lo que América produce, promete o esconde bajo tierra. Europa continúa con sus normas y su estilo elegante, China compra voluntades con infraestructura y créditos que te dejan atado de manos, Rusia busca influencia donde puede meter la cuña, Irán opera desde la ideología y Estados Unidos sigue mirándonos como su patio trasero, un patio sucio, descuidado, pero suyo al fin.

Y mientras el mundo compite por nuestro continente como si fuera un botín, la política local hace agua.

Las izquierdas hablan de soberanía pero entregan recursos, infraestructura y decisiones estratégicas a cambio de relatos, se visten de antiimperialistas mientras firman acuerdos que hipotecan el futuro; la derecha conservadora, por su parte, teme perder los privilegios acumulados y termina siendo igualmente servil, negociando de rodillas para mantener su parcela de poder.

Entre la sumisión disfrazada y el miedo paralizante, América queda desnuda frente a los jugadores globales.

El resultado es siempre el mismo, un continente extraordinariamente rico pero políticamente disperso, incapaz de actuar como bloque; y eso es lo que nos vuelve vulnerables.

Si América unida negociara con una sola voz, sería una de las grandes potencias del planeta; tendría recursos, población, posición estratégica, influencia.

En vez de treinta y tantos países defendiendo migajas, habría un coloso continental defendiendo su destino.

Pero la división fue parte del diseño original y sigue siendo la herramienta perfecta para que otros manden.

La historia y el presente se cruzan en la misma herida; cuando América está fragmentada, otros saquean, cuando América se piensa unida, aunque sea como idea, deja de ser botín y empieza a ser potencia.

La pregunta que queda flotando es simple y brutal: ¿seguiremos aceptando que el mundo decida por nosotros o vamos a despertar de una vez al gigante que podríamos ser?

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