La regla general de nuestra política es que la última noticia desplaza la discusión mesurada e informada de lo fundamental. Ello sucede especialmente cuando existe un interés en sepultar el tema lo antes posible. El caso del cierre de la Biblioteca Nacional es una buena demostración de aquel axioma. El “establishment cultural” uruguayo ha hecho gala de una ejemplar discreción en el asunto. ¿Qué habría sucedido si la medida hubiese sido tomada por un gobierno del Partido Nacional?
Ahora tenemos la interesante situación de que se cerró una de las instituciones más antiguas de nuestro país porque, se dice, presenta varios problemas. Con ese criterio deberíamos clausurar gran parte del Estado uruguayo, alguna empresa pública y también unos cuantos gobiernos departamentales.
La medida no estuvo precedida por una discusión amplia y bien informada, ni informes técnicos ni consultas que recogiesen las opiniones de quienes han dedicado años al estudio de estos temas. Más bien fueron ideas generales lanzadas al vuelo con escasa evidencia de respaldo.
Para peor, esas razones fueron demolidas por aportes de mejor información en los días siguientes. Los “hundimientos de los pisos” no eran ni tan novedosos ni tan graves. Las salidas de emergencia “obstruidas con papel” pueden ser liberadas moviendo ese papel. Los problemas de conservación son una preocupación permanente en cualquier biblioteca y ya están siendo encarados. La realidad es que la Biblioteca ha enfrentado problemas peores en el pasado. Basta mencionar el caso de la inundación de la sala de lectura en abril de 2007 que debió ser clausurada. El director, el escritor Tomás de Mattos, dispuso habilitar una sala provisoria. Pero no cerró la biblioteca.
Quizás una de las críticas más divertidas sea la presencia de ratas. Aparentemente, la Biblioteca estaría invadida por ilustrados roedores alimentados a base de tinta y papel añejos. Con lentes y libretas de apuntes, supongo. Sin embargo, ahora nos enteramos que el problema es al revés: las ratas vienen del exterior. Es la Intendencia, con sus más de nueve mil funcionarios, que no cumple con su función elemental de mantener limpia la ciudad (aunque, supongo, a nadie se le ocurriría proponer cerrarla).
Una de las afirmaciones discutibles que más me llamó la atención porque contradice mi experiencia, fue que, aunque “existen iniciativas de digitalización” es necesario avanzar en este proceso.
En realidad, la Biblioteca ya ofrece bastante más que meras “iniciativas” en esa materia. Sumando esfuerzos a través de años, su equipo ha organizado un muy buen sitio web comparable al de otras bibliotecas de relevancia mundial, donde los cibernautas de nuestro país y del exterior pueden acceder a un valioso conjunto de datos. Incluyendo el Catálogo, el Catálogo del Archivo literario y las sensacionales colecciones digitales.
Y esa tarea de digitalización y divulgación por internet, continúa. En estos días se anunció la incorporación de diez nuevos tomos de la interesante colección de folletos de Melián Lafinur (1850 -1939).
La Biblioteca Nacional requiere políticas de Estado con buenas bases técnicas, apoyadas en amplios consensos políticos, de largo plazo, y con fondos adecuados. Lo que no precisa son improvisaciones ni cambios de rumbo cada cinco años.