Vacas al desnudo

Lo dijo el ministro de Trabajo con una calma que no parecía ironía ni descuido: “Si la vaca se va vestida, no deja trabajo”. Antes había aclarado que no sabía nada de ganado, como quien pide perdón antes de pecar, pero pecó igual, porque no saber de algo nunca ha sido un impedimento para opinar. Al contrario.

No especificó la indumentaria, pero con toda seguridad llevaba un jogging gris apolillado. Tampoco aclaró si la prenda en cuestión era simbólica, literal o alegórica, pero quedó flotando en el aire la imagen imposible de una vaca con abrigo, caminando rumbo a un barco, mientras al costado un país discute si esa vaca genera trabajo e ingresos o tristeza e indiferencia. La frase es tan absurda que por eso mismo es política, porque ya no se trata de tener razón, sino de tener frase. Y él la encontró. Una frase para enmarcar, para estampar en tazas, para volverse camiseta. Porque “la vaca vestida” ya no es una vaca sino una metáfora, o un libro de cuentos infantiles para las infancias comunistas.

En otro país, esta escena sería una sátira. Acá fue miércoles. Entre la tolerancia a lo absurdo y la inmunidad institucional que permite que cualquier disparate se convierta en política de Estado, uno se pregunta si no será que los uruguayos, después de tantos años de lustrosa democracia, han aprendido a convivir con la insensatez como quien convive con la humedad. Y ahora también con la niebla.

Juan Castillo ensayó su teoría textil porque el ministro de Ganadería suspendió la exportación de ganado en pie para faena inmediata. Alfredo Fratti lo hizo solo, sin consultar, sin avisar, con más convicción que plan, y después dijo que no es prohibición, que lean bien, como si gobernar fuera redactar un dictado difícil y la culpa de todo fuera de comprensión lectora.

El idioma español será claro, pero la lógica ministerial opera en un dialecto propio. Eligió el momento perfecto: cuando nadie lo esperaba, nadie lo pedía y nadie lo entendía. La explicación oficial de proteger puestos de trabajo en la industria frigorífica fue más un manotazo que una estrategia. Es como un almacén de barrio donde el dueño cambia los precios según el humor, pero se ofende si le decís que no tiene sentido.

En Uruguay, la lógica no navega: se hunde. En tierra firme, el Estado se agita; en el mar, se ausenta. Con las vacas decide sin preguntar; con los pescadores, pregunta sin decidir. Y mientras en el campo se prohíbe sin decir prohibido, el país mira al mar y lo deja quieto. Esa inversión de prioridades revela algo más profundo sobre la naturaleza del poder. La tentación de la microgestión como sustituto del liderazgo estratégico, una dinámica que se amplifica por una cultura política que confunde la intervención con la competencia y la decisión unilateral con la autoridad.

Al costado del escenario, con gesto paciente y un balde en la mano, apareció el ministro de Economía, Gabriel Oddone. El bombero sin estridencias que intenta apagar las malas ideas de sus compañeros de gabinete como un padre resignado que vuelve del trabajo y encuentra a sus hijos jugando con fuego.

Para coronar su gran semana, Fratti -señalado por ceder ante los frigoríficos- optó por defenderse atacando, como si ignorara que ese es el último refugio del acorralado. En lugar de explicar sus razones, prefirió hurgar en el árbol genealógico ajeno, como si el linaje del adversario pudiera maquillar la fragilidad de su razonamiento. Si en apenas unos meses ha derrapado tanto, es difícil imaginar cómo podrá seguir en pie mucho más.

Lo de la vaca no es grave porque sea ridículo. Es grave porque revela la distancia entre los que deciden y los que entienden. Porque una frase que debió ser una anécdota se convierte en argumento. Y entre tanta justificación y tanta supuesta preocupación por los puestos de trabajo (en tierra, no en el mar), nadie dijo nada de las vacas. Por ahora.

Quizás la próxima excusa no sea suspender la exportación por razones económicas, sino por sensibilidad, por el bienestar animal, por esas pobres reses que viajan en barcos, apretadas como si solo fueran ganado. Capaz que lo próximo sea una ley que prohíba la tristeza vacuna en alta mar.

Mientras tanto, el rey del ganado falso -constructor de la mayor estafa piramidal en la historia del país- va a pasar al menos un tiempo en la cárcel. Su mujer y la viuda del otro arquitecto del fraude se conformarán con la prisión domiciliaria. Algo es algo. Aunque llegue tarde y con olor a bosta. No hay nada extraño en que, en el país con más vacas que personas, casi todo termine girando en torno a media tonelada de carne y huesos. Lo que sí debería sorprendernos es lo poco que nos sorprende.

Uruguay, una vez más, se queda mirando el horizonte sin saber si está exportando carne o incertidumbre, porque la única industria que nunca entra en crisis es la de las justificaciones.

El problema no son las vacas vestidas ni desnudas, ni los peces sin pescar; el problema es nuestro refinado expertise en frenarnos a nosotros mismos y convertir el desatino en destino.

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